La pregunta es: «¿Cómo matar el pecado en mi vida? ¿Cómo lo hago?» Le voy a dar algunos breves principios, muy básicos y sencillos.
Si usted vive en el Espíritu y se dirige hacia la vida eterna producto de su salvación, el Espíritu le da el poder para matar las obras de la carne.
La pregunta es: «Muy bien, ¿cómo puedo hacer eso? Estoy de acuerdo en que el poder está ahí, esa es la inclinación en mi vida, allí me dirijo. Quiero ver que el Espíritu haga más y más de ella. ¿Cómo llego a ese punto? ¿Cómo gano la victoria? ¿Cómo establezco ese patrón habitual? ¿Qué debo hacer?»
Reconozca la presencia del pecado en su carne
¿Sabe por qué la mayoría de los cristianos son usualmente los más derrotados por el pecado? Creo que es debido a que su pecado los tiene tan engañados que nunca llegan al punto en el que honestamente lo reconocen por lo que realmente es. No tratan el problema.
Pasan gran parte de su vida justificando su pecado como una característica de su personalidad o un producto de su entorno. Minimizan sus pecados habituales como simple idiosincrasia de la individualidad, como alguna predilección prenatal que su madre tenía, o lo que sea. La gente puede ser tan buena negando la realidad del pecado que no la ve. Como resultado, no lo tratan porque ni siquiera lo reconocen por lo que es.
Cualquier tipo de victoria espiritual comienza con la identificación del enemigo. Es la misma historia de siempre: «Si usted no sabe a lo que está disparando, ¿cómo va a atinar?” ¿Cómo voy a eliminar de mi vida lo que ni siquiera identifico que necesita ser eliminado?
El pecado no sólo es malo, es engañoso. Y está ahí dentro de cada uno de nosotros. Créanme que está ahí. John Owen tenía razón, él dice del pecado:
No tiene puertas para abrir. No necesita ningún motor para funcionar. Se encuentra en la mente y en el entendimiento. Se encuentra en la voluntad. Está en las tendencias de los afectos. Tiene intimidad en el alma.
¡Está ahí! Pero, inevitablemente, está cubierto. Como el salmista oró: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad» (Salmo 139:23) Tenemos que pedirle a Dios que nos ayude a ver nuestra pecaminosidad si queremos reconocerla por lo que es.
No se deje engañar acerca de lo bueno que usted es. Créame, su pecado está ahí; y es miserable; y surge a través de las grietas de su supuesta justicia. Sale en ira y en amargas palabras, pensamientos crueles, críticas, vanidad, falta de comprensión, impaciencia, oraciones débiles, pensamientos inmorales y pecados, incluso manifiestos. Usted necesita conocer sus debilidades.
Hageo el profeta, en el primer capítulo de su profecía, repite la orden: «¡Meditad bien sobre vuestros caminos! ¡Meditad bien sobre vuestros caminos!» (Vv. 5, 7). En otras palabras, examínese. Primera Reyes 8:38 dice: «cuando cualquiera sintiere la plaga en su corazón». Y Pablo, en Efesios 4:22, habla de deseos engañosos. A partir de estos y muchos otros pasajes, la Biblia aclara: si usted quiere matar al pecado en su vida, debe comenzar por el examen de su propio corazón para ver la realidad de lo hay allí.
Un corazón afianzado en Dios
Segundo paso. Para ganar esta victoria, triunfar y para ver que el poder del Espíritu de Dios comienza a darle poder sobre la carne no redimida que usted desea, que Dios desea, debe tener un corazón consolidado en Dios. Un corazón aferrado a Dios. El salmista dice en el Salmo 57:7: «Pronto está mi corazón, oh Dios, mi corazón está dispuesto.» ¿Qué quiero decir con eso? ¡Constante devoción a Dios! Eso es la totalidad de la vida espiritual donde me entrego completamente a Dios. ¿Qué expreso con eso? Lo que estoy diciendo en realidad en este contexto es que no se puede tener pecado en una sola área. No se puede limpiar mucho, pero dejar sin hacerlo en un área. No puede matarlo de hambre en un solo lugar; y darle de comer para que habite en otro lugar. Si vive en donde quiera que sea, se arrastrará a todas las demás partes. Es la hierba más nociva, mala, de más rápido crecimiento que existe. No se limitará a un solo lugar, va a estar en todas partes. El salmista dice en el Salmo 119, versículo 6: «Entonces no sería yo avergonzado.» ¿Cuándo? ¿Cuándo no sería avergonzado? «Cuando atendiese a todos Tus mandamientos.» Mi vida no estará bien, mi vida no va a ser sin vergüenza hasta que yo dé el debido respeto a todos los mandamientos de Dios. Y eso es enfrentar todos los problemas del pecado en mi vida. La única vida sin vergüenza es la vida de uno que está totalmente afirmado en Dios, que ha tratado con todo.
Medite en la Palabra
Medite en la Palabra. La llenura del Espíritu se equipara en Colosenses 3 “con dejar que la Palabra de Cristo habite en abundancia en usted”. Cuando la Palabra lo controla, cuando controla su pensamiento, cuando está allí como el salmista dijo y «medita de día y de noche», cuando está allí escondida «para no pecar contra Dios», entonces usted tiene un factor de control en su vida. La forma de matar el pecado en su vida es alimentarlo con la Escritura. Es un veneno. Envenenará al pecado. Alimente a una vida pecaminosa con la Escritura – ¡la envenenará! Lo que realmente controla su mente, controla su comportamiento; aprenda a cerrar la basura y alimente al pecado, el pecado restante en su vida con una dieta constante de la gloriosa verdad de Dios; y eso infectará al pecado. Por lo que usted debe entregarse a la Palabra. Usted debe saturase de la Palabra. Usted debe escuchar la prédica y la enseñanza de la Palabra. Usted debe aprenderla por sí mismo y meditar en ella día y noche.
Comunión con Dios en oración
Esto es muy básico. En cuarto lugar, y muy importante, en comunión con Dios en la oración. Comunión con Dios en la oración. Esto nos lleva de vuelta al primer punto que le di. La verdadera oración le da al corazón un sentido de su propio carácter vil y renueva el odio al pecado. La verdadera oración hace eso. John Owens dijo: «El que suplica a Dios por el perdón del pecado también suplica con su propio corazón detestarlo.» En algún momento, en su propia vida de oración, tiene que ser honesto. Tiene que ser honesto. Y necesita empezar a decirle a Dios: «Yo quiero que me reveles mi pecado, quiero que me conmuevas. Quiero que me lo muestres. Quiero que sacudas el polvo que lo cubre. Quiero que se desprenda lo que ha estado escondiendo la basura en mi vida, para que sea manifiesto y visible para mí. Quiero ver la realidad de mi pecado. Quiero que me lo muestres tal como es.» Eso es parte de su comunión con Dios.
Cuando usted ora a Dios – esa es una confesión sincera. Puede decir que confiesa sus pecados, pero hasta que no ore: «Dios, muéstrame todos los pecados de mi vida, revélamelos todos, descubre cada rincón de mi vida. Que puedan llegar a ser tan detestables para mí como lo son para Ti y dame la fuerza para ver que se van.»
Ése es el tipo de oraciones que son las verdaderas oraciones de arrepentimiento. Siempre he creído que cuando realmente confesamos los pecados, después de decir: «Señor, por favor, perdóname por ese pecado», agregamos al final -si la confesión es verdadera- «Y Señor, que nunca repita esto otra vez.» Esa es la exclamación de mi corazón. Y entonces, la oración expone los pecados secretos. La oración debilita a los pecados predominantes. La oración encuentra fuerza en la comunión con el Dios Santo que mata al pecado en nuestras vidas.
¿Qué debo hacer si quiero conocer la victoria sobre el pecado? En primer lugar, tengo que reconocer el pecado en mi vida. No se engañe, no subestime su miserable condición, tal como Pablo no lo hizo en Romanos, capítulo 7. Y luego, fije la mirada íntegramente en Dios y conságrese a Él por completo, para que todo en la vida, sea Él. Como dijo el salmista en el Salmo 16: «Yo he puesto al Señor siempre delante de mí»; y esa es la única manera de vivir. Y luego, también es igualmente esencial que usted cultive el conocimiento y el entendimiento; y una comprensión profunda y aplicación de la verdad bíblica; y que usted pase tiempo en oración sincera delante de Dios, llevando la verdad a la vida en Su presencia. Y en ese tipo de ejercicios espirituales simples viene la muerte del pecado. A continuación, hay un quinto y último punto en este breve modelo de victoria.
Cultive la obediencia
Ahora salimos de ese lugar privado, donde buscó su pecado y fijó la mirada en Dios. Y donde usted ha meditado en la Palabra y en donde se comunicaba con Dios en oración; y nos vamos al espacio público; y ahora el patrón de su vida se encuentra en un curso de obediencia. Pablo dijo: «No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo». «Prosigo a la meta.» No he llegado a la meta, pero estoy en el camino. ¿En qué camino estaba él? El camino de la obediencia. Pedro dijo que nuestras vidas deben caracterizarse, en 1 Pedro 1:22, «por la obediencia a la verdad.» Y caminamos un camino de obediencia. Si desea participar en una verdadera batalla contra el pecado, establezca su curso día a día, momento a momento, un paso a la vez, en un camino de obediencia. Al principio, parece difícil, al principio el progreso parece lento, pero permanezca en él y con el tiempo se convertirá habitualmente obediente. Habitualmente obediente. ¡Se convierte en un hábito! Usted se queda en el camino que Dios ha trazado en Su Palabra. Ese camino le llevará a crecer en gracia, santidad perfecta, renovar el hombre interior día a día y le entrenará para la piedad.
Ahora bien, sería justo, creo, hacer una pregunta final que es: «¿qué tal lo estoy haciendo?» ¿Cómo puedo hacer un pequeño inventario y decirme a mí mismo: «Alma, Alma, ¿cómo te va? ¿Cómo está funcionando esto? ¿Estás haciendo estas cosas?» Sólo hágase algunas preguntas simples.
¿Cómo está mi celo por Dios?
¿Es mi corazón frío para con Dios? ¿El pecado me ha hecho indiferente a los tiempos de comunión con Él? ¿Tengo poco o ningún interés en Su presencia? ¿En la gloria de Su nombre? ¿Amo Su Palabra? ¿Amo Su ley? Puedo entender lo que quiso decir el salmista en el Salmo 119:136, cuando dijo: «Ríos de agua descendieron de mis ojos, porque no guardaban Tu ley.» ¿Tengo tal amor por la ley de Dios que me siento devastada cuando no se tiene en cuenta Su ley? ¿Contiendo ardientemente por la fe? ¿Vivo para defender la verdad? ¿Para vivirla? ¿Para proclamarla? ¿Cuál es el nivel de mi celo?
¿Amo la Palabra?
¿Me siento atraído a la Palabra? ¿Casi sujeto a ella por algún luchador divino que me tiene aferrado y no puedo levantarme hasta que Sus verdades se han convertido en mis propias convicciones? ¿Me encuentro entregado a lo profundo de la Palabra? Pregúntese esto: «¿Me gusta el tiempo de oración? ¿Usted ama el lugar de confesión? ¿Usted corre ansiosamente al lugar donde puede confesar sus pecados y pedir a Dios que haga el proceso de auto-examen a la luz del Espíritu Santo, para que cada cosa sucia pueda ser llevada a la luz? ¿Busca usted eso? ¿Se deleita en la adoración? ¿Es su gran deseo estar aquí con los redimidos de Dios? ¿Es precioso para usted pasar el Día del Señor en la iglesia? ¿Es el placer más fuerte de su alma cantar Sus alabanzas y conocerlo mejor, para poder honrarle? O dice como los judíos de la época de Malaquías: «¡Qué fastidio es la adoración!»
Pregúntese a sí mismo: «¿Es usted sensible al pecado en la iglesia? ¿Es sensible al pecado en el mundo? ¿Destroza su corazón cuando ve el pecado a su alrededor en donde quiera que sea? ¿En su propia vida?»
Esos que le di son sólo los principios básicos, simplemente inviértalos y conviértalos en preguntas de auto-examen. La victoria espiritual está allí si usted reconoce que no tiene la obligación de pecar. Si usted reconoce que el Espíritu de Dios ya le ha inclinado hacia la vida, que Él ya está matando el pecado en su vida y que ahí está el poder de matar todo. Entonces, todo lo que tiene que hacer es aprovechar los medios; y le he dado principios simples mediante los cuales usted puede comenzar a hacer eso en su vida; y una breve evaluación mediante la que puede examinar dónde se encuentra.
Yo no sé usted, pero yo quiero tener una vida de virtud. Quiero tener una vida de gozo. Quiero tener una vida de paz; y quiero tener una vida de provecho para Dios. Y éste es el camino a esa vida. Que Dios le dé la fuerza para transitarlo; y que en la medida que lo transita con fidelidad, Dios traiga gloria a Su propio nombre. Ése es el propósito de todo.
Pastor John MacArthur