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Edificaré mi iglesia

Mateo 16:13-18. Hace dos mil años Cristo fundó su iglesia y el Espíritu Santo la bautizó el día de Pentecostés. Desde entonces ella es el cuerpo de Cristo y través de ella cumple su misión de salvación a la humanidad. De las tres instituciones que el Señor ha dejado: la familia, la iglesia y el estado, la iglesia es la que permanecerá para siempre. En el cielo no estará ni el estado ni la familia. Allí estará la iglesia como la Esposa del Cordero en su celebración eterna. Por lo tanto, la iglesia es y seguirá siendo lo más amado por Dios. No es poca cosa lo que somos para él. Esta iglesia a los ojos de Dios ya está hecha; ya ella está disfrutando de los goces celestiales y de los lugares celestiales. Sin embargo, nosotros todavía estamos acá. La iglesia no es perfecta todavía. Los que la componemos nos debatimos todos los días en temores, angustias, enfermedades y en la lucha con esta carne que no ha sido redimida. Pero no por eso deja de ser la iglesia de Cristo. La iglesia sigue siendo la misma a través de todos los tiempos. Ella enfrenta los mismos desafíos. El Señor sabía que las siete iglesias del Apocalipsis representarían a la iglesia en todos los tiempos (Apc. 2y 3). Es por eso que Éfeso tiene que ver con la iglesia que había dejado su primer amor, Esmirna con la iglesia que sufriría persecución, Pérgamo con la iglesia que necesitaba arrepentirse, Tiatira con la iglesia que tenía falsas doctrinas, Sardis con la iglesia que se había quedado dormida, Filadelfia con la iglesia que había perseverado pacientemente y Laodicea con la iglesia con una fe tibia (Apc. 2, 3). ¿Se parecen a nuestras iglesias? ¡Claro que sí! ¿Está por eso perdida la iglesia? ¡Claro que no! La iglesia sigue adelante porque ella es de Cristo. Jesús dijo: “edificaré mi iglesia” v. 18. ¿Con que cuenta la iglesia para su edificación?

CUENTA CON EL HIJO DE DIOS COMO SU EDIFICADOR
Él es más que un buen profeta vv. 13, 14. La pregunta de Jesús en este pasaje es muy elocuente: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”. Dos aspectos deben ser analizados en esta pregunta. Por un lado en el ambiente estaba la llegada de alguien a quien llamarían el “Hijo del Hombre”, lo que era lo mismo que el Mesías prometido. Por otro lado el propósito de la pregunta en sí. La pregunta que hizo Jesús acerca de la opinión que la gente tenía de él no es fácil. Tiene su riesgo porque no siempre la gente hablará con total honestidad cuando se trata de nuestro testimonio, carácter o conducta. Pero Jesús es el único hombre que puede hacer esta pregunta porque nadie puede señalarlo como pecador (Jn.8:46). Los discípulos dieron respuestas comparativas. El que Jesús haya sido comparado con Juan el Bautista ya era un inmenso honor. De Juan el Bautista, Cristo dijo que era el más grande de todos los profetas. Compararlo con Elías, bueno él fue el más grande de los profetas del Antiguo Testamento. Y compararlo con Jeremías, ese profeta llegó a ser un tipo de Cristo. El haber pensado en Jesús así era grande, pero Jesús era superior a esos tres profetas juntos.

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” v. 15. La manera cómo Jesús enseñó a sus discípulos sigue siendo el modelo para entender toda su doctrina aplicada a la iglesia. La opinión que la gente tiene de Jesús es muy variada, muy parecida a la de ese tiempo. Si bien es cierto que muy pocos podrán encontrar en él alguna falla, no todos están dispuestos a reconocer lo que él es. Estas dos preguntas revelan que Jesús no está tan interesado en lo que la gente de afuera opine de él sino qué es lo que creen sus seguidores. El concepto que tengamos de Cristo determinará mi propio crecimiento y el de la iglesia. La iglesia del Señor no irá más allá del concepto que sus miembros tengan de Cristo. Creo que cuando Cristo hizo esta pregunta estaba pensando en su iglesia a través de los tiempos. “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” es la manera de hacer un diagnóstico para conocer a profundidad al Señor de la iglesia, a su constructor eterno. Hay un riesgo permanente en el creyente y es el hablar tanto de Cristo sin conocerle de corazón y en la intimidad. Y usted y yo, ¿qué decimos acerca de Cristo? ¿Qué tanto le conocemos? Él es el Arquitecto eterno de su iglesia. Nadie más.

CUENTA CON UNA GARANTÍA QUE PROTEGE SU EDIFICACIÓN
La garantía de su fundamento v. 16. “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. ¿Por qué es importante esta declaración? Porque de ella depende todo lo demás en un hijo de Dios. Si usted no conoce a Cristo de esta manera y por una revelación especial, como le pasó a Pedro, usted podrá estar en la iglesia y “pasársela” bien pero no haber nacido de nuevo. Los auténticos salvos permanecen para siempre y la iglesia llega a ser su expresión donde encuentra el gozo y la comunión con sus hermanos, porque primero la ha tenido con su salvador. Si usted no ha confesado que Jesús es el Cristo y ha creído en su corazón que Dios le levantó de los muertos no podrá ser salvo. Esta confesión es la que le da a la iglesia su razón de ser. Este es el fundamento sobre el que se construye la iglesia. Cristo como el Arquitecto eterno ha puesto su fundamento y no podía ser otro que la declaración de Pedro porque fue dada del cielo. Esto revela que el fundamento de la iglesia no puede ser humano, basado en las tradiciones de los hombres, sino a quien Dios el Padre ha revelado acerca de su Hijo. Este es el fundamento sobre el que se construye la iglesia.

CUENTA CON EL MATERIAL HUMANO PARA SU EDIFICACIÓN
Cuenta con Simón, hijo de Jonás v. 17. El mayor recurso que cuenta una iglesia en construcción es su propia gente. Es cierto que requerimos recursos para avanzar. Mis diezmos y mis ofrendas hacen posible que la iglesia avance, así como cualquier otro recurso que sea dado para su desarrollo. Pero el recurso más importante con el que cuenta la iglesia es el de cada miembro con su sencillez y su trasfondo social. Observe este pasaje. Jesús llamó por su nombre Simón, hijo de Jonás, al pescador. Pero por su confesión lo llamó Pedro. Él era un sencillo pescador que acompañó a Jesús en cuando él comenzó su ministerio. El nombre Simón significa “caña débil tirada por el viento”, pero esa caña llegó a ser una “roca fuerte”. Son los hombres ordinarios los que el Señor llama para hacer las cosas extraordinarias. Le doy un simple ejemplo. Había un hombre endemoniado que era el terror de un cementerio, tanto que ni las cadenas le podían sostener. Pero fue transformado por Cristo y después llegó a ser el misionero a diez ciudades (Mr. 5:1-20). Cristo vino para construir su iglesia con ese material sencillo que somos nosotros para que al final su nombre será glorificado.

CUENTA CON EL MÁS GRANDE MENSAJE PARA SU EDIFCACIÓN
Una iglesia construida sobre esta confesión v. 18. La confesión de Pedro, no sobre su persona, es donde Cristo construirá su iglesia. El mensaje que el mundo necesita saber es que Jesús es el Cristo el Hijo del Dios viviente. Jesús como Cristo nos revela que él era el que las profecías habían anunciado previamente. Los judíos enfrentaron la diáspora después de la deportación a Babilonia. Aquello dio por culminado el período de los reyes. Después de ese tiempo nacieron las sinagogas y las distintas sectas judías que aparecen cuando Cristo vino. Durante el llamado período intertestamentario (400 años) se desarrolló el concepto del mesianismo. La expectativa de la llegada de un líder para liberar a Israel de las fuerzas opresoras cobraba más vigencia.

Una iglesia construida para desatar v. 19. Este es uno de esos textos que se ha usado para construir una mala teología que cambió el rumbo de la historia de la iglesia hasta hoy. Los teólogos católicos vieron en las palabras de Jesús “sobre esta roca la construcción de la iglesia y no sobre la confesión de Pedro. Tanto así que fue de este texto que surge la idea que Pedro fue el primer papa. Pero Jesús no habló de construir su iglesia sobre una persona sino la base de una confesión de fe. A Pedro le agradecemos que haya sido el medio mediante el cual el Padre celestial trajo la más grande revelación que se conozca acerca de Cristo. Por lo tanto el asunto de “atar y desatar” tiene que ver con la tarea de la iglesia a través de su gente. El concepto de “las llaves del reino” se puede ver como esa autoridad dada a la iglesia para abrir el reino a los que reúnen las condiciones para entrar: arrepentimiento y fe en Cristo. Bueno si lo vemos en la obra evangelística de la iglesia esto tiene sentido. Nadie más sino la iglesia es la responsable de poner en libertad (desatar) a los que están cautivos por el diablo. Esta es nuestra mayor responsabilidad ante el mundo. La iglesia tiene la misión de desatar.

CONCLUSIÓN: Jesús dijo: “edificaré mi iglesia”. No dijo: “edificaré la iglesia”. La iglesia es de Cristo, no es de Pedro. La iglesia es de Cristo, no del pastor. La iglesia es de Cristo, no de los ancianos o de los diáconos. La iglesia es de Cristo, no de algunas familias. Él es su arquitecto y constructor. Él es la “piedra angular de todo el edificio”. La base de toda la edificación descansa en las palabras “tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Pero el material que Cristo usa para esa edificación somos todos nosotros. Al igual que los apóstoles tenemos respuestas variadas acerca de Jesús. Pero al igual que Simón hijo de Jonás, que significa “caña débil” podemos llegar a ser Pedro (pequeña piedra). En la iglesia no están los mejores sino los que han oído la voz de Cristo que ha dicho “os haré pescadores de hombres”. Todos somos necesarios en la obra del Señor. La reedificación del muro de Jerusalén requirió que todas las familias hicieran su parte (Neh. 3). Jesús está edificando esta iglesia pero lo hará con tu participación. ¿Cuál será la suya en esta edificación?

Fuente:
Rev. Julio Ruiz, Pastor

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