Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo por tu casa me consumirá. Juan 2-17-
En este pasaje, vemos a Jesús limpiando el templo, echando fuera a los mercaderes y a los cambistas. Su acción no fue impulsiva ni descontrolada; fue el resultado de un profundo amor y reverencia por la casa de Su Padre. Sus discípulos, al observar, recordaron las palabras proféticas: “El celo por tu casa me consumirá.” Ese celo no era solo por el edificio físico, sino por la santidad, el orden y la voluntad perfecta de Dios.
Esta escena nos invita a examinarnos: ¿Qué nos consume? ¿Estamos tan apasionados por la voluntad de Dios como para ponerla por encima de nuestros propios deseos, planes o comodidad?
Hacer la voluntad de Dios requiere rendición. Implica reconocer que, aunque tengamos sueños y metas, los planes del Señor son más altos que los nuestros. No siempre entendemos el porqué de Sus caminos, pero cuando decidimos confiar, Él nos lleva por senderos de paz, propósito y bendición.
Muchas veces, nuestra voluntad se convierte en obstáculo para lo que Dios quiere hacer. Nos aferramos a lo conocido, a lo que parece más fácil, pero eso no siempre es lo que edifica el alma. Jesús nos enseñó que vivir según la voluntad del Padre es vivir en obediencia, aunque cueste, aunque no sea popular, aunque implique renunciar.
Cuando hacemos la voluntad de Dios, experimentamos una paz que sobrepasa todo entendimiento. Nos alineamos con un propósito eterno y recibimos fuerzas para seguir, incluso en medio de la prueba. Es en esa rendición donde el corazón se purifica, donde el carácter se moldea y donde el Espíritu Santo se derrama con poder.
Hoy, pidamos al Señor que ponga en nosotros ese mismo celo que consumía a Jesús. Que nuestro anhelo más profundo sea agradarle a Él. Que no busquemos imponer nuestra agenda, sino abrazar con gozo Su voluntad.
Porque al final del día, no hay mejor camino que el que Dios ha trazado. Gracia Y Paz