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Valentía para las batallas de la vida

A través de los años hemos oído que la carrera de la fe cristiana no es una carrera de velocidad sino una carrera de resistencia. No se trata del que llegue primero, sino del que es fiel en guardar la fe hasta el final (2 Timoteo 4:7). En esta vida hay desafíos, luchas, retos, experiencias y eventos que hacen de la vida una carrera que requiere esfuerzo y determinación. Hay resistencia y oposición que muchas veces viene de los que nos rodean, pero también viene de nosotros mismos—de nuestro pecado, dudas, heridas, experiencias pasadas que nos han marcado—y nos hacen pensar y actuar de una forma que debemos batallar para logra vencer y avanzar en la carrera (Juan 16:33).

Sin embargo, en muchos pasajes de la Biblia nos podemos dar cuenta que, además de ser una carrera de resistencia, es una carrera de relevos. Una carrera de relevos es aquella en la que un corredor avanza una parte del trayecto definido sostenido un tubo y cuando termina su parte de la carrera, debe entregarle la barra al siguiente corredor para que este continúe la carrera. Curiosamente, esta barra es llamada el testigo o testimonio. Así es en la carrera cristiana: de una generación a otra, la verdad de Dios, el testimonio de Su Revelación debe ser pasado, cada uno cumpliendo con el tramo de su historia. La pregunta es, ¿dónde estás en la carrera y cuáles son tus batallas? ¿Que tan fuerte has asumido el reto de agarrar el testimonio, no importando las luchas que estás enfrentando? ¿Estás amedrentado por el presente o por el futuro que viene, ya que, al parecer, la batalla es demasiado grande para tus fuerzas? Con el texto de hoy, Dios desea hacernos un llamado a la valentía y confianza en Él a través de las batallas, los retos y las adversidades que con seguridad encontraremos en esta vida.

En Josué 1:1-2, vemos a uno de los mayores líderes de la historia de Israel, Moisés, llegar al final de su carrera al aproximarse a su muerte. En ese momento de Deuteronomio 31, a sus 120 años, Dios le informa que su muerte está cerca (Deuteronomio 31:14) y le encarga a Moisés a pasar la batuta a una nueva generación representada por Josué. Dos cosas llaman la atención sobre la muerte de Moisés que resaltan la sabiduría y soberanía perfecta de nuestro Dios. Primero, Dios no solo conocía los días de Moisés, Él los determinó y les puso límites (Job 14:5). Cuando Moisés cumplió el propósito que Dios tuvo con Él, allí terminaron sus días. No partimos de esta tierra por un accidente, enfermedad, crimen o por una catástrofe natural; partimos cuando el Dios que contó nuestros días decreta que cumplimos nuestro propósito. Por eso la preocupación por la muerte para un cristiano que conoce a Su Dios no es coherente. Debemos volver a la revelación que tenemos de Dios y creer en este Dios perfecto, bueno y soberano de los tiempos y de la historia.

Segundo, Moisés muere y la obra no se detiene; ya Dios tiene el plan para continuarla sin contratiempos. Como Crawford Lorrits dijo, “Cuando un siervo de Dios muere, nada de Dios ha muerto.” Ciertamente amamos y admiramos a los grandiosos hombres de Dios, pero El no está inmóvil o sorprendido por sus muertes. Él escoge a quién quiere, incluso hasta una burra temporalmente para llevar a cabo Su obra. Esto también debería provocarnos confianza y producirnos paz. La obra, en su última expresión, no depende de mí, sino del Dios que la lleva a cabo.

Josué conoció a Moisés cuando era joven e inmediatamente se convirtió en su ayudante durante casi todo el trayecto desde la salida de Egipto hasta la llegada a la tierra prometida. Cuarenta años transcurrieron en el desierto hasta llegar a las orillas de la promesa, pero aún faltaba conquistar la tierra. Moisés, había cumplido su parte; no entraría a la tierra prometida por decisión de Dios y ahora Josué era el delegado para la conquista y continuar liderando al pueblo. Josué requiere no solo de armas y un ejercito preparado para las batallas que enfrentaría sino de fortaleza de carácter y valentía para pelear, dirigir y ser fiel a Dios. Ese es el llamado de Dios para él y nosotros “Sé fuerte y valiente”. Pero ¿estaba preparado Josué para esta gran encomienda? ¿Cuáles eran las implicaciones de Su llamado? ¿Cuáles son las razones y el fundamento para para cumplir este llamado?

Dios nos prepara previamente para cuando llegue el llamado a ser valientes. Antes de llegar al momento relatado por los pasajes que leímos, Dios a través de Moisés, fue preparando a Josué para asumir el reto. Vemos esto en varios casos como en Éxodo 17:8-15. Éxodo 33, o Números 11:28-29. Esta es la preparación la preparación que Dios le dio a Josué antes de decirle: “Se fuerte y valiente”. Él le enseñó que las batallas no se ganan “con ejercito, ni con fuerza, sino con mi Espíritu” (Zacarías 4:6), Dios es un Dios que se ha revelado en Su Ley y que espera que Su pueblo se rija por ella, el siervo debe quedarse detrás del telón y dejar a Dios que se lleve toda la atención, y una parte que seguiremos viendo hoy, la presencia de Dios no es opcional, es indispensable para su pueblo. Josué tenía esos conceptos claros. La pregunta es, ¿Qué es lo que Dios te ha enseñado a ti? La historia de tu vida sea buena o mala a tus ojos, no ha sido un desperdicio en las manos de el Dios de los Ejércitos que te ha preparado en el pasado para que seas valiente hoy, y mañana. Cuando llegan los problemas, ¿qué es lo primero que miras? ¿la cuenta de banco o el rostro del Señor en oración? Es así como se demuestra que crees que la batalla es del Señor.

Hemos hablado de la preparación que Josué tuvo, ahora pasamos a el llamado a la valentía. El llamado a ser valientes es más un llamado a mostrar firmeza de carácter que al despliegue de nuestras habilidades. Este llamado es repetido por Dios y Moisés en cinco ocasiones en estos pasajes que leímos: Deuteronomio 31:7, 23 “Sé firma y valiente””; Josué 1:6 “Sé fuerte y valiente”; Josué 1:7 “Solamente sé fuerte y muy valiente”; y Josué 1:9 “¿No te lo he ordenado yo? ¡Sé fuerte y valiente!” El mensaje Josué es, “No es el momento de ponerte en “neutro”, no es el momento de quitar los pies del acelerador.” ¿Qué implicaba el llamado a ser fuerte y valiente para Josué? Enfrentar enemigos más numerosos y poderosos (Deuteronomio 7:1), sustituir a Moisés (Números 12:3), y liderar a un pueblo como Israel. Aún así, la mayoría de las batallas que Josué iba a enfrentar no se ganarían con las espadas y los caballos. Así son la mayoría de nuestras batallas, no se ganan con recursos humanos temporales, sino con verdades eternas del cielo. Josué tendría más retos internos que los externos: la duda, el desaliento, el desánimo, la ansiedad, las preguntas continuas en su mente. Pero el llamado de Dios es el mismo: desarrollar una firmeza en mi carácter que está basada en lo que conozco de Él en Su palabra y mi historia que se transforme en un actuar con fe.

Después de ver la preparación para la valentía y el llamado a la valentía, ahora abordamos la tercera parte y última parte que es “la razón y la base para la valentía”. Cuando Dios nos llama a ser valientes, es porque Él ha provisto lo necesario para que lo hagamos. Dios no es como Faraón que forzó al pueblo a hacer más ladrillos, pero no les proveyó el material; cuando Dios nos pide algo, también nos brinda todo lo necesario para cumplirlo (Josué 1:6-9). Sus Promesas, Su Ley y Su Presencia son la base y el fundamento para el llamado a ser fuerte y valiente. Josué, nuestra generación, y la que vendrá pueden confiar en ese fundamento por que es Seguro.

Nuestra motivación para ser fuertes y valientes durante nuestra generación es mayor que la del Josué del Antiguo Testamento. Nuestra razón para confiar se centra en el Jesús del Nuevo Testamento. Jesús es la razón por la que podemos ser valientes hoy; es la personificación de todas las promesas de Dios (2 Corintios 1:20). Él es el mismo Dios encarnado que ha prometido estar con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Sus promesas, Su ley y Su presencia están seguras en Cristo.

Fuente:
Pastor Joel Peña

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