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¡Envíame a mí!

Hay un mundo allá afuera que se muere y nosotros como cristianos tenemos la medicina para su curación. Pelear la buena batalla de la fe significa también abandonar la inercia y motivarnos a ir, a salir a buscar al perdido en el nombre del Señor. Pablo decidió permanecer más de un año en Corinto predicando el Evangelio después que Dios le dijo en una visión de noche: “no temas, sino habla, y no calles; porque yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad (Hch. 18:9-10). Corinto era una ciudad malvada y torcida por el pecado, sin embargo por la predicación de Pablo y su equipo misionero, la iglesia de Corintio llegó a ser una iglesia nutrida y sobresaliente. El Señor conoce a sus ovejas y a quienes lo serán, por eso no podemos permanecer indiferentes, debemos ayudarlo porque ya sabemos que su anhelo es que todos vengan al arrepentimiento y a su luz.

¿Qué nos impide hacerlo si andamos en el Espíritu que nos ha dado el poder para romper las barreras de las tinieblas? ¡Es nuestra voluntad!, “porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, amor y de dominio propio” (1Ti 1:7.

Hermanos y hermanas en Cristo, muchas veces al hacer un recuento de nuestra vida cristiana, exclamamos: ¡si yo lo hubiera sabido antes, si hubiera conocido a Cristo hace años, de cuántos errores me hubiera librado! Piensa que hay a tu alrededor una gran multitud que sueña con la esperanza, con ser amada con una nueva dimensión. Decídete a hablarle de Cristo a esa persona, amigo, pariente o compañero de trabajo que tienes en mente, por la que estás orando para que venga a los pies de Cristo. Tenemos todo a nuestro favor para pelear y ganar la buena batalla de la fe. Dile al Señor: “¡Envíame a mí”!. ¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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