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Viviendo lo que somos

Hay muchas situaciones en el que, al parecer, las necesidades son más que los recursos disponibles. Y esto abarca un gran número de aspectos en nuestra sociedad y el mundo, sin considerar las necesidades que se crean con los desastres naturales y las guerras.

Vivimos en un mundo caído, dominado por el pecado y hundido por la falta de recursos para satisfacer las necesidades más elementales de mucha gente, en el que millones de niños y ancianos padecen de hambre, frío y falta de cuidados.

Las personas que se encuentran en esa lamentable situación recurren a diversas formas para mitigar sus necesidades. Hacer una lista de las inventivas que se emplean haría muy largo este escrito. Sin embargo, me llama poderosamente la atención que los cristianos no nos encontremos en el primer lugar de esa lista de acciones que toman los que buscan ayuda.

Hay muchas explicaciones que se pudieran dar ante este fenómeno, y hasta de cierta manera justificarlo. Pero considero que tal vez haya una dura verdad que nos molesta, y a lo mejor nos duele profundamente tener que reconocer. Es que los cristianos hemos perdido credibilidad e influencia en el mundo que nos rodea. Por supuesto que no se puede hablar en términos absolutos, pero es verdad que cada día los cristianos tratamos de imitar más al mundo en el que vivimos, en lugar de tratar de cambiar a ese mundo imitando más a Cristo. En muchos casos, no se perciben diferencias entre nuestras acciones y las del mundo.

No hay que remontarse muy atrás para encontrar muchos ejemplos de hombres y mujeres que renunciaron a todo para ir a ayudar a los huérfanos, las viudas, los ancianos, los encarcelados y los desposeídos en nuestro país y en otros muchos lugares del mundo.

Cuando me refiero a «cristianos» no estoy hablando solo de nuestros hermanos en la iglesia o en nuestro grupo pequeño o de estudio bíblico, ni hablo de nuestros pastores, ministros, misioneros, trabajadores denominacionales o líderes laicos, claro está que tampoco nadie queda excluido del todo.

Pero quiero llamar la atención porque para el mundo, todo el que se autodenomina cristiano es igual. Y mientras cientos de personas viven hacinadas en pequeñas casas de campaña en los bordes de las carreteras en algunas ciudades de California, y otros muchos desafían el frío cubriéndose con cartones y periódicos viejos debajo de algunos puentes en Nashville, Boston, Filadelfia, Baton Rouge, Albuquerque, Miami y muchas otras ciudades más, hay quienes invocando el nombre de Cristo viven como reyes con lo que recaudan de los fieles, y se mueven en aviones privados, visten ropas y usan joyas de millonarios y tratan de hacerles creer a los que los escuchan que ellos tienen tanto porque son muy fieles a Dios y que si ellos creen y piden con fe, también van a recibir «todo» lo que deseen. Claro está que estoy exagerado un poco y simplificando este complejo asunto.

Pero es que leyendo en los evangelios el ministerio terrenal de Jesús y leyendo en el libro de Hechos el surgimiento y el desarrollo de la iglesia cristiana, no hay algo parecido a lo que estamos viendo hoy en muchos que se llaman cristianos y que lamentablemente tienen una gran visibilidad en la televisión y la radio. Nunca he encontrado una promesa de «prosperidad» material, pero sí muchos llamados al sacrificio y la entrega.

Jesús dejó claramente establecido que los cristianos somos la luz y la sal de la tierra. Tal vez hayamos estado mirando demasiado a lo que hacen otros, y quizá no nos hayamos estado fijando mucho en lo que hacemos nosotros mismos. A Jesús lo seguían las multitudes y venían a Él los enfermos, los endemoniados, los que tenían necesidades. Y lo hacían porque buscaban satisfacer sus necesidades y Él siempre estaba dispuesto a ayudarles.

Desde hace algún tiempo vengo insistiendo en este tema, porque veo con preocupación que las malas doctrinas y la falsa teología se expanden como una epidemia y penetran en todas partes, incluyendo a algunos de nuestros hermanos y hermanas en la fe. Las cosas fáciles atraen y ese es uno de los peligros que tienen las falsas enseñanzas.

Me estruja el corazón pensar cuánto pudieran recibir los miles de personas que andan hoy día tras los «milagreros» y los que prometen la «prosperidad», si a esas personas se les predicara el verdadero evangelio. Me duele ver como en cambio se les engaña y manipula usando falsamente el nombre de Jesús.

Pienso que definitivamente estamos viviendo días en los que los cristianos tenemos que verdaderamente ser la sal y la luz de este mundo, uno a uno, comenzando por uno mismo…

Fuente:
Pastor Oscar J. Fernandez

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