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Líneas breves para despedir un año

No deseo hacer un balance per se de los múltiples hechos acaecidos en este 2019, pero si señalar algunas tendencias que he ido notando a lo largo del maremagnum de acontecimientos, imágenes y eventos que han ido teniendo lugar. Me faltarán muchos pero destaco estos puntos por ser constantes durante este agitado, profuso y moribundo año.

1o. Hay a nivel mundial un renacimiento de la fe, pero un rechazo de la religión como cuerpo organizado: Muchas personas, ante el vacío existencial de sus vidas, deciden volver a la oración y a creer en Dios. Pero también, esos nuevos creyentes, que en su mayoría son profesionales con cierta formación académica, resienten el corsé que sienten que les imponen las autoridades eclesiásticas. Muchos de ellos consideran que la relación con Jesús o Dios es personal y que no debe mediar ninguna iglesia, mientras que las iglesias desde antaño señalan que son las receptoras del mensaje correcto de nuestro Señor y tienen la llave de los sacramentos o de los servicios pastorales.

2o. Estamos ante una sociedad hedonista y que fomenta el pecado en muchas cosas, aunque se revista de otra cosa: Hay una duplicidad, que no es nueva pero se ha acentuado: el ser humano se deja arrastrar por pasiones (lujuria, gula y un largo etcétera), las cuales son incentivadas por debajo por la misma sociedad a través de la publicidad y la crianza, pero debe hacerse todo con mucha discreción para no herir susceptibilidades.

3o. Los jóvenes no son tan jóvenes como para no poder beber o casarse o matar, pero si para recibir condenas fuertes: Un debate pendiente en el derecho penal dominicano es la edad de responsabilidad para crímenes y delitos. No podemos premiar a un ladronzuelo con varias fichas o un asesino juvenil con varias muertes a sus espaldas con solamente dos años de condena. Debería tenerse un enfoque más científico y verificar el grado de madurez del joven así como la gravedad del hecho. Si ambas son graves, debería ser juzgado como adulto, y eso disuadiría a muchos a usar menores para ayudarlos en sus negocios ilícitos.

4o. El principio del fin o el fin del principio: Por primera vez desde hace más de 20 años, realmente nadie sabe quien va a ganar las elecciones del 2020. Hay tres contendientes fuertes con posibilidades reales, cosa que no se veía desde el 2000. Estas elecciones presidenciales y las municipales que le han de preceder pueden reconfigurar el mapa electoral, sacando del poder a un PLD que ha gobernado en 20 de los últimos 24 años y creando la obligacion al nuevo gobierno, sea del cuño que sea, de dialogar con los demás sectores, ya que dificilmente contará con una mayoría automática que le permita aprobar lo que desee.

5o. La vuelta al personalismo: Se ha notado, más allá de la fortaleza que tienen las marcas de algunos partidos mayoritarios, que el elector se inclina por perfiles de candidatos que le atraen por alguna razón (juventud, preparación, belleza, oratoria). Puede ser que realmente ese candidato no tenga esas virtudes tan acrisoladas que le pongan sus seguidores, pero mientras estos lo crean, lo seguirán. Y este es un país donde el voto es leal, o sea, si ya usted decidió votar por Drácula, por ejemplo, es raro que cambie de opinión.

6o. Misericordia para unos, palos para otros: Nuestras políticas migratorias son complejas y no son hijas de una aplicación de la ley, sino que entran condicionantes geopolíticas, económicas y de otras naturalezas que no me pondré a analizar, pero llama la atención poderosamente que se hayan hecho varios planes de regularización con inmigrantes haitianos, que a pesar de ser vecinos no comparten ni cultura, ni idioma ni religión, planes que por demás costaron miles de millones de pesos, y se anuncie que a los venezolanos se les cobrará una tarjeta de turista para entrar al territorio. Debemos ser coherentes. O a todo el extranjero se le aplica lo de la tarjeta de turista o con ambos grupos se hacen planes de regularización. Esto no es por patriotero, pero siento que los venezolanos son más afines a nosotros, aparte de que muchos miles de dominicanos radicaron allá y fueron acogidos con respeto por Venezuela.

7o. Muro y soberanía: Haití y nosotros vivimos eternamente en un estado de tensión. Somos dos vecinos de habitación que nos toleramos pero no nos queremos. Ante todos los hechos irregulares que suceden en la frontera, empezando por la migración masiva de haitianos huyendo del hambre y del desorden, diversos sectores han abogado por hacer un muro para regular la migración y el paso de bienes y servicios en la frontera. El gobierno haitiano hace poco dió unas declaraciones donde señala que defenderá la soberanía haitiana, pero nada dijo de adecentar los niveles de vida del haitiano promedio. La Conferencia del Episcopado Haitiano emitió un documento donde acusó al gobierno y a un 1% de vivir en opulencia, mientras el 99% de los haitianos muere de hambre y miseria. Aquí chocan varias cosas: 1) realidad sociogeográfica, lo que los haitianos tienen más cerca y donde pueden conseguir servicios de salud y alimentación es acá; 2) realidad demográfica, al Haití estar superpoblado le conviene que grandes poblaciones emigren donde sea para no darles ningún servicio y gastar recursos y dinero que no tienen en ellos. Que otro pague esa cuenta, y 3) la responsabilidad de República Dominicana de administrar su frontera y regular la migración que desee entrar.

8o. Una generación paupérrima: A diferencia de nuestros padres, los nacidos en la década del 80, son más pobres a nivel mundial y tienen menos oportunidades para desarrollarse como profesionales. Este dato no es nuevo. Ya para la crisis de 2008 Harvard o Yale lo anunciaba, pero es un fenómeno creciente. No se han creado suficientes trabajos de calidad y los pocos que hay tienen sueldos de miseria. Eso obliga a pensar si valió la pena estudiar tanto para matarse 9 horas al día por lo que vale una canasta básica o menos. Y si fuera un asunto dominicano no se destacara. Es un fenómeno mundial. Un joven de 30 años o menos, salvo que tenga un muy buen trabajo no puede vivir sólo. Eso obliga, muchas veces, a que vivan en una misma casa dos y tres generaciones de una misma familia.

Fuente:
Dr. Nestor Saviñon

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