Como creyente, la renovación de tus pensamientos, de tu manera de ver la vida, de tu experiencia con Dios, es muy diferente a tu formación antes de llegar a Cristo. El enemigo controla la mente a través de sensaciones –positivas o negativas – que has sentido en momentos cruciales. Un niño abusado tiene unas sensaciones que pasan del cuerpo a la mente; el enemigo aprovecha la perversión de otro para atarle, no en el cuerpo, sino en la mente, para que se vuelva un círculo vicioso, un desorden con el que tendrá que luchar toda su vida; pero, en realidad, no es el desorden sexual lo que hay que vencer, sino el poder en la mente de ese desorden, producto de la primera sensación. Ahí es que viene el control del enemigo, a través de la sensación. Y así es en todas las áreas de nuestra vida.
Los problemas se meten primero en tu carne; sientes, padeces, te duele, lo vives en carne propia, y luego, eso controla tu mente. Quizás, una persona ya no está en tu vida, pero todavía te controla; la sensación ya no está, pero controla tu mente. Por eso debemos cuidar todo lo que nuestros hijos sienten y experimentan, en lo natural, especialmente en su niñez. Un mal toque de la persona incorrecta, puede atar la mente de una persona para toda su vida. Todos tenemos sensaciones que alguien metió en nuestra cabeza; alguien nos dejó o nos hizo probar algo. Crías a tu hijo en el evangelio, y lo que hace falta es que un día vaya a la fiesta incorrecta y pruebe un poco de algo que le dé una sensación, y después, ¿quién y cómo se lo saca de la cabeza? Por eso es que tenemos que cuidarnos tanto.
Dios no trabaja de afuera hacia adentro, sino de adentro hacia afuera; el problema es que hay mucha gente en el evangelio tratando de sentir lo de adentro como lo de afuera. Por eso muchos dependen de las manifestaciones, porque son la respuesta de la carne al Espíritu. Si oran por ti, y no te caes, comoquiera el Espíritu obró en tu vida; lo que pasa es que hay quienes reaccionan diferente a la sensación, tienen que sentir algo todo el tiempo, porque necesitan sentir para poder tomar control de su mente. Pero, en realidad, nosotros los creyentes no sentimos nada, sino que vivimos siempre por fe, sin sentir. Nuestra batalla mental se vence en la mente por fe; no sentimos, pero nos obligamos a pensar que sí. ¿Sientes estar alegre? No; pero te obligas a ser alegre. De lo contrario, permites que lo que quiere hacerte infeliz, te sujete, en vez de ser tú quien sujete.
Pablo da a los filipenses las razones para ser feliz; estaba preso, pero el evangelio seguía siendo predicado; si moría, para él era ganancia. Él no sentía eso, pero lo creía; no salía de su carne, sino de su fe, para sujetar su mente a lo que él tenía que creer para vencer; de lo contrario, aquello que quería sujetarle, le ataría y le privaría de alcanzar el destino de Dios para su vida. ¿Sientes perdonar a quien te hizo daño? No, pero te obligas; de lo contrario, te va a sujetar, en vez de tú sujetar aquello que un día te quiso atar, y no alcanzarías lo que Dios tiene para tu vida. Esa es la batalla de la fe. Hasta que no entiendas esto, estarás atado por tus sensaciones, y no experimentarás la libertad que Dios quiere que tú vivas.
La batalla de tu mente no la gana nadie por ti, sino tú mismo, hablándote; porque lo único que puede interrumpir un pensamiento en tu mente, es otro pensamiento. Si pierdes tu trabajo, y piensas que vas a perder la casa, el carro, cómo vas a conseguir otro; terminarás pensando que te vas a divorciar, y tus hijos van a pasar hambre. Si vas a la iglesia pensando que lo que va a interrumpir tu pensamiento es lo que el pastor diga, entonces piensas: “Claro, el pastor dice todo eso porque no es él quien va a perder el carro, la casa, el matrimonio. ¿Diezmo? ¿De qué diezmo habla el pastor, si perdí el trabajo?” Porque, lo que interrumpe tu pensamiento no es lo que diga alguien más, sino lo que tú dices.
Lo que tú hables es lo que va a interrumpir tu patrón de pensamiento que, de otra manera, dejarías al descontrol; interrúmpelo declarando lo que tienes que declarar para tomar autoridad sobre tu mente en el momento preciso para obtener lo de Dios y no permitas que las sensaciones sean las que sujeten tu mente y tomen control de tu vida. No importa lo que el mundo haga, toma autoridad, con tus palabras, y tu vida será diferente.
Pablo era experto en esto. En Hechos 26, estando ante del rey Agripa, según la versión en inglés, Pablo dice: Yo me pienso a mí mismo feliz. La versión en español dice: Me tengo por dichoso. En otras palabras: Me obligo a pensarme feliz de estar aquí; yo no voy a permitir que mis circunstancias se metan en mi mente porque, un día, estas circunstancias van a cambiar. De la misma manera, un día, tus circunstancias van a cambiar; pero, si se meten en tu mente, aunque cambien, estarás atado por ellas el resto de tus días.
No hay problema con la crisis en tu país, mientras no se te meta la crisis adentro, porque no siempre el país va a estar en crisis, las cosas van a cambiar, vienen nuevas temporadas, y lo peor que puede pasar es que la crisis se te meta dentro y, cuando ya no haya crisis, tú sigas pensando como si la hubiera.
De algún lugar, respiro y alivio va a venir a tu vida. Tú lo que tienes es que poner en tu mente claridad, fortaleza, fuerza. No permitas que las circunstancias sean las que te controlen. No es lo que el mundo está diciendo lo que te va a detener; es lo que tú estás hablando, lo que tú estás confesando. Aunque no lo sientas, sigue creyendo.