En la carta a los tesalonicenses, el apóstol Pablo, hace referencia a que el hombre está formado por tres partes integrales, el cuerpo, el alma y el espíritu, como dice la Escritura: Y que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Tesalonicenses 5:23). Como podemos ver, el ser humano fue hecho a la figura del tabernáculo de Moisés, el cual estaba dividido en tres partes, el atrio, que corresponde al cuerpo, el alma, al Lugar Santo y el espíritu, al Lugar Santísimo. Cada una de estas partes, necesita ser santificada o apartada para el Señor, por lo que tenemos que pasar por un proceso de limpieza y transformación, empezando en el espíritu.
Cuando recibimos al Señor Jesucristo como nuestro Señor y Salvador, nuestro espíritu es vivificado; nuestra alma, empieza un proceso de restauración y el cuerpo, será transformado y glorificado en el día del Señor. El trabajo del cristiano radica en la restauración del alma, para lo cual, necesitamos fortalecer al espíritu a través de la palabra de Dios, como dice la Biblia: Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de tu presencia y no quites de mí tu santo Espíritu. Restituye el gozo de tu salvación y sostenme con un espíritu de poder. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos y los pecadores se convertirán a ti (Salmos 51:10-13).
En la actualidad, la mayoría de los cristianos no son espirituales, sino que almáticos, ya que no se les ha enseñado a buscar a Dios de una forma espiritual, recordemos lo que el Señor Jesús dijo a la mujer samaritana: Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora viene y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que le adoren. Dios es espíritu y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad (Juan 4:22-24).
Muchas de las congregaciones modernas, se han visto en la necesidad de atraer a las personas entreteniéndolas, aumentando en ellas la carnalidad y no la espiritualidad, a través de las emociones hacen de los creyentes, adeptos o simpatizantes del hombre, más no de Dios. Por eso dice el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo: Si enseñas la verdad a los miembros de la iglesia, serás un buen servidor de Jesucristo. Estudiar y obedecer las enseñanzas cristianas, como tú lo haces, es lo mismo que alimentarse bien. No prestes atención a historias falsas, que la gente inventa. Más bien, esfuérzate por ser un buen discípulo de Jesucristo. Es verdad que el ejercicio físico ayuda a que todo el cuerpo esté sano, pero es mucho mejor esforzarse por confiar cada vez más en Dios, porque nos hace bien aquí en la tierra y también nos servirá cuando vivamos en el cielo. Esto es una verdad que podemos creer y debemos creer. Por eso nos esforzamos tanto, pues confiamos firmemente en Dios. Él vive para siempre y es el Salvador de todos, especialmente de los que confían en Él. Enseña estas cosas y diles a todos que las obedezcan. No permitas que nadie te desprecie por ser joven. Al contrario, trata de ser un ejemplo para los demás cristianos. Que cuando todos oigan tu modo de hablar y vean cómo vives, traten de ser puros como tú. Que todos imiten tu carácter amoroso y tu confianza en Dios (1 Timoteo 4:6-12).
Muchos ministros en la actualidad, ya no quieren ser conocidos como pastores, maestros o evangelistas, sino que prefieren ser llamados life coach o entrenadores de vida, ya que de esta manera obtienen un mejor beneficio en sus salarios, enseñando a los asistentes, a sus congregaciones a tener una vida exitosa, desde el punto de vista humano, aunque espiritualmente están más vacíos que antes.
Un entrenador de vida, según el buró de trabajo de Estados Unidos, gana un promedio de trescientos dólares por hora, mientras que un pastor tradicional, seguirá recibiendo las ofrendas de los fieles. De esta forma, la iglesia ha ido tomando prácticas mundanas que han opacado el mensaje de Jesús, quien dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Pues ¿Qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿Qué dará un hombre a cambio de su alma? (Mateo 16:24-26).
Es interesante notar, que en la actualidad, la mayoría de los ministros apelan al alma, es decir, a las emociones de los cristianos, haciéndolos sentir bien de forma temporal, entreteniendo y animando a las personas para que puedan aguantar un día más de su existencia alejada por completo del Dios Vivo. Por otro lado, aún queda un remanente de hombres y mujeres que se esfuerzan cada día, por presentar a sus congregaciones al Cristo de la Biblia y no a uno diferente acomodado a sus necesidades y apetitos, como dice el apóstol Pablo: Hermanos, sed imitadores míos y observad a los que andan según el ejemplo que tenéis en nosotros. Porque muchos andan como os he dicho muchas veces y ahora os lo digo aun llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo, cuyo fin es perdición, cuyo dios es su apetito y cuya gloria está en su vergüenza, los cuales piensan sólo en las cosas terrenales (Filipenses 3:17-19).
Nuestro trabajo primordial como ministros y como hijos de Dios, es crecer espiritualmente y menguar en los apetitos de nuestra alma, para que sea el Espíritu el que nos guíe a toda verdad, ya que solo por medio del espíritu podemos tener relación con nuestro Dios. El apóstol Pablo, escribió: Porque entre los hombres, ¿Quién conoce los pensamientos de un hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?Asimismo, nadie conoce los pensamientos de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido, no el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado gratuitamente, de lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las enseñadas por el Espíritu, combinando pensamientos espirituales con palabras espirituales.
Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente. En cambio, el que es espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado por nadie. Porque ¿Quién ha conocido la mente del señor, para que le instruya? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo (1 Corintios 2:11-16). Finalmente, quiero aconsejar a los lectores que se encuentran en congregaciones que no enseñan la sana doctrina, que el Señor los guíe a encontrar una casa espiritual que a través de Cristo los conduzcan al Padre.