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El Arte de Esperar: Navegando los Procesos de Dios hacia Nuestras Visiones

Las visiones que Dios pone en nuestros corazones a menudo requieren un largo proceso de desarrollo. No podemos apresurar los procesos de Dios y debemos esperar pacientemente hasta que llegue el tiempo de su realización. La persistencia es un componente clave en la búsqueda de nuestros sueños. Debemos ser fieles y persistir hasta el final, incluso si toma mucho tiempo llegar a la meta. Dios promete respaldarnos en nuestro ascenso hacia la grandeza personal si perseveramos.

El escritor de Eclesiastés declara: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ecl 3:1). Habacuc 2:3 introduce un elemento muy importante en la ejecución de toda visión personal: “Aunque la visión tardará aún por un tiempo, más se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará”. Muchas veces Dios pone sueños en nuestro corazón, anhelos y proyectos y planes, que no son para el momento actual, sino para el futuro distante. Dios nunca está de prisa. Dios crea pacientemente, orgánicamente, desde adentro hacia fuera, poniendo una pieza encima de la otra con total intencionalidad. Se toma su tiempo en elaborar una hermosa visión.

Cuando Dios está obrando en una vida, nada sucede por inercia o accidente. Nada sobra, y nada falta. En Dios no hay excesos. Todo lo que Él permite que intervenga en la elaboración de una visión es justamente lo que se requiere, aunque en nuestro apresuramiento por verla realizada parezca que el momento de la victoria se está tardando demasiado tiempo en llegar.

Nunca abandones una visión porque se haya tomado demasiado tiempo en realizarse. Muchas veces las visiones de Dios requieren un largo viaje antes de convertirse en realidad. Como Abraham, quien tuvo que recorrer proféticamente la tierra que sus descendientes habrían de ocupar sólo varios siglos después de su muerte, muchas veces tendremos que viajar grandes distancias en el tiempo y el espacio antes de que nuestras aspiraciones se conviertan en realidad. Tendremos que experimentar y padecer muchos fracasos y vicisitudes antes de entrar en la tierra prometida que Dios ha declarado sobre nuestro espíritu. ¡Puede pasar mucho tiempo antes de que podamos acariciar en nuestros brazos el Isaac que Dios nos ha prometido! Sin embargo, en esa marcha forzada pero fecunda recogeremos una inmensa cantidad de recursos y experiencias que serán necesarias para conquistar el territorio que nos hemos propuesto; y, sobre todo, para consolidarlo y retenerlo.

El apóstol Pablo nos advierte que para ser coronados–en otras palabras, para llegar a la plena realización de nuestros sueños– tenemos que luchar legítimamente (2 Tim 2:5). “Luchar legítimamente” quiere decir, no tomar atajadas; quiere decir, pasar por el largo y arduo proceso que requiere una visión, tomar hasta el fondo la copa de la crucifixión personal que nos prepara y capacita para el triunfo que tanto anhelamos.

Las visiones que Dios instala en nuestros corazones frecuentemente requieren un proceso de desarrollo arduo y detallado. Hay reglas y principios que tienen que ser obedecidos. Hay cosas que tienen que morir, deudas que tienen que pagarse, rasgos de carácter que tienen que ser eliminados o establecidos en nosotros por medio del sufrimiento, la lucha o el fracaso. Nuestro ser interior tiene que ser ajustado a la magnitud y la complejidad de la visión que hemos concebido.

No podemos apresurar los procesos de Dios. No debemos tratar de evadir las crucifixiones y estaciones de espera que surgirán en el camino hacia la cumbre. Cuando obtengamos el premio, tendremos que haber corrido la carrera sin trampas ni atajadas.

Dios es un Dios de procesos, de etapas entrelazadas que se van cumpliendo ordenadamente una tras otra en un orden coherente. ¡Todo esto requiere tiempo! La hermosa sinfonía de una vida con propósito no se realiza de la noche a la mañana. Requiere una capacidad para ver a largo plazo, para esperar pacientemente “hasta que despunte el alba”. El salmista dice: «Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. (Salmos 40:1)

Aunque la visión se tome más tiempo de lo previsto, debemos esperar pacientemente hasta que Dios se incline hacia nosotros, nos extienda su cetro, y nos otorgue el triunfo anhelado. Si la visión es auténtica y viene de Dios, Él se asegurará de que llegue el tiempo de su realización. En tiempos de sequía y espera, cuando casi desfallecemos y abandonamos la visión, Dios nos susurra: “Aunque se tarde mucho tiempo, no la abandones. Ella se apresura hacia el fin, y no mentirá”.

La persistencia es uno de los grandes componentes de toda vida exitosa e impactante. Dios nos ha llamado a bendición y triunfo, y promete respaldarnos en nuestro ascenso hacia la grandeza personal. Pero tenemos que ser fieles. Tenemos que persistir hasta el final. No debemos darnos por vencido simplemente porque se haya tomado mucho tiempo llegar hasta la meta. Espero que esta meditación te anime a una vida de persistencia en la búsqueda de tus sueños. Persistamos en la visión hasta verla plenamente realizada. ¡Dios te bendiga!

Fuente:
Rm León de judas

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