Hace 210 años nació un niño de familia acomodada, que sin saberlo, iba a ser el redentor de su patria. En la mitología grecorromana, había tres mujeres que sólo se la pasaban cosiendo, que se llamaban las parcas. Una hilaba y daba una primera puntada (nacimiento), otra desarrollaba el tejido multicolor de la vida, y otra cortaba el hilo (la muerte).
Cuando Juan Pablo nace, su patria era una olvidada colonia que había cambiado varias veces de manos y era sumamente pobre y sufrida. Aunque tenía bienes para vivir con holgura, siempre luchó en pro de la patria, entregando todo lo que tenía en pro de esa misión sacrosanta de la libertad.
Duarte, contrario a lo que se cree, nunca fue antihaitiano. Siempre manifestó que admiraba la lucha del pueblo haitiano por su libertad, y que era enemigo de que el pueblo haitiano le negara a los dominicanos la oportunidad de autodeterminarse.
Si analizamos su vida, muy movida y azarosa, sólo tuvo gravitación política entre 1838 y 1843, algunos meses de 1844 y cuando regresa en 1861, pasando la mayor parte de su vida adulta en la selva y luego enfermo, pero con esos pocos años nos legó un ideal de patria que debemos defender.
Cuando llegue el 26 de enero, cada dominicano, doquiera esté, debe rendirle homenaje a ese joven estudiado, que sacrificó un futuro prometedor, para darnos una nacionalidad y unir a nuestro pueblo.
Hoy, todos los dominicanos, más allá de nuestras diferencias, siempre podremos buscar como ejemplo al patricio desinteresado, aquel que nunca dudó de que merecíamos ser libres e independientes, que podíamos ser prósperos y ser un ejemplo bajo el influjo de la razón y de la fe. Por ello, esa cruz en el medio de la bandera, ese signo de redención y amor.
En resumen, dominicano, recuerda que gracias a ese joven te puedes llamar así, por lo que debes cuidar su legado y traspasarlo a las futuras generaciones. Esa es la mejor forma de honrarlo. Hacer patria cada día.