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Los que nadie quiere invitar

“7 Observando cómo escogían los primeros asientos a la mesa, refirió a los convidados una parábola, diciéndoles: 8 Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él, 9 y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste; y entonces comiences con vergüenza a ocupar el último lugar. 10 Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa. 11 Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido. 12 Dijo también al que le había convidado: Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado. 13 Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; 14 y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos.”  Lucas 14:7-14 

En el momento en que Jesús estaba dando esta parábola, su tema no era la ayuda al necesitado ni la importancia de darles comida a los pobres.  Su tema era la razón por la cual tú invitas gente a la mesa.  Al igual que hoy, en aquel tiempo la mesa era un lugar de prestigio, de importancia.  Era una cuestión de estatus.  Invitabas gente a la mesa para sentarlos y tú sentir prestigio porque se regaba la voz de quién tú habías llevado.  Y Jesús aprovecha aquel momento para enseñar varias cosas.

Jesús dice que, cuando vayas a un lugar, no te sientes a la cabeza de la mesa, no te creas el más grande, no sea que llegue un invitado más importante que tú, te hagan sentarte atrás, y tengas que hacerlo con vergüenza.  Al mismo tiempo, el Señor dice que cuando lleves gente a la mesa, no lo hagas para mejorar tu estatus o por lo que ellos puedan hacer contigo; porque si tú invitas gente a tu mesa, y algún día ellos te invitan a la de ellos, ya te pagaron la recompensa.  Pagaron mesa con mesa, comida con comida.  Invita a tu mesa a personas y a gente que no todo el mundo quiere invitar porque no pueden hacer nada por ti, personas que no pueden retribuir de manera igual lo que tú estás haciendo por ellos, para que tengas recompensa más allá que simplemente sentarte a la mesa.  En otras palabras, no veas tus relaciones o tu mesa únicamente como estatus, sino como tu oportunidad de influenciar, de tocar, de cambiar la eternidad de una persona para siempre.

A través de toda la Palabra, vemos que el aspecto de sentarse a la mesa era algo sumamente importante.  Desde el Antiguo Testamento, vemos  momentos en que Dios hizo grandes milagros y grandes cosas por invitaciones a la mesa.  Jesús pasó los últimos momentos de su vida en dos lugares: La mesa, y el monte.  Interesantemente, al monte él se llevó a tres, pero a la mesa llevó a todos.  En el monte, tú debes llevar a tres, pero a tu mesa debes invitar a todos.  El problema de la iglesia es que quiere invitar a todos al monte y no a la mesa.  En el monte se ora, se ayuna, se intercede, pero en la mesa se comparte.  Y la iglesia quiere llevar a los pecadores al monte, sin primero sentarlos a la mesa.  ¿Cómo los quieres subir al monte, si primero no los has llevado a la mesa?

Lleva a la mesa aún a aquellos que te van a traicionar.  Los que están a tu lado, quizás van a cometer errores; en la mesa, aquella última noche estaba Judas, que entregó a Cristo, pero ahí estaba también Pedro, que lo negó, y a los otros discípulos no los vemos ni cerca de la cruz siquiera; pero Jesús se sentó a comer con ellos.  Tu mesa siempre debe estar llena.  Tú debes tener cercanía con todo el mundo.

En Éxodo, antes del pueblo de Israel salir de Egipto, el Señor los mandó a sentarse a la mesa.  Al otro día saldrían de allí, y aquello había que celebrarlo.  Más adelante en la Biblia vemos a la mujer sirofenicia, quien buscaba un milagro mientras la gente le decía que no se acercara al Maestro, pero ella seguía dando voces.  El Señor se detuvo y habló con ella, le dijo: Mujer, no es digno darle el pan de los hijos a los perrillos.  Pero aquella mujer dijo: Aún los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de su amo.  Ella sabía que un perro de un hombre rico, comía bien aunque fueran migajas.  Ella lo que dijo fue: Yo lo que necesito es que, de tu mesa, caiga una migaja que cambie mi vida.  Y el Señor le dio esa migaja.  Qué grande fue la fe de esa mujer.  Hay gente que con el pan completo no hacen nada en su vida, pero hay otros que, con una migaja, hacen lo que otros no pueden hacer porque tienen la fe suficiente para cambiarlo todo.

La pregunta para ti hoy es: ¿Cuántas migajas de tu mesa tú estás dejando día a día?  ¿Cuántas migajas de la bendición que tú tienes, tú estás dejando caer a los que están a tu alrededor?  Cuántas migajas, pequeños detalles, a gente que quizás no son dignas de sentarse a la mesa de cualquiera, una migaja tuya, un abrazo, una migaja de amor, algo sencillo puede cambiar y transformar sobrenaturalmente la vida de esa persona.  Pero, a veces, olvidamos el impacto que podemos tener.

Un centurión romano no se sintió digno de que el Señor fuera a su casa, pero con todo y eso, recibió el milagro.  Zaqueo recibió al Señor en su casa, y cambió toda su vida para siempre.  El Señor mismo se invitó, entró allí, se sentó a la mesa con aquel hombre con quien nadie quería estar, y cambió su vida para siempre.  Jesús va también a casa de Marta y María, pero Marta estaba más pendiente a la casa que al invitado que había llegado.  Y el Señor le reclama: Marta, Marta, afanada estás en muchas cosas; estoy aquí, préstame atención a mí, olvídate del reguero en la casa, ya yo lo vi.  Si algo grande tiene Dios es que nunca le ha importado el reguero que tú tienes en tu casa para Él meterse.  Él te dice: Ya yo me metí aquí, olvídate; toma la mejor parte.  Lo que importa no es tu casa, sino los invitados que llegan a tu casa.  Mientras los tengas cerca, sus vidas pueden cambiar, pueden ser transformados.  Debes abrir tu casa y recibir al invitado correcto.

En en Antiguo Testamento, vemos a Mefiboset, que un día David lo llamó a misericordia.  Nieto de Saúl, este joven tenía sus piernas lisiadas, y David lo sienta a la mesa a comer; al sentarse a la mesa, sus piernas no se veían.  Si algo grande hace el sentarnos todos a la mesa, es que nos pone a todos al mismo nivel.

Fuente:
Pastor Otoniel Font

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