Tras una larga ausencia de la escena musical cristiana, Jesús Adrián Romero rompió el silencio revelando la razón por la que estuvo alejado.
Romero quien regresa a la música cristiana luego de tres años de ausentarse, ofrece al público su nuevo material discográfico “Origen y Esencia”.
Esta placa discográfica evidencia más de cerca lo vivido durante ese lapso de tiempo en el que el cantante se alejó de todo.
Tres años en los que estuvo apartado de industria musical, Jesús Adrián trabajó en un disco que reflejara su necesidad de volver a una espiritualidad más sincera y más profunda.
“Sé que hay un mundo en mi interior, invisible a los demás, que requiere mi atención”, afirma en una de sus canciones.
Con temas muy emotivos, el cantante lanza al público este disco donde las canciones ofrecen un sentimiento de añoranza por una fe sencilla.
“Casa Vacía” se estrenó en referencia al matrimonio de sus dos hijas y cómo afronta junto a su esposa esta nueva etapa de sus vidas.
Según los medios, el material es una combinación de distintas emociones que hacen viajar hacia la espiritualidad con fluidez de palabras.
“Origen y Esencia” es la añoranza y necesidad de Romero por una fe más sencilla, menos sofisticada y más profunda, tomando como base el hambre de ser como niños para poder abrazar la fe.
Jesús Adrián invita a todos los que escuchen su nueva producción a escuchar detenidamente lo que hay en el interior de cada persona silenciando lo exterior.
Reseña: #OrigenYesencia
“Sé que hay un mundo en mi interior, invisible a los demás, que requiere mi atención”, así es como Jesús Adrián Romero rompe el silencio después de casi tres años sin editar nuevo material discográfico.
Resulta paradójico decir qué “rompe el silencio” cuando en realidad es un disco que llega para acercarnos al silencio, ofreciéndonos el marco perfecto para meditar y reflexionar sobre la espiritualidad. No puedo evitar (como un recién iniciado en la tarea de escribir canciones) detenerme en la arquitectura de las composiciones de este álbum. Me detendré no por puro afán estilístico, sino más bien, porque creo que hay un diálogo correspondido entre construcción y sentido en las composiciones de Jesús Adrián Romero.
Las canciones de este álbum (como la de los anteriores) son canciones perfectamente equilibradas en su lírica, uno las escucha y transmiten la sensación de nunca haber estado escritas sobre papel; fluyen, es muy difícil imaginárselas naciendo. No hay palabras forzadas, no hay ideas confusas, no hay vanidad literaria en ellas: hay equilibrio. No pensemos en la palabra “sencillez”, sino más bien en una modesta y secreta complejidad. Cuando uno va escuchando el disco, canción a canción, persiste un mismo cuadro escénico, el de alguien que retorna, que regresa a casa, y que añora el “origen”. Canciones como “Ahora vuelvo”, “El anhelo de mi voz”, “Duele el eco”, “Mi fe se gastó” (canción desoladora si las hay), “Que seas mi hogar”, son el claro ejemplo de ese paisaje que anteriormente mencionaba.
Ahora bien, ¿Cuál es ese punto de retorno implícito? ¿Qué es lo que se añora? La añoranza de la que se ven empapadas casi todas las canciones del álbum es la añoranza de la sencillez, de una fe menos sofisticada pero no por eso menos profunda; La añoranza de alguien que se toma muy en serio aquellas palabras de Jesús sobre la necesidad de ser como niños para poder abrazar el misterio de la fe. Es aquí donde se da esa relación entre estilo y mensaje: letras muy cristalinas pero con una profundidad siempre latente.
Ese camino de retorno es un camino que desencaja, incomoda, desafía. Es inquietantemente paradójico, no traza una linea recta, más bien es un camino circular en el que el final resulta ser el punto de partida. Curioso ¿no? Es que el camino es siempre camino, pero el caminante es devenir, no es estático, cambia. Ese retorno hacia el origen esconde una secreta ambigüedad: se vuelve al mismo sitio, pero el viajero ya no es el mismo. Se vuelve a la simpleza que narra “Que seas mi hogar”, a esa fusión armoniosa entre lo humano y lo divino, simpleza que está en la mesa, en el hogar, en la familiaridad, pero que tiene raíces profundas.
Ese camino es el que da lugar a canciones como “Cómplices”, o “Casa vacía”; otra vez, lo cotidiano y lo divino en un mismo cuadro. Hay dos canciones en el álbum que están profundamente hermanadas por su carga autocrítica. “Estar a tus pies” y “Olvidé cuidar mi huerto” poseen un grado de honestidad que no debería dejar indiferente a quien las escuche.
De estas dos canciones, “Olvidé cuidar mi huerto”, es la que va más a fondo, canción que tiene su punto más alto en la frase “olvidé que detenerme era casi obligación”, y que nos recuerda la importancia de la quietud, del reposo. Es un llamado de atención a estar atentos, a cuidarnos del ruido, del vértigo, de la velocidad.
Como decía al comienzo de la reseña, es un disco que invita al silencio, pero no a un silencio absoluto, sino más bien un silencio necesario para poder escuchar las frecuencias mas bajas que yacen en nosotros, en lo más profundo de nuestro interior. El camino es necesario, no es tiempo perdido. El tesoro siempre ha estado ahí, como en el famoso cuento de JL Borges “Historia de los dos que soñaron”. Invito a que lo lean, pero primero disfruten de “Origen y esencia”