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Los que aman el dinero más que Dios

No es extraño oír a personas decir que para ser feliz lo único que se necesitan es tener mucho dinero y disfrutar de los placeres que ofrece la buena vida y luchan, a como dé lugar, sin tener en cuenta a Dios, por obtener riquezas no importando los medios, legales o ilegales, que utilicen para lograrlo.

Sin embargo, para muchas personas es inexplicable que hombres con grandes fortunas, es decir, millonarios se quiten la vida, al darse cuenta que en su corazón hay un vacío tan grande que no lo llena el dinero y caen bajo un estado de depresión y ansiedad que los lleva al suicidio.

El suicidio de millonarios se extiende como una plaga por las principales economías de Europa. Un envidiado magnate irlandés amigo de Clinton es la última víctima. El millonario Patrick Rocca era un personaje envidiado en Irlanda. Con una mansión a las afueras de Dublín, un lujoso chalet en Marbella y una fortuna estimada en 500 millones de euros, el inversor inmobiliario era la imagen del éxito. Su helicóptero estaba a disposición de Bill Clinton, cuando el expresidente estadounidense viajaba a la isla; entre sus amigos se contaban personajes de la política, el deporte, las finanzas y el mundo del espectáculo.

El cadáver de Rocca fue encontrado en el jardín de su mansión, se había disparado un tiro en la cabeza. Tenía 42 años. La Garda, la policía irlandesa, habló respetuosamente de «una tragedia personal». Rocca es de momento la última víctima de una epidemia internacional de empresarios e inversores que han puesto fin a sus días, arrastrados por el desplome de la banca y los mercados.

Si Rocca ha puesto rostro a la crisis irlandesa, Adolf Merckle, que se suicidó meses después, lo puso a la alemana. Merckle era un magnate de 74 años y figuraba en el puesto 94 de la lista de los hombres más ricos del mundo, optó por arrojarse a las vías de un tren. Discreto y con fama de tacaño, vivía dedicado a los negocios, lejos de las cámaras y la farándula. Durante cinco décadas había construido un imperio, valorado en 97.122 millones de euros, con intereses en la industria farmacéutica, el cemento y la maquinaria.

El mismo día en que murió Merckle, Steven Good, el presidente de una de las inmobiliarias más importantes de EEUU, fue hallado dentro de su Jaguar, en otro aparente suicido. Dos semanas antes, el financiero francés, René-Thierry Magon de la Villehuchet, echó el cerrojo a la puerta de su despacho en Nueva York y tras tomar unos somníferos, se cortó las venas. El cofundador de la firma de inversiones Access Internacional Advisor había confiado más de 1.000 millones de euros de sus clientes al estafador Bernard Madoff.

Poco después, había sido Eric von der Porten, jefe de una gestora de fondos estadounidense gravemente endeudaba, quien se suicidaba en su casa de San Francisco. El millonario neozelandés afincado en Inglaterra Kirk Stephenson, director de operaciones de una compañía de inversiones, afectada por la quiebra de Lehman Brothers, el conocido profesional de la City, pereció arrojándose a un tren. A la lista negra, hay que añadir tres analistas e inversores estadounidenses, Barry Fox, Edwin Rachleff y Scott Coles, que no soportaron ver la ruina de sus respectivas empresas y clientes.

Por otro lado, el deseo de riqueza fácil y sin esfuerzo, fruto del abuso, del despojo y de la «viveza criolla”, esa es la semilla espiritual de la corrupción en nuestra América Latina. Pese a todas esas tragedias, el hombre sigue «amando el dinero»; y, ese perverso y disfrazado amor al dinero, «a la platita», pervierte, destruye y ensucia el corazón del hombre, que busca «el dinero», la platita, desesperadamente como poseído de una fiebre, creyendo que tener más dinero, traerá la solución a todos sus males: Dinero, el «dios» que todo lo puede…

No en vano la sabia Palabra de Dios: la Biblia, nos enseña que detrás de esa obsesión por el dinero, se esconde un poder demoniaco llamado «mamón» que es el principal enemigo del «Reino de Dios» y que cuando recibe culto y honor, hace imposible que se crea, sirva, siga u obedezca al Verdadero Señor del Universo, al DIOS Creador eterno, porque la seducción de «mamón» es tan fuerte, que ciega los sentidos y esclaviza a los hombres.

En su culto a «mamón», el hombre solo piensa en tener platita en cantidades, pasando por encima de cualquier principio, persona o de cualquier cosa que se interponga en el camino, corren tras de este exigente y esquivo «dios dinero», a quien adoran con frenesí, irracionalmente, con locura y sin descanso, poniendo en el altar del sacrificio al “dios dinero”, la salud, la alegría, amistades y la familia, entregando cualquier cosa con tal de ser colmados de billetitos… mejor si son verdes. El «dios mamón» enceguece y engaña, para que amemos al dinero…

Jesucristo advirtió a los suyos que se guardaran de los afanes de la vida, de la preocupación por la comida y el vestido, el techo y las necesidades básicas; de esas «preocupaciones» que terminan convirtiéndose en una carrera hacia «mamón» (el demonio del dinero y la riqueza). También previno: «Ninguno puede servir a dos señores, porque siempre tendrá preferencia de uno sobre el otro, no pueden servir a Dios y al dinero (otro dios)”, (Mateo 6: 24) y continúa diciendo: «Busquen primero el reino de Dios y la justicia del reino y todas las demás cosas, serán añadidas” (Mat.6:33).

Alguien dijo que el avaro, más que dueño del dinero, es esclavo de lo que posee, no reconoce el dinero como un medio sino como un fin, goza con la acumulación porque eso le hace sentirse poderoso, su mayor deseo es el dominio: el poder sobre los demás.

Está claro que lo que prima es el equilibrio, pero el mundo en su frenética trayectoria hace que todas las circunstancias tanto personales como externas al ser humano, formen seres llenos de ansiedades que pisoteen, avancen sin mirar, destruyan — a cualquiera que se ponga a su lado por el simple hecho de pensar sólo en sí mismos y por consiguiente de controlar a los demás — lo hacen por el dinero. El dinero hizo posible al político, el político a sus cómplices, sus cómplices a los economistas, y estos últimos, por su parte, destruirían naciones. Concluíos, que el que tiene a Cristo lo tiene todo, el que no tiene a Cristo, aunque posea todos los millones del mundo, no tiene nada. Esa es la experiencia del cristiano verdadero, que disfruta de las enriquecedoras bendiciones divinas, tanto espirituales como materiales.

Fuente:
Lic. Miguel Matos

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