La fe es el fundamento esencial de la vida cristiana. Al sostenernos en el amor y la misericordia de Dios, nuestra fe se convierte en un pilar inquebrantable que nos brinda paz, seguridad y confianza, incluso en los momentos más difíciles. Romanos 3:22 nos recuerda que «la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo es para todos los que creen». Esto significa que, al confiar en Dios, tenemos la promesa de Su justicia y protección.
Vivir por fe no implica la ausencia de dificultades, sino la certeza de que, a pesar de ellas, estamos sostenidos por Dios. La fe nos da esperanza y convicción, asegurándonos que todos nuestros propósitos están alcanzados según la voluntad divina. Esta esperanza nos llena de gozo, alegría, amor y paz, tanto con nosotros mismos como con los demás. Nos impulsa a seguir adelante con la certeza de que Dios está con nosotros en cada paso.
La carta a los Tesalonicenses nos instruye a dar gracias a Dios en todo, porque «esta es la voluntad de Dios para con nosotros en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5:18). Agradecer a Dios en todas las circunstancias, sean buenas o malas, es una manifestación de nuestra fe. Es reconocer que Él tiene control sobre nuestra vida y que sus planes son siempre para nuestro bien.
Vivir por fe significa entregar nuestras preocupaciones y adversidades a Dios. En lugar de quejarnos o desanimarnos ante las situaciones difíciles, las colocamos en las manos del Creador del Universo, confiando en que Él tiene el poder para transformarlas en bendiciones. Esta entrega nos brinda paz y descanso, liberándonos de la carga de la preocupación.
En resumen, vivir por fe es una invitación a confiar plenamente en Dios, agradeciendo su presencia y acción en nuestras vidas. Es un llamado a mantenernos firmes y seguros, sabiendo que, a través de la fe, experimentamos el gozo, la paz y el amor divino que nos sostiene en todo momento. Con esta perspectiva, avanzamos con esperanza y convicción, fortalecidos por la certeza de que Dios siempre está con nosotros.