Nadie puede ignorar el valor que tiene la educación en el proceso formativo de los ciudadanos. Conocimientos, principios y valores son inculcados a los alumnos por los profesores, y ayudan a configurar su mundo. Pero un gran desconocido, sobre todo por el hecho de que se cree conocerle, es la Constitución.
La Constitución es como el aire, ya que todos sabemos que está ahí y nos ayuda a vivir, pero, salvo que lo requiramos, lo minimizamos o ignoramos. Y se ha popularizado exigir los derechos. Este es mi derecho, o tengo derecho a tal o cual cosa, dicen muchos, y tienen razón, pero ignoran que también hay deberes, y nadie exige que esos deberes se cumplan.
Por ello, felicitamos la campana que ha encabezado el Tribunal Constitucional de llevar a las escuelas la Constitución viva, o sea, el estudio de la Carta Magna y su aplicación en su diario vivir, para que no vean este texto como algo etéreo, sino como un guardián de los más sagrados derechos ciudadanos y una relación de los deberes de cada habitante de este país.
Considero prudente que no le dejemos esta misión solamente a los profesores y al Tribunal Constitucional, sino que tratamos de explicarles a nuestros hijos la relevancia de derechos fundamentales (la vida, propiedad, trabajo digno, medio ambiente, intimidad, libertad de reunión, libertad de cultos, entre otros), así como deberes fundamentales como pagar tributos y cumplir las leyes de este país. Así nos aseguramos de ser forjadores de ciudadanos preocupados por su país, dispuestos a luchar por el respeto de las dignidades ciudadanas y respetuosos de los derechos ajenos.
Deseo concluir insistiendo en la importancia de que todos nos convirtamos en reproductores de la Constitución. Que le enseñemos a nuestros hijos el valor de la misma, y que hay derechos y deberes, porque de esos ejemplos que les demos saldrán los ciudadanos del futuro.
