Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada uno de vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Romanos 12:3
El apóstol Pablo se dirige a los romanos exhortándolos a practicar la humildad en sus relaciones con los demás. Les recuerda el mandato de Cristo cuando dice: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». El reconocimiento de Dios como todopoderoso y eterno debe conducirnos a reconocer nuestra debilidad y dependencia absoluta de Él. Así, debemos humillar nos delante de Su magnificencia y poder, sirviendo a nuestro prójimo con amor y sin altivez, sin importar las circunstancias de la vida.
La Palabra de Dios describe claramente todas las actitudes y comportamientos que caracterizan a aquellos que practican la humildad. El propio apóstol menciona estas características en el mismo capítulo: «Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndonos los unos a los otros. En lo que requiere diligencia, no seáis perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación, constantes en la oración; compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad…»
Continúa diciendo: «Bendecid a los que os persiguen; bendecid y no maldigáis. Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir unos con otros; no os ensoberbezcáis, sino asociaos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión. No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres». (Romanos 12:10-18) Que Jehová, rico en amor, te bendiga en este día. Amén.
