En términos bíblicos, el propósito del trabajo, cualquiera que sea y en donde quiera que se realice, es darle gloria a Dios. Fuimos hechos para trabajar con Dios. Como cristianos, nuestra máxima, debe ser glorificar a Dios.
Cuando el afán desmedido se arrincona en el alma (tu mente, voluntad y emociones) y nos estimula a trabajar sólo por la remuneración y el pago a los esfuerzos, es posible que nos perdamos la bendición de disfrutar la vida como Dios manda a través de los frutos del trabajo. Podremos ganar el mundo, y hasta llegar a tener éxitos, pero irremediablemente afectaremos el alma, porque ni nuestros pensamientos, ni las decisiones, ni los sentimientos, estarán afinados en la misma armonía de Dios.
Cuando era muy niño se escuchaba en la radio cubana una canción de un célebre merenguero dominicano de la época. Se llamaba Alberto Beltrán y su tonada se titulaba “El negrito del Batey”. En el clímax de la canción, Alberto cantaba así “… es que el trabajo se lo dejo todo al buey, porque el trabajo lo hizo Dios como castigo”. Pues bien todavía existen quienes piensan así. El trabajo siempre estuvo en el plan de Dios para sus hijos y no es una consecuencia del pecado como muchos interpretan. Jamás se puede ver como una maldición lo que dice Dios en Génesis 3:19. “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres y al polvo volverás.” La participación del hombre en el pecado original le valió esta sentencia: el trabajo nos agotará, pero igualmente traerá bendición si lo hacemos como deber cristiano para ganarnos el pan de cada día cuando servimos a otros.
Sin embargo, el poner el trabajo en primer lugar de manera consciente supeditando todo lo demás a sus resultados, nos puede llevar a la ruina espiritual. Soy de los que, a fuerza de pruebas y disciplina de Dios ve hoy las prioridades así: Dios está en primer lugar, le sigue la familia en segundo, el trabajo en tercero, cuarto la iglesia y el quinto lugar lo tienen las necesidades personales. Este es mi punto de vista, muy personal, no necesariamente Ud. tiene que establecerlas del mismo modo.
Salomón nos invita a disfrutar de los placeres de la vida, no de manera hedonista (el amor desmedido del placer a toda costa sin importar lo demás), sino en un equilibrio correcto con el resto de nuestros deberes, entre ellas, el trabajo; ese que glorifica y honra a nuestro Hacedor. Salomón no está llamando al desenfreno y la perversión, sino al regocijo, en pródiga y cristiana alegría, de los frutos de la faena honesta que provienen de la mano y de la gracia de Dios. Como cristianos debemos gozarnos de la utilidad de nuestra labor.
No perdamos el alma por tratar de ganar al mundo (buscar el éxito como fin prioritario, centrar la vida en las posesiones, vivir jugueteando con las tentaciones). Jesús venció al mundo para que sus hijos vencieran sobre el pecado. Trabajar con Dios es colaborar con Él en el cumplimiento de sus propósitos en toda su creación, nos hace mayordomos, ennoblece nuestra honra, enriquece el alma.
Celebremos la alegría de sabernos útiles, de poner los dones al servicio de quien nos premió con ellos. Si fuimos requeridos a sudar para ganarnos el pan, Cristo sudó más en el huerto de Getsemaní. Como gotas de sangre fue su sudor por la vida de cada uno de nosotros. El hijo de Dios, obediente, se inmoló sobre nuestra desobediencia e inauguró los tiempos del beneficio de la gracia para insuflar de vida a nuestra naturaleza caída. ¡Hagámoslo todo como para el Señor! Él desea contagiarnos con su gozo.
¡Dios te bendiga!