Nuestro esqueleto está provisto de 206 huesos. Algunos de ellos son de sostén, pero otros son protectores. Entre los huesos protectores tenemos las costillas y no es casualidad que las mujeres hayamos sido formadas a partir de una de ellas.
Las mujeres somos protectoras por naturaleza y esa protección rara vez va dirigida hacia nosotras mismas, nosotras protegemos el nido. En ocasiones, esta protección llega a convertirse en una obsesión, cualquier cosa que no cumpla este propósito, deja de ser importante para nosotros, incluso nuestro aspecto físico y nuestro cuerpo, templo del espíritu.
No estamos hablando de dedicarnos vanidosamente a estar siempre perfectamente bellas, estamos hablando de devolver a nuestros esposos una imagen agradable de la mujer con que han unido sus vidas, de forma que sea codiciable para ellos, recordemos que por mucho que nuestro espíritu sea alimentado, aun la carne puja por vencer.
Para una mujer ser bella, no es necesario que sea una modelo de revista ni mucho menos; conozco mujeres que a pesar de no ser bonitas, saben cuidar su aspecto, pulcras y vestidas decorosamente, son una codicia para su esposo. El arreglo de nuestro pelo, manos, pies y nuestro hogar, son fundamentales para que un hombre se sienta atraído permanentemente por su esposa y su vista posada en ella debe recordarle a la persona de la cual se enamoró, no importa cuántos años hayan pasado. Conozco ancianas bellas porque han decidido mantener a sus esposos enamorados hasta el fin de sus días. Una mujer abandonada de su aspecto físico es como un templo abandonado y desolado. No hay misterio en ella, nada por descubrir, nada deseable.Dios no nos quiere así.
Si leemos el libro Cantar de los Cantares, descubriremos que constantemente se describe el aspecto externo y no se hace mucho hincapié en las virtudes de la persona, porque la visión externa es fundamental para que dos personas se gusten y se atraigan.
Imagínese que va a adquirir una joya, usted no mira primero lo que pesa, usted mira si el diseño le gusta, incluso, puede haber una de mayor calidad, pero el diseño no es de su agrado, de seguro usted comprará la que sea agradable a sus ojos. ¿Qué puede sentir un hombre cuando ve a su esposa desgreñada, con las uñas sin arreglo, los pies agrietados y callosos, sin rasurar sus piernas y cuando sus manos lo acarician siente como si una lija frotara su cuerpo.
También nuestros esposos juegan un papel fundamental en esto, existen hombres que nunca se detienen para admirar su esposa y reconocer sus virtudes. Mi padre siempre decía: “Una mujer sólo es bella cuando es amada” y esto tiene mucho de verdad. Cuando una mujer se siente ignorada, decae en todos los aspectos de la vida. El maltrato y la indiferencia son capaces de destruir la autoestima de una mujer y el maltrato no siempre tiene que ser físico, también puede ser psicológico y tan sutil que muchas pueden vivir una vida de esta manera sin darse cuenta que sus constantes depresiones no salen de la nada.
¿Alguna vez han leído lo que Dios dice a nuestros esposos de nosotras? Busquen en 1 Pedro 3.7 y verán que somos vasos frágiles, debemos ser tratadas con cuidado y somos coherederas. Él que cohereda está al mismo nivel del otro, o sea, somos hijas de un Rey y herederas de todo lo que Él posee. Somos princesas y como tales debemos conducirnos en todo. No debemos dejar que alguien socave nuestra autoestima. Dios es quien nos da valor, somos piedras preciosas para Él (Proverbios 31:10) y como tales debemos ser protegidas y cuidadas.
Recomiendo a las queridas mujeres, que aprendan que para Dios tenemos un valor inestimable, de no haber sido creadas el hombre aun sería un ente solitario que conviviría sólo con animales, No podría procrear, porque el dador de la vida nos escogió para esto y no hay un propósito más sublime que traer vidas al mundo y guiarlas por el camino de Dios.
Somos bendecidas con toda bendición de lo alto si antes de escuchar a otros, escuchamos la voz de Dios diciéndonos cuánto nos ama y nos valora.
Hombres, los exhorto a que cumplan con el rol que Dios les asignó, cuidar de nosotras (Efesios 5.29), sobre todo de nuestro espíritu que es frágil, pues somos la ayuda idónea que Dios les proveyó (Génesis 2:18-20), pero ante todo, somos humanamente delicadas y sensibles.
Ámennos como Dios nos ama, para que seamos siempre flores que puedan brindar el perfume que los deleita.