
En este pasaje, Jesús nos invita a vivir de manera contraria a las expectativas humanas. Nos llama a amar a nuestros enemigos, a bendecir a quienes nos maldicen y a orar por aquellos que nos rechazan. Esto no es fácil; requiere un corazón transformado por el poder de Dios. Es precisamente en las naciones heridas y en los corazones quebrantados donde el poder de Dios se manifiesta de manera más gloriosa. en Lucas 6-27-49
Una nación lastimada puede parecer débil, pero esa vulnerabilidad es la puerta por la cual Dios entra para sanar y restaurar. Jesús nos enseña que el cambio no comienza con venganza o resentimiento, sino con amor, perdón y oración. Este amor transforma no solo a las personas, sino también a las comunidades y a las naciones enteras.
El amor que cambia corazones
Jesús nos reta a dar sin esperar nada a cambio, a tratar a los demás como quisiéramos ser tratados y a reflejar la bondad de Dios incluso en momentos de adversidad. Una nación que sigue este camino, aunque esté rota, puede ser levantada por el poder de Dios. La justicia de los hombres es limitada, pero la gracia divina no tiene fin.
Construir sobre un fundamento sólido
Al final del pasaje, Jesús nos dice que quien oye sus palabras y las pone en práctica es como un hombre que construye su casa sobre una roca. Aunque vengan tormentas, esa casa no se caerá. Así también, una nación lastimada que se apoya en los principios de Dios puede resistir cualquier adversidad y convertirse en un testimonio vivo de Su poder.
Hoy, más que nunca, necesitamos orar por nuestras naciones, amar sin reservas y confiar en que el poder de Dios puede sanar cualquier herida. Solo cuando buscamos a Dios como fuente de guía y restauración, las cicatrices de nuestras naciones pueden convertirse en marcas de Su gloria. El poder de Dios es la única fuerza capaz de arreglar una nación herida.