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Mejor es la acción de gracias

En ocasiones la iglesia se desenfoca hundiéndose en un mar de reclamos y quejas al Señor. El reclamo permanente a Dios por el cumplimiento de sus promesas suena como ‘la perreta’ del cristiano que se aferra a vivir una eterna niñez en Cristo. Muchas veces la iglesia está como dormida, aletargada, sin ánimo para continuar adelante la misión de Dios.

Nos contentamos con la adoración y los encuentros de domingo en el santuario. Cuando la iglesia no tiene desafíos que le remueven los cimientos, algo anda mal. O personas ensimismadas, o sordas y conformistas. Dios entrega sus herencias, pero espera que actúes para verte crecer. Cuando él da visiones y planes, lo más sensato es ponerte en marcha y estar atento a su obrar. Unirnos al plan de Dios es su voluntad.

Nos volvemos reclamadores de promesas y no nos percatamos que ya Dios nos está bendiciendo con favores tremendos. Personalmente creo que reclamar promesas a Dios es como decirle al diseñador del universo que está haciendo las cosas mal, o que las podría hacer mejor. Más espiritual es la acción de gracia en toda circunstancia confiando en que él está obrando a nuestro favor y ejerciendo el control necesario para que maduremos en nuestra vida cristiana.

Las tribus de José (Manasés y Efraín) le reprochaban a Josué: “— ¿Por qué nos has dado sólo una parte del territorio? Nosotros somos numerosos, y el Señor nos ha bendecido ricamente” (Josué 17.12-14). El líder paciente les dio la solución. Debían trabajar y desbrozar los montes para apropiarse de la tierra y ensanchar sus territorios. No obstante, los reclamos continuaban, y Josué, resignado, hacía gala de su misericordia y piedad y alcanzaba a animar a las tribus inconformes. Esta historia se parece a la nuestra. Nuestro Padre celestial nos bendice y pasamos por alto la bendición buscando carnalmente, egocéntricamente, otras bendiciones adicionales en la telaraña tejida de una falsa espiritualidad. Y como no estamos conforme con lo que Dios proveyó, comenzamos a diseñarnos nuestra propia provisión con la estrategia del “yo quiero más”: más territorio, más ofrendas, más líderes, más local, más equipos de audio, más ministerios.

Josué distribuyó la tierra conforme le había indicado el Señor, pero al año de haber iniciado el reparto a las tribus, 7 de ellas no habían ocupado todavía el territorio recibido en heredad. Josué reprende a los negligentes y holgazanes que se conformaban con estar cerca del Tabernáculo en plena contemplación y no hacían la voluntad de Dios de poseer lo que ya era suyo. Volvemos al principio: el pueblo de Dios necesita desafíos, metas y visiones que provengan del corazón de Dios. Las quejas y reclamos egoístas deben ser evitados. La iglesia es el Gilgal para reponernos de las batallas espirituales y reparar las armaduras, no para sentarnos en los laureles de la gloria de Dios. La humildad debe salir a flote cuando se trata de disfrutar de las bendiciones de Dios. La ostentación envilece y mata las buenas intenciones de nuestro creador de hacer de nuestra vida un peregrinar provechoso para bien de su iglesia y de la sociedad.

Josué, con la ayuda de Dios, afrontó las dificultades y las quejas de sus hermanos de la fe. “Josué hizo allí el sorteo en presencia del Señor, y repartió los territorios entre los israelitas, según sus divisiones tribales” (Josué 18.10).

Iglesia, ¡estemos atentos! Meditemos en las maneras en que Dios nos está bendiciendo y cuidémonos de las quejas y reclamos innecesarios. Actuemos, trabajemos “como viendo al invisible” sin olvidar que todo se lo debemos a él y poniendo nuestra esperanza en Cristo y sólo en él. La acción de gracia es el mayor antídoto para desenfocarnos de nosotros mismos y enfocarnos en la majestad de Dios.

¡Dios bendiga su Palabra!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas | Ministerio Internacional de Intercesores “La Higuera”, Cuba

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