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La verdadera Reforma del Espíritu es amar a nuestros semejantes como nos amamos a nosotros mismos

Las 95 tesis de Wittenberg han sido catalogadas como las bases fundamentales de lo que se conoce como “protestantismo” o “Reforma Protestante”. En realidad, este documento de la autoría de Martín Lutero encendió una llama que durante siglos había logrado ser sofocada por los gobernantes de turno en toda Europa.

Desde los tiempos medievales habían surgido innumerables protestas entre los ciudadanos descontentos con las diferentes monarquías que regían los destinos de las naciones europeas, específicamente fue el Imperio Romano el blanco de la mayoría de aquellos intentos infructuosos de sublevación de parte de un pueblo que, mayormente sin una estrategia definida, buscaba anhelantemente obtener un estilo de vida que les permitiera escapar de la esclavitud a la que eran sometidos mediante la explotación en que vivían para poder pagar los tributos a la monarquía. Sí, la lucha de los dominados en procura de tener una mejor vida y el abuso de poder de los que desde siempre han perseguido mantener el dominio sobre los que no tienen las riquezas ni el conocimiento que les permita defenderse por ellos mismos, fueron, sin lugar a dudas, las motivaciones más relevantes que tuvo Lutero para oponerse enérgicamente a las indulgencias que la iglesia católica vendía a sus feligreses como una forma de pagar por la salvación de sus almas e incluso las de los parientes que ya habían fallecido.

Lutero, teólogo experimentado, entendió que no podía permanecer pasivo ante lo que consideraba un engaño malicioso de las autoridades de la iglesia a la cual él pertenecía. En sus 95 tesis intentó transmitir al pueblo llano la interpretación de lo que él consideraba la esencia de la iglesia cristiana primitiva, buscando al mismo tiempo “reformar” la doctrina de la iglesia católica, en procura de que esta abandonase la práctica de vender indulgencias, así como interrumpir la manipulación mental del pueblo, incentivando a la libre interpretación de las escrituras de parte de cada creyente. Indudablemente, esto no habría sido posible de no haber contado con el apoyo de la nobleza que también quería desligarse del dominio papal en todos los asuntos políticos y económicos de la época, pero, al final, las 95 tesis de Lutero no pudieron evitar que durante décadas se escenificaran sangrientas guerras en toda Europa, mediante las cuales el hombre buscaba imponer sus propias ideologías mientras se alejaba paulatinamente del amor que predicó Jesucristo durante su ministerio. Ironicamente, todas esas guerras, supuestamente de carácter religioso, se llevaron a cabo enarbolando la defensa de la Biblia y la fe cristiana como estandarte principal.

Hoy, más de quinientos años después del inicio del protestantismo, todavía siguen surgiendo sectas religiosas con interpretaciones distintas y seguimos sin ponernos e acuerdo acerca del acontecimiento más importante que ha vivido la humanidad en toda su historia, la salvación que nos regaló Jesucristo a través de su muerte y resurrección. Seguimos mutilando el cuerpo de Cristo a dos mil años de aquel acontecimiento y al mismo tiempo seguimos predicando que son muchos los miembros pero el cuerpo es uno solo (1ª Corintios 12:12-30).

¿Cuándo entenderemos la doctrina que predicamos y aseguramos profesar? El Todopoderoso que tiene todo bajo su dominio es la única respuesta a esta y a todas las preguntas que tenemos los cristianos en nuestros corazones.

Las ideologías humanas son solamente eso, distintas formas de pensar que tienen los hombres. Los pensamientos del Altísimo son demasiado elevados para que el hombre pueda asimilarlos a plenitud y únicamente el amor de Cristo nos permite dar una sabia y veraz interpretación a la palabra de Dios.

La verdadera reforma del espíritu ocurre cada día, porque el Señor hace las cosas nuevas cada día, no porque el hombre así lo quiera sino porque en ello está contenido el mensaje de salvación que tiene como base fundamental el amar a Dios por encima de todas las cosas y amar a nuestros semejantes como nos amamos a nosotros mismos. Esa es la única respuesta que necesitamos los cristianos y el mundo en general.

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