“Le dijo Tomás: -Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo podemos saber el camino? Jesús le dijo: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:5-6).
Jesucristo habló claramente a sus discípulos acerca de los preparativos que él haría en los cielos para recibir a los siervos del reino de Dios una vez estos abandonen el plano material. Con esas palabras de convencimiento también se dirigió a nosotros a través del tiempo. Él sabía que un día usted y yo estaríamos interesados en saber cuál es el camino que conduce a Dios. Sobre todo ahora que encontramos tantas doctrinas diversas en las cuales los hombres de diferentes etnias y nacionalidades depositan su fe, es una situación que hace a muchos preguntar: “¿Cuál es el camino que conduce a Dios?”.
La pregunta de Tomás precedió a la aseveración hecha por el Maestro de que ellos, sus discípulos, sabían hacia donde él iba y el camino que conduce a ese lugar. Dichas afirmaciones provenían del hecho evidente de que todos los presentes habían estado a su lado durante todo su ministerio y habían sido testigos del legado que nos dejó mediante la predicación, sus obras milagrosas, su sabiduría y el amor que prodigó a sus semejantes.
A ese camino se refería Jesús, al ejemplo dejado por él para que lo sigamos y seamos exactamente tal y como él nos enseña. Hasta ese instante Tomás y los demás discípulos no habían comprendido que la verdadera razón por la cual Jesucristo, el verbo de Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros, fue para abrir el camino que la transgresión de Adán había cerrado para la humanidad, que eran las cosas cotidianas, lo que él hacía cada día del tiempo transcurrido durante su ministerio, lo que representa el camino por donde hemos de transitar todos los que queremos llegar al lado del Creador.
Él les dijo que ellos sabían el camino, porque lo habían vivido a su lado, lo habían conocido enteramente y formaban parte del mismo. Correspondía a ellos, a partir del momento en que Cristo muriera en la cruz, enseñar ese camino a todos los demás hombres y perpetuarlo mediante la formación de otros discípulos que a su vez formarían a otros y así sucesivamente hasta el fin de los días. Ese camino piadoso, lleno de amor y bondad, caracterizado esencialmente por la humildad de Jesucristo y el desprendimiento de todo cuanto él sabía y tenía, es el camino que conduce a Dios. En aquellos días los israelita esperaban al Salvador del mundo, confiaban en que su redentor llegaría para librarlos de la mano opresora del imperio romano, en otras palabras, esperaban un libertador que los llevaría a la guerra contra sus opresores. Hoy en día son muchos los que esperan sentirse libres mediante la obtención de dinero y comodidades, mediante el ascenso al poder o alcanzando lo que en su mente ha sido fijado como “éxito”. Dichas personas ignoran el camino, no conocen a Jesús, por eso no saben que escudriñando la palabra de Dios pueden darse cuenta de cuál es la verdad que enseña el camino hacia la vida eterna.
Te invito a que recorras conmigo el camino que conduce a la libertad, para ello sólo tienes que estudiar la palabra de Dios. Si lo haces, el Señor te mostrará el camino, la verdad y la vida. Es el único camino que conduce a Dios.