Rafael Edmundo Espinal fue un ser humano excepcional, con virtudes y defectos, como somos todos, pero con un corazón inmenso, repleto de amor para sus semejantes.
Las horas transcurridas desde que partió de este mundo material que habitamos, han estado reclamando que escriba estas líneas acerca de un gran amigo, buen hermano y excelente ser humano… mi cuñado, Mundito Espinal.
Hace tres años que Mundito encontró la paz que sólo puede brindar el Salvador del mundo. Fue el día en que decidió que había llegado el momento de aceptar a Cristo en su corazón y me pidió que hiciéramos juntos esa oración maravillosa de la cual tanto le había platicado: la oración de la fe.
A partir de entonces la vida de Mundito tomó un nuevo giro e incluso llegó a sorprenderme al comentar noticias cristianas de las cuales todavía no me había enterado; quería siempre conversar sobre temas de la Biblia, hasta me llegó a confesar que le interesaba conocer al pastor Ezequiel Molina, e intenté complacerlo al respecto, pero, Dios no permitió que sucediera ese encuentro que mi cuñado anhelaba. Tal era su entusiasmo con su aceptación de Cristo, que aprovechaba cualquier momento en que coincidieran nuestros ratos libres para hablar sobre temas cristianos.
Exactamente 26 horas antes de su partida, me pidió que lo acompañara a su oficina porque quería conversar conmigo sobre algo importante. Una vez sentado ante su escritorio, me mostró unas páginas impresas que contenían algunos artefactos tecnológicos que había descubierto en internet, manifestándome que podría interesarse en adquirirlos.
Me contagié de su entusiasmo, sin embargo, sabía que tenía algo más profundo que quería compartir conmigo. Se puso algo serio al comentar: “Yo sé que el de allá arriba es quien sabe cuándo le toca a uno irse de este mundo”. Intentó esbozar una sonrisa mientras pronunciaba esas palabras, señalando con el dedo hacia el techo de su oficina casi como lo haría un niño inocente cuando habla de Dios. Luego me dijo que él no quería hacer lo mismo que Jonás el del pez. Lo repitió más de una vez, mientras compartía breves impresiones del libro del profeta Jonás.
Mundito, reconocido comunicador dominicano, cuya credibilidad nunca fue puesta en tela de juicio, a pesar de haberse desenvuelto durante décadas en tantos ámbitos diferentes del acontecer nacional e internacional mientras conducía su programa “De todo un poco”, no logró encontrar la vía idónea para predicar la palabra de Dios en los medios.
Quizás meditó demasiado acerca de lo que pensarían los demás al verlo y escucharlo compartir las buenas nuevas que alegraban su corazón en los últimos tiempos; o a lo mejor se sintió como el centurión aquel que dijo a Cristo que no era digno de que el Maestro visitara su hogar, en este caso, el programa de Mundito Espinal. Puede que haya sido un poco de las dos comparaciones y algunas más. Lo cierto es que fui testigo del entusiasmo que sentía Mundito por la palabra de Dios y del gran deseo que tenía por compartirlo con todo el mundo.
Probablemente por esa razón decidió compartir conmigo el último mensaje que, en su papel de comunicador, enviaría al pueblo dominicano. Dijo que no quería ser como “Jonás el del pez”.
Mientras observaba el desfile de personas, de diversos oficios y profesiones, que desfilaron durante su funeral, comprendí todo el significado de aquel último mensaje de Mundito. Vi ante mis ojos la vanalidad en la que el pueblo dominicano ha convertido sus valores, y lo comparé con la gran ciudad de Nínive, a la cual Jonás debía advertir que si no se alejaban de la maldad en que vivían, serían destruidos por el Señor.
Tres días de camino debió Jonás recorrer por toda Nínive hasta que todos escucharan el mensaje del Altísimo; tres días han transcurrido desde la partida de Mundito y su mensaje ha calado tan profundamente en mi interior, que debo advertir al pueblo dominicano acerca de las cosas que el Señor está observando en nuestra conducta como nación.
La criminalidad que azota a las ciudades dominicanas es el fruto de la indolencia con que el pueblo tolera la miseria que arropa a los más desposeídos; el ataque depredador de los degenerados que amenazan con pervertir a nuestros jóvenes con sus ejemplos malsanos que invaden los medios ante la indiferencia de todos, es semilla podrida que cosecha tanta inmoralidad como la que vemos a diario en las calles, en los medios, por todos lados.
Además, la infame corrupción que con desmedida arrogancia exhibe el producto de sus latrocinios impunemente ante el silencio de la gente, es una muestra evidente de tantos corazones indolentes… ¡Esas cosas tienen que acabar! Estas grandes calamidades seguirán en aumento, a menos que el pueblo dominicano escuche las advertencias que Dios nos está haciendo.
Por eso sufrimos la sequía interminable, incendios forestales criminales, el descontento de la gente, el hambre, la corrupción, tantos males sembrados por el maligno.
¡Escucha pueblo dominicano! ¡El Señor te habla a grandes voces! Vuélvete de tu maldad, comienza a ayunar y a implorar el perdón de Dios antes que sea demasiado tarde. Dios es compasivo y misericordioso, si perdonó la maldad de Nínive aquella vez, también sabrá perdonar la indiferencia con que lo hemos tratado en los últimos tiempos.
El rey de Nínive se humilló ante el Creador para implorar y obtener su perdón, entonces, nos corresponde a todos, comenzando por nuestras autoridades: el Presidente, senadores, diputados, alcaldes, ministros y autoridades policiales, pueblo dominicano en general. El Señor te manda a decir que te vuelvas de tu maldad, que te humilles ante su presencia y busques de su amor y misericordia.
Mundito no quería partir sin cumplir la encomienda que Dios puso en su corazón. Aquella tarde, después de compartir conmigo su inquietud, me pidió que orara por él allí mismo en su oficina. Impuse mis manos en su frente y en su corazón. Pude ver como la paz irradiaba desde su rostro y luego me comentó que se sentía bien, que todo estaba bien.
Esa es la misma sensación que el pueblo dominicano debe anhelar con toda su alma y con todo su corazón. Esa paz, ese bienestar que sólo el Señor nos puede obsequiar. El Señor te está hablando, escucha sus palabras y devolvamos a nuestra nación la bendición que el Señor ha designado para sus pueblos escogidos.
Vuélvete al Creador y retomemos juntos el camino de su amor, su paz y su perdón. Es una advertencia divina, un mensaje fruto del amor de Dios, y el Señor quiere darnos su bendición.