Reciban un abrazo fraternal lleno de reconciliación, perdón y armonía con el Espíritu Santo. Que esta temporada sea un tiempo de unidad para la Iglesia, la familia y la nación. Aunque algunos cristianos no celebramos la Navidad debido a sus raíces paganas, recordemos que Cristo es la verdadera esencia de la Navidad. Su amor y sacrificio nos inspiran a vivir con gratitud, paz y esperanza en nuestros corazones.
La Navidad, para quienes la ven como una oportunidad, es un momento propicio para reflexionar sobre el inmenso regalo que Dios nos dio. Su Hijo unigénito. No se trata de adornos, luces o festines, sino de entender que el mayor regalo que podemos recibir es la salvación a través de Cristo. Es un llamado a abrir nuestras vidas al amor transformador de Dios y a ser luz en medio de la oscuridad, llevando Su mensaje de redención a todos los que nos rodean.
En esta época, también se nos invita a renovar nuestro compromiso con la fe. Tal como los pastores acudieron al pesebre con humildad, así debemos acercarnos a Dios, despojándonos de todo orgullo y egoísmo. La reconciliación y el perdón no solo sanan nuestras relaciones personales, sino que reflejan el carácter de Cristo en nuestras vidas. Que esta temporada sea una oportunidad para fortalecer nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos.
Finalmente, recordemos que la verdadera celebración está en vivir cada día con el gozo del Espíritu Santo. Más allá de las tradiciones humanas, lo que permanece es el mensaje eterno del Evangelio: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres” (Lucas 2:14). Permitamos que este mensaje guíe nuestras acciones y pensamientos, para que nuestro corazón sea un altar donde Cristo habite durante todo el año.
