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Que nada quebrante la unanimidad

Así que, los que somos más firmes debemos sobrellevar las flaquezas de los flacos, y no agradarnos á nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade á su prójimo en bien, á edificación. Porque Cristo no se agradó á sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperan, cayeron sobre mí. Porque las cosas que antes fueron escritas, para nuestra enseñanza fueron escritas; para que por la paciencia, y por la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza. Mas el Dios de la paciencia y de la consolación os dé que entre vosotros seáis unánimes según Cristo Jesús; Para que concordes, á una boca glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, sobrellevaos los unos á los otros, como también Cristo nos sobrellevó, para gloria de Dios. Digo, pues, que Cristo Jesús fué hecho ministro de la circuncisión por la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas á los padres, Y para que los Gentiles glorifiquen á Dios por la misericordia; como está escrito: Por tanto yo te confesaré entre los Gentiles, Y cantaré á tu nombre. Y otra vez dice: Alegraos, Gentiles, con su pueblo. Y otra vez: Alabad al Señor todos los Gentiles, Y magnificadle, todos los pueblos. Y otra vez, dice Isaías: Estará la raíz de Jessé, Y el que se levantará á regir los Gentiles: Los Gentiles esperarán en él. Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz creyendo, para que abundéis en esperanza por la virtud del Espíritu Santo. Empero cierto estoy yo de vosotros, hermanos míos, que aun vosotros mismos estáis llenos de bodad, llenos de todo conocimiento, de tal manera que podáis amonestaros los unos á los otros. Romanos 15:1-14

Desde que Pablo comenzó la parte práctica de esta carta no ha cesado de hablar de la unidad de la iglesia. Si recordamos bien este fue el énfasis de Romanos 12. La demanda de no conformarnos a este mundo, sino transformarnos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, de no tener más alto concepto de sí que el que debemos tener, nos introdujo en la necesidad de saber cuán importante es cada uno en el cuerpo, de allí el estudio de los dones, el amor fraternal y la deuda que tenemos con él. Nos ha dicho cuán importante es despertarnos del sueño que no nos deja avanzar.

La semana pasada nos habló de la existencia de dos hermanos, los débiles y los fuertes y que aquí lo continua como para asegurarse que ambos pertenecen al cuerpo y que deben ser amados y cuidados mutuamente. Y ahora, como si fuera al gran final de su carta, seguramente persuadido que la unidad de la iglesia siempre está amenazada, no tanto por agentes externos sino de ella misma, ahora nos exhorta a que mantengamos la unanimidad en el cuerpo.

Si bien es cierto que ha hecho un gran trabajo en mostrarnos las diferencias que existen en el cuerpo, más lo ha sido el hecho de mantener la unidad por encima de mis posiciones personales. El texto que sirve de base para este mensaje es este: “para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (vers. 6).

El fin de nuestra unanimidad no es complacer a alguien en la iglesia sino glorificar el Señor de la iglesia. Es, pues, nuestro más grande deber mantener esta unanimidad en la iglesia. Veamos cómo hacerlo.

 AGRADANDO A LOS DEMÁS MÁS QUE A NOSOTROS MISMOS

Agradando a los demás edificamos al cuerpo (vers. 2).

Pablo comienza este capítulo como parte de la secuencia del tema anterior. Su consejo final es que aquellos que somos fuertes que nos comportemos a la altura de los acontecimientos y que soportemos a los que son más débiles, para esto ha sugerido uno de los mandamientos que no nos gusta mucho, así ha dicho: “y no agradarnos a nosotros mismos”.

El ser humano después que cayó de su estado de gracia dejó de vivir para otros y adoptó una naturaleza egoísta cuyo fin es el complacerse a sí mismo. Y lamentablemente ese estado pareciera no cambiar ni siquiera al venir a Cristo.

La demanda de este texto es para que el cristiano no sea egocéntrico, sino que pueda interesarse en el bienestar espiritual de otros. En el mundo lo que más prevalece es la tendencia de querer gozar de sus prerrogativas. La filosofía es que nadie nos puede obligar a hacer lo que no queremos porque tenemos nuestros derechos .

La edificación de mi hermano vale más que gozar de mis derechos.

Agradar a mi prójimo es la demanda mayor después de agradar a mi Dios. Este mandamiento se nos olvida. Dejemos de agradarnos a nosotros mismos.

Consideremos en el ejemplo de Cristo (vers. 3).

Cristo mismo nos presentó su mejor ejemplo respecto de agradarse a sí mismo. ¿Sabía que la única persona que podía insistir en sus derechos era Cristo? Sin embargo no insistió con su Padre en sus derechos por ser parte de la Trinidad.

Bien pudo Cristo quejarse con el Padre por la decisión que había tomado de escogerlo para ser el salvador de una humanidad que no lo merecía. Pero al contrario, Cristo se dio a sí mismo y se hizo hombre para morir en una cruz.

Cristo hizo tanto por nosotros porque consideró que nuestro bienestar espiritual valía más que Sus derechos. El pasaje más grande de las Escrituras lo encontramos en Filipenses 2:5–8. Sobre sus hombros llevó la ignominia de todos los hombres por mandato expreso del Padre.

Por amor a nosotros aceptó el castigo de la ira del Padre, tanto que en la cruz se oyó su desgarrador clamor de sentirse abandonado. Cada vez que queramos agradarnos a nosotros mismos y con ello quebrantar la unidad y armonía del cuerpo, pensemos en el más grande ejemplo de entrega y despojarse de toda la gloria para honrar al Padre y salvar al perdido pecador. Cristo agradó al Padre.

MANTENIENDO UN MISMO SENTIR LOS UNOS CON LOS OTROS

Un mismo sentir según la visión de Cristo (vers. 5).

Que interesante que este texto comience hablándonos del Dios de la paciencia y de la consolación. Cuántas veces el Señor usa su paciencia para con nosotros. Así que Pablo nos trae este ejemplo para que experimentemos lo mismo porque contamos con esta gracia divina con la que podemos lograr ese mismo sentir que anhelamos en el cuerpo de Cristo.

Así que el Dios que nos da su paciencia y su ánimo nos dotará con sus recursos espirituales para que lleguemos a ser de un mismo sentir según de acuerdo a lo que el mismo Cristo sintió por nosotros.

¿Ha pensado es difícil lograr la unanimidad dentro del cuerpo por lo fuerte de su carácter?

Pero la verdad es que si en mi mora el carácter de Cristo tendré mejores razones para llegar a pensar, actuar y ser como Cristo y el resultado será que seamos todos de un mismo sentir también. Me agrada que en este texto Pablo ponga a Cristo como el centro de la unidad para todo en la iglesia.

Cristo quiso hacer siempre la voluntad del Padre. Ciertamente este es el secreto de mantenernos también en el mismo sentir unos a otros, haciendo la voluntad de Dios y no la nuestra.

Un mismo sentir que glorificará al Padre (vers. 6).

No buscamos ser un mismo sentir en respuesta a los que buscan que les agrademos en todo. El único deseo de mantenernos sintiendo la misma cosa es cuando lo que hacemos sea para traer la gloria a Dios. El gran fin de todos nuestros actos debe ser que Dios sea glorificado; nada fomenta esto más que el amor y la bondad mutuo de los que profesamos seguir a Cristo.

La expresión “a una voz” sugiere el fin de todo este texto. No son voces aisladas las que crean armonía en la iglesia. Todos debemos cantar la misma canción de la unidad. Todos debemos proclamar el mensaje de amor y esperanza para lograr la armonía en la iglesia.

Todos debemos unirnos a una voz en la vida de oración para traer gloria al nombre del Señor. Que glorifiquemos de una manera personal al Señor pero que lo hagamos de forma colectiva. “A una voz” significa que no haré nada individual que afecte la unidad del cuerpo, más bien me uniré al coro de voces donde para conformar y preservar la armonía en el cuerpo hasta traer gloria a su santo nombre.

RECIBIÉNDONOS UNOS A OTROS COMO LO HIZO CRISTO

Así como Cristo nos recibió (vers. 7).

He aquí otro de los grandes imperativos bíblicos que nos emplazan sobre la necesidad de guardar la unidad en el cuerpo. Fíjese que el texto dice “recibíos” no dice “rechazos” unos a otros. Cuando yo creí en el Señor lo primero que me di cuenta era que ya había otros hombres y mujeres que tuvieron una experiencia como la mía y que formaban parte de una familia de la llamada iglesia. Desde que comenzó la iglesia hasta ahora este mandamiento es lo que nos da un sentido de pertenencia.

La aceptación del otro en amor y sin hipocresía es la más grande muestra que yo soy igual que el otro. Y esto el ejemplo supremo es Jesucristo. ¿Dónde radica la importancia de este mandamiento? Pues que Cristo no solamente nos recibió cuando eran “débiles” (5:6), sino también cuando eran “impíos” (5:6), “pecadores” (5:8) y “enemigos” (5:10). ¿Ha pensado usted cómo fue que Cristo le recibió?

Pablo confirma que cuando Cristo nos recibió lo hizo para traer gloria a su Padre. Qué bueno sería recordar que al recibir a mi hermano en la fe estoy trayendo gloria al Padre nuestro. ¿Le cuesta recibir al hermanos en la fe? Qué tal si Cristo le rechaza.

Hasta llegar a ser siervo de los demás (vers. 8).

Nosotros no tenemos mejor modelo en este asunto de recibirnos y aceptarnos unos a otros como lo es nuestro amado Cristo. Observe esto. Siendo el Señor (kurios), se nos presenta como el siervo (doulos) de los judíos. En efecto, él era el diácono de los judíos con respecto al tema de la circuncisión. ¿Cómo se explica esto?

Bueno que Jesús nació judío como el Mesías de Dios para Israel. Él se sujetó a la ley y por lo tanto vivió para confirmar las promesas hechas a los padres, pero también que a través de su ministerio los gentiles pudieron glorificar al Padre. Dios bendijo a los gentiles, los que estaban fuera del pacto y las promesas, por la obediencia del Hijo.

Por lo tanto si Cristo recibió a los de su pueblo y los que no son pueblo suyo, los gentiles, con cuanta mayor razón debemos nosotros recibirnos para honrar a Dios. Mis amados nosotros contamos con el más grande modelo de aceptación. Y si bien es cierto que su propia gente le rechazó (Juan 1:12) también es cierto que los que le recibieron fueron salvos como nosotros.

EL FELIZ RESULTADO DE MANTENER LA ARMONÍA EN EL CUERPO

Llenar la vida de gozo y paz (vers. 13).

Este texto comienza revelándonos uno de los atributos divinos de los que nos aferramos para seguir adelante en la vida cristiana. Que todos sepamos no existe en la tierra un dios que nos llene de esperanza. Hay un solo Dios que puede revelarnos esto y es aquel que también nos ha manifestado sus promesas y su cumplimiento.

Por cuanto nuestra fe que ha sido puesta en él la podemos disfrutar con dos virtudes que la suministra el Espíritu: gozo y paz. Yo quiero pensar que cuando en el cuerpo de Cristo guardamos la unanimidad que nos da el Espíritu estas dos cualidades son una experiencia continua. ¿Sabía usted que una de las cosas que siempre hará el enemigo de nuestras almas es quitarnos el gozo y la paz?

Pero observe que la oración de Pablo es que ese Dios en quien hemos puesto nuestra fe y nuestra esperanza nos llene de gozo y de su paz. El mundo de lo material y del consumo buscas que llenes tu vida con todo lo que puede satisfacer tu ego y tu carne.

Pero solo hay alguien que puede llenar tu vida de esta bendición y ese es el Espíritu Santo. Estas “ramas” del fruto del Espíritu están precedidas por la más grande virtud: el amor.

Llenarse de bondad y de conocimiento (vers. 14).

Pablo termina este llamado que comenzó en los primeros versículos hablándonos de un resultado extraordinario que debe ser la nota distintiva de un creyente que ama la unidad del cuerpo: la bondad y el conocimiento. ¿Cómo supo Pablo que estos hermanos estaban dotados con estas cualidades?

Que se sepa él nunca estuvo en Roma previamente, en todo caso él mismo nos dirá que va a visitarles prontamente. Como quiera que haya sido Pablo se informó que estos hermanos habían sido capacitados por Dios y que esas cualidades les permitía amonestarse entre ellos mismos. Mis hermanos hay en esto algo muy especial.

Cuando un creyente está viviendo una vida llena del conocimiento del Señor y la bondad de Dios, la más alta virtud para la armonía del cuerpo como distintivo en la vida cristiana, quedas capacitado para ministrar a otros en la experiencia de exhortarse mutuamente.

El apóstol da como un hecho que los hermanos de la iglesia de Roma estaban llenos de bondad y de todo conocimiento. La bondad y el conocimiento son auténticas columnas que sostienen en el edificio de la unidad en la iglesia.

Pablo nos ha dicho en este texto que ni el mismo Cristo se agradó a sí mismo. Al final su más grande meta era agradar a su Padre amado. Este es nuestro modelo a seguir cuando buscamos las razones por las que no debemos dejar que nada quebrante la unanimidad en el cuerpo.

Fue el mismo Cristo quien antes de dejar que los “vituperios de los que le vituperaban” (las ofensas de los que te insultaban VRA) cayeran sobre él, había orado al Padre, diciendo: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:21).

Nos urge, por lo tanto, agradar a los demás más que a nosotros mismos. Ser de un mismo sentir más que mantenernos defendiendo nuestra propia parcela. Y sobre todo, que aprendamos a recibirnos tal cual somos como Cristo nos recibió a nosotros. Que ninguno de nosotros sea la causa de quebrar la unidad en el cuerpo de Cristo.

Fuente:
Pastor Julio Ruiz

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