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La Fragancia del Amor de Jesucristo

Hebreos 13.8-21 Que maravilloso saber que tenemos un Dios que es inmutable, es decir, no cambia y  “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos “, v.8, en el cual confiamos plenamente en su palabra y en sus bellass promesas a favor de sus hijos, al depositar nuestra fe y esperanza en Él. Y decimos como el apóstol Pablo: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del  mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él», Efesios 1: 3-4.  Esta es una bendición inmutable que viene de Dios para sus redimidos.

Y por más que nos quieran hablar  de filosofías e ideas extrañas en contra de la  verdad de Dios, nuestra actitud debe ser de rechazo, porque  en Cristo estamos plenamente satisfechos, por lo cual dice la palabra “no  os dejéis  llevar  de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas”, v. 9.  Las viandas son esos deseos ardientes de la carne, que luchan contra el espíritu.

En la antigüedad  existía un altar,  en el  que los sacerdotes y los que servían en el mismo tenían el derecho de  desgustar lo que se ofrecía en el mismo, v. 10, pero el nuestro  es diferente, “porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del  pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento”, v. 11,  pero cuán diferente es la dispensación de la gracia, “por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta”,  v. 12. Qué  hermoso es saber que con  el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario, el cual ocurrió fuera de Jerusalén, hemos sido santificados, es decir, apartados para servir al Dios vivo y poderoso.

Como aquel “que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestro padres, no con cosas corruptibles, como otro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación”, 1 Pedro vs. 115-21.

Ahora bien, tenemos que servir  al Señor Jesús, dando por gracia lo que por gracia hemos recibido que es la salvación de nuestra alma, y en esa labor no vamos a transitar por un camino de rosas, sino de pruebas y tribulaciones, que incluyen persecuciones, rechazo, amenazas de muerte, “salgamos pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio”, v.13.

Hay personas, aún dentro de las iglesias, que viven apegadas a las cosas terrenales, ignorando que somos ciudadanos del cielo, porque “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos lo por venir”, vg.14.  “Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el  poder con el cual puede también sujetar a si mismo todas las cosas”, Filipenses 3:20-21.

Producto de nuestro agradecimiento debemos alabarle y exaltar el nombre de Dios por medio de su amado Hijo Jesucristo, de manera pública y privadamente. Y se nos manda a ofrecer “siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”, v.15.

La Palabra nos enseña que una de la manera de demostrar el amor, no debe ser solo de palabras sino con obras, por eso dice el autor de los Hebreos que “de hacer el bien y de la ayuda mutua no os olvidéis, porque de tales sacrificios se agrada Dios”, v. 16.

Lamentablemente, muchos de nosotros, por ignorancia a la Palabra, somos dados a irrespetar las autoridades  de la  Iglesia y del país, lo que ha traído divisiones dentro del pueblo de Dios, por lo que se advierte: “Obedeced a vuestros pastores, sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso”, v.17.

Pablo dice: «Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de arte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad; a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten , acarrean condenación para sí mismos. Rom. 13:1–2.

En la vida espiritual del creyente es importante mantener latente el arma más poderosa que tenemos que es la oración, y por eso el  autor de la epístola de los Hebreos, pedía a los hermanos  a orar “por nosotros; pues confiamos en que tenemos buena conciencia, deseando conducirnos bien en todo”, v. 18.

Asimismo, bendijo a los hermanos para que “el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del  pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en el vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos., Amen,” v.21.

Y ese pacto eterno el cual fue firmado con sangre en la cruz del  calvario es lo que nos permite a nosotros los cristianos a disfrutar de la eterna fragancia del amor de Dios manifestado a través de su Hijo amado, nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Fuente:
Gracia y Paz

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