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Unos piden señales, otros creen en Dios

En el mundo contemporáneo, en un buen grupo de fieles cristianos se ha despertado algo así como una necesidad de pedir señales a Dios que muestren su bondad y den crédito a su poder y fidelidad. En una cultura signada por “lo que se ve”, por el predominio de los visual contra lo espiritual, hay un tipo de cristiano que pide señales y milagros en un franco desafío a un Dios que anhela complacernos cuando pedimos con fe la revelación de su poder, si pedimos bien y como conviene. Creemos profundamente que Dios hace milagros hoy como los hizo ayer. Hay cierta tendencia a ponderar las cosas que Dios hace, siempre que se vean los resultados palpables. Con frecuencia intentamos convencer y encantar las mentes de los incrédulos solicitando señales y prodigios para llevarlos a los pies de Cristo.

«…porque por fe andamos, no por vista» (2 Co 5:7), nos recuerda la Palabra de Dios. A menudo los testimonios que manifestamos sólo se fundamentan en aquel u otro evento sobrenatural, en las señales (y milagros) que Dios hizo en determinado momento y que cambiaron el rumbo de nuestras vidas o la de otros. La gente solicita señales y en este intento se frustra cuando “no ve” o no es capaz de darse cuenta con ojos y mente espirituales que ya Dios contestó su oración con una señal que no alcanzó a ver. ¿Y por qué no buscar las señales que Dios ya ha dado en las Escrituras y confiar en la voluntad agradable y perfecta para sus hijos? Todavía y hasta siempre, Dios continuará revelándose en su Palabra.

El mundo está signado por lo visual. El incrédulo quiere ver para creer y el creyente utiliza muchas veces el mismo argumento y se olvida de las promesas de Dios. Jesús es el Logos, el Verbo, la Palabra encarnada. Si el mundo dice que “una imagen vale más que mil palabras”, el cristiano dice: ¡la Palabra de Dios permanece para siempre! En el principio Dios habló y el propio Dios nos recuerda que su Palabra echa por tierra todo argumento visual. Vivimos por fe. No necesitamos “ver” o experimentar un milagro de Dios para creer en su fidelidad. La iglesia del Cristo vivo posee las Escrituras y al Espíritu Santo para disfrutar la obra de Dios en la vida de su iglesia, en el corazón de los creyentes. El evangelio no se puede restringir a la “visualización” de las experiencias espirituales para exhibir en la vitrina de nuestra religiosidad, a un Cristo milagrero de ocasión; mejor, busquemos en la Palabra de Dios la revelación escrita por la fe que obra en su hijo Jesucristo y creamos que el Dios viviente está junto a nosotros y en nosotros.

Tenemos que creer de manera resuelta en el ministerio de la palabra escrita que nos dejó el Señor: la Biblia, el libro de libros que nunca morirá, la palabra que pone a los hombres en una relación viva con el Espíritu de Dios. Pedir señales y milagros a Dios para justificar nuestra incredulidad, es demostrar sin quererlo, que nos falta la verdadera y salvadora fe. En el Evangelio según Mateo unos fariseos se acercan al Señor y le dicen: “Maestro, deseamos ver de ti señal. El respondió y les dijo: La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. (Mt. 12: 38). (Énfasis del autor)

Nosotros somos una generación de fe, no necesitamos ver para creer. El Señor les estaba diciendo a los fariseos que la más augusta señal para toda la humanidad vendría con su muerte de tres días y su resurrección eterna. El milagro más grande que nos ha dado vida y vida en abundancia es la resurrección de Jesucristo. La Biblia está llena de señales de Dios para su pueblo; desde Génesis hasta Apocalipsis. Al Dios de nuestra historia lo debemos ofrecer y brindar a los incrédulos tal y como es. Él es especialista en tocar corazones y rendirlos a sus pies.

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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