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Sintiendo el dolor como Jesús

Si vamos hasta la tumba de Lázaro, vemos un Jesús que sufre y encontramos el versículo más corto de la Biblia: Jesús lloró. (Juan 11.35) Pero que interesante que un poco antes, cuando María le reclama por su demora en llegar podemos leer: «Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió» Juan 11.33

Era costumbre de la época lamentarse en voz alta y de forma incontenible, pero no fue el caso de Jesús. Él derrama lágrimas de dolor por la muerte de Lázaro porque Él podía comprender el dolor humano (Isaías 53:3); Una familia temerosa de Dios y bendecida por Él se encontraba en duelo. La gracia nos sostiene, pero no evita el duelo en el corazón, más si en los días buenos nos postramos a los pies de Cristo, podemos llegar a su presencia en un día de dolor y hallar consuelo.

No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, ¡el Hijo de Dios derramó lágrimas! ¡Que nadie te diga que debes sonreír cuando pierdes a tu ser amado porque Dios lo quiso así!

Pero la buena noticia es que seremos resucitados y no es para el futuro, es para la actualidad. Cuando nos convertimos a Él somos traídos de muerte a vida, somos resucitados, la decisión es nuestra y entonces dejamos de vivir con el miedo a la muerte porque no estamos solos. Jesús va con nosotros cuando pasamos a esa dimensión desconocida.

Los que confiamos en Jesús plenamente, estaremos con él eternamente. Los que confían en sí mismos no tienen esa seguridad, pero no debemos afirmar algo que no sabemos con certeza.

Aún hoy Jesús grita: “¡Quitad la piedra!”. La piedra de tu temor, tu miedo, de tu duda, de tu pecado… y más aun “¡… ven fuera!”. “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”.

Jesús puede sacarte de esa tumba oscura y estrecha y darte otra oportunidad para una vida nueva. Cristo hoy tiene el mismo poder sobre la muerte y esto es un milagro inexplicable. Él quiere darte vida ahora y por la eternidad. Arrepiéntete de tu pecado y acepta su oferta de perdón y vida. Si deseas hacerlo ahora, decídete y ¡Ven fuera!

Fuente:
Milagros García Klibansky

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