Editorial

El vino nuevo de la juventud de hoy

Los tiempos cambian, la vida no da muestra de lentitud sino que cada día va más acelerada. Algunos lo llaman globalización, postmodernismo, realidad virtual o simplemente inventan un término nuevo para describir lo que está aconteciendo a nivel mundial… la humanidad sigue cambiando. Talvez sea difícil para un adolescente de estos tiempos imaginarse cómo vivíamos hace apenas veinte años, cuando no teníamos celulares ni Internet. Quizás se preguntan: ¿Cómo podía una pareja citarse en un lugar determinado sin saber lo que podía ocurrirle al otro que pudiera motivar la tardanza o ausencia de aquella cita? En la época actual, la comunicación tecnológica ocupa un papel primordial en las relaciones interpersonales. La verdad es que se trataba de otro tiempo: había que ser mas previsor, teníamos más tiempo para las cosas sencillas y en definitiva la vida tenía otro color, otro sabor. El mismo hecho de que pueda  imaginarme que un joven actual se formule este tipo de preguntas es quizás un anhelo ilusorio de revivir el pasado, pues es muy posible que la velocidad del mundo moderno no permita que los muchachos se detengan a pensar acerca de cómo vivíamos hace dos o tres décadas.

No es cuestión de que si aquellas tradiciones y costumbres eran mejores o peores, la realidad es que estamos aquí y ahora. La adecuación de nuestras vidas a lo que hoy se vive, nos permite vivir más tranquilos y saludables que si insistimos en luchar contra el presente.

Una Situación similar ocurre en el ámbito cristiano de nuestros días. Se insiste en inculcar en el hombre y la mujer de este tiempo, tradiciones y creencias que pertenecieron a otro tiempo que ya dejó de existir, y ¿quése consigue? Aquellas viejas tradiciones y creencias terminan reventándose cuan odres viejos incapaces de contener el vino nuevo de una juventud moderna que desea encontrar respuestas reales adecuadas al tiempo presente.

Las enseñanzas impartidas por nuestro señor Jesucristo a sus discípulos  son el más claro ejemplo de lo que aquí expreso. Jesús mostró el camino a recorrer por todos los que decidimos seguirle, tal y como leemos en los cuatro evangelios. Pero, cuando leemos el capítulo 10 del libro de los hechos, vemos que incluso aquel discípulo sobre quien el mismo Jesús dijo que sería la roca sobre la cual edificaría su iglesia, tuvo que ser renovado en sus enseñanzas para que pudiera aceptar a los gentiles como hijos de Dios a pesar de no ser judíos ni haber sido circuncidados. Pedro, a quien le fue ordenado por el Señor de Señores que apacentara las ovejas de su  rebaño, fue precisamente el testigo ocular del derramamiento del Espíritu Santo de Dios sobre Cornelio y los demás gentiles que lo acompañaban. Aquel centurión romano de la ciudad de Cesaréa había invitado a sus amigos y parientes a escuchar las buenas nuevas de labios de Pedro, ellos aún no habían confesado con palabras el arrepentimiento ni la aceptación de Jesús como su salvador, pero, aún así recibieron el bautizo de fuego del cual nuestro señor había hablado a sus discípulos. Seguro que  en aquel momento Pedro entendió que el señor verdaderamente hace las cosas nuevas cada día, que Dios no vive dentro de un molde cuán estatuaria figura de metal, sino que es un ser dinámico y renovador, incansable y trabajador, que no se conforma con recordarnos el pasado , mas bien, ante los cambios del mundo permanece siempre a nuestro lado.

La iglesia cristiana necesariamente debe ser renovada cada día, la manera de predicar el evangelio debe estar conforme a la manera en que los nuevos creyentes aceptan la vida de hoy. En vez de rechazar y reprender al joven moderno por su música, su lenguaje y su vestimenta, los cristianos tenemos el deber ineludible de aceptarlos, amarlos y comprenderlos mediante la renovación de nuestras mentes y la comunión perfecta y constante con nuestro creador. Es imposible que la llegada de cristo a un corazón tenga como condición un lenguaje, una canción o la forma de usar un pantalón. Puede ser que aquel joven rechazado por los moralistas que se resisten a aceptar el paso del tiempo sea más semejante a Jesucristo que todos los que se atreven a juzgarlo. Jesucristo nunca fue entendido por aquellos maestros eruditos tan conocedores de la ley de Moisés, pero, tan ignorantes de la justicia del reino de los cielos.   Hermano, hermana, a veces me espanta pensar cual es el papel que jugamos nosotros y cuan parecidos a los fariseos podemos llegar a ser cuando intentamos reprender a los jóvenes que no desean vivir de nuestro ayer.

Cuando los fariseos intentaban echarle en cara al Mesías el que sus discípulos no ayunaran, haciendo esto de manera diferente a la costumbre judía, el señor les dijo las siguientes parábolas: “Nadie corta un parche de un vestido nuevo para remendar un vestido viejo. De otra manera, el vestido nuevo se rompe, y el parche tomado del nuevo no armoniza con lo viejo. Ni nadie echa vino nuevo en odres viejos. De otra manera, el vino nuevo romperá los odres; el vino se derramará, y los odres se perderán. Pero el vino nuevo debe ser echado en odres nuevos. Y ninguno que bebe lo añejo quiere el nuevo, porque dice: «Lo añejo es lo mejor». (Lucas 5:36 al 39).

El vino nuevo que representa los nuevos tiempos, los nuevos creyentes y sus nuevas y modernas mentes, no podrían aunque quisieran encajar en formas de pensar primitivas, antiguas y por ende totalmente incomprensibles para ellos. Permanecer en el pasado, intentando frenar el avance de la humanidad mediante enseñanzas que no se adaptan a los tiempos modernos, es lo mismo que echar vino nuevo en los viejos odres, los cuales solamente saldrán deteriorados en el intento de ignorar lo que es tan real. Como resultado final, nuestros jóvenes buscan en lugares equivocados aquello que cada día le negamos. Intentamos imponer sobre los nuevos creyentes una cruz que nunca pudimos cargar nosotros mismos y que ya fue cargada por nuestro Salvador, todo esto mientras olvidamos que debemos dar por gracia lo que por gracia nos ha sido dado: ¡El amor de Dios!

Es cierto, el vino añejo es mejor, pero, para que haya vino añejo debe existir primero un vino nuevo al que sólo el paso del tiempo podrá añejar. Mientras el tiempo pasa, el vino nuevo debe ser echado en odres nuevos, porque como todos sabemos la Biblia es un libro que se actualiza cada día, como todas las cosas son hechas nuevas cada día por el creador. El tiempo seguirá pasando, las cosas seguirán cambiando, pero, la palabra de Dios permanecerá para siempre. Esa es la levadura divina que añejará todo vino nuevo sobre el cual ella sea vertida.

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