Articulos

Transición de la promesa a la posesión

Los desafíos en el Señor nos permiten mirar hacia adelante y crecer cada día más en su Espíritu… o claudicar, plegar las banderas de la fe en Cristo y echar a un lado sus promesas. Cada día trae su propio afán. Las promesas de Dios no son un catálogo de expresiones vacías y sin sentido. Fueron registradas en su Palabra para que tú y yo avivemos cada día nuestra esperanza en Cristo, son inmutables y eternas como su creador. Dios promete a su pueblo una heredad completa, una tierra espiritual donde abunda el pasto de su gracia y termina definitivamente el peregrinaje errante y desleal desprovisto de propósitos. La única condición para que puedas emprender confiado tu itinerario de viaje es la obediencia, guardar su ley, meditarla para ponerla en práctica y para que tu vida alcance una verdadera prosperidad. Tu prosperidad depende de tu relación con Dios. Poseer la promesa es conquistarla, es lucharla, es entrar en el campo de batalla donde Él te acompaña y te bendice si te esfuerzas y eres valiente, es donde Él no escatima en renovar los lazos que tal vez un día le tendiste y al otro los olvidaste por los desmanes y desatinos que la vida y el mundo caído nos impone.

Debemos dar un salto a la transición, a la innovación, a la transformación. El nombre de Josué era Oseas que quiere decir “salvación”. Allí estaba él como Ministro de Moisés en los 40 años de aventuras del desierto, el campo de entrenamiento donde Dios puso a prueba la voluntad y el denuedo de muchos de sus valientes. Allí conoció de la promesa de Dios de poseer, de adueñarse de la tierra que Él tenía como heredad para su pueblo. Moisés le cambió el nombre antes de morir y le llamó Josué que significa “Jehová es salvación”, como anunciando a aquél Salvador que había de venir para llevar a su iglesia a la Canaán celestial conforme a la promesa de la vida eterna.

Somos más Oseas que Josué y por eso necesitamos una transición. Cruzar nuestro propio Jordán confiados en que Dios estará con nosotros y nunca nos abandonará. Convertirnos definitivamente en el siervo y soldado de las huestes invencibles del Señor de la Gloria. Él te ha dado una misión y ha prometido no abandonarte en el empeño y darte todo el territorio que tus pies alcancen. Él no te asegura que no habrá peligros, desilusiones, frustraciones, caídas, quebrantos y traiciones, pero sí te promete “yo estaré contigo, no te dejaré ni te desampararé”. ¿Sabes qué significa esto? Significa en primer lugar que Él estará presente,(“…estaré contigo”) en su misión, en tu batalla personal, en lo que Él quiere que le glorifiques. Significa que recibirás instrucción en todo lo que hagas (“…no te dejaré”), lo que garantiza no sólo que tendrás su compañía, sino también que te dirá todo lo que tienes que hacer. Por último, el Señor remata con esta hermosa aseveración “…no te desampararé”, como diciéndote: yo pelearé delante de ti, la batalla también es mía, el éxito está garantizado porque yo estoy dirigiendo y participando directamente en esta contienda. ¿Cuáles son mis condiciones? pregunta el Señor:

  1. ¡Esfuérzate y sé valiente! y eso requiere obediencia. Mis promesas no derramaré desde el cielo como hago brotar el rocío de la mañana: requiere que seas obediente y te esfuerces. Tu obediencia engrandece mi nombre y provoca mi intervención a tu favor.
  2. ¡Escucha mi voz! Busca en mi Palabra la instrucción que necesitas, guárdala en tu corazón, memorízala, medítala para que la puedas aplicar a tu situación y exáltala para que te vaya bien y tengas prosperidad.
  3. ¡Háblame! Aunque conozco tus luchas y preocupaciones, quiero escucharlo de tu voz. Tu oración sincera será siempre un grato perfume a mis sentidos. Yo te contestaré conforme a mi voluntad.
  4. ¡Necesitas renovarte! Mis verdaderos discípulos no son conformistas, sino incansables conquistadores porque están llenos del Espíritu transformador de mi Padre. ¡Posee la tierra la bendición que te he prometido! Gánala en la batalla de la fe. Haz el tránsito de la pasividad a la actividad. “Yo estaré contigo, no te dejaré, ni te desampararé”.

Damos gracias a Dios por sus promesas. Josué hizo la transición, se convirtió en el obediente siervo que llevó a su pueblo a conquistar la promesa del Señor. Ya no fue más el Oseas, hijo de Nun que envió Moisés a reconocer la tierra de Neguev (Números 13:16-17), sino el emprendedor, el conquistador, el hacedor de la Palabra de Dios.

Tú también, hermano y hermana, puedes serlo. No olvides que en tu corazón hay una, miles de arterias, por donde fluye la misma sangre de la estirpe de Josué, la del incomparable, grande, poderoso y sublime Redentor.

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Botón volver arriba