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Una Vida plena para la eternidad

Pocas veces nos detenemos a meditar sobre nuestra vida futura como cristiano; ‘lo que vendrá’ cuando ya no estemos físicamente en esta tierra. La Palabra de Dios afirma que cuando Cristo regrese – juicio por medio – resucitaremos con Él en alma y cuerpo incorruptibles. Ninguna otra religión hace semejante promesa. La doctrina de la resurrección verdadera se instituye con Cristo. La tumba vacía continúa siendo el imbatible pedestal donde se afianza el cristianismo, el baluarte de nuestra fe. Sin fe en la resurrección el cristianismo no tendría sentido.

Como cristianos es casi normal pensar en el aquí y ahora, pero nuestra esperanza está en Cristo. La vida eterna prometida para el cristiano descansa en la fe de la resurrección de nuestro Señor. “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Jn. 11:25). El prodigio de la resurrección trasciende el discernimiento de la mente humana. Al resucitar Cristo y depositar nuestra fe en Él, nos hizo partícipes de una naturaleza tal, que desde ahora podemos tener la convicción de una vida de total plenitud en su presencia para toda la eternidad.

La plenitud de vida en el aquí y ahora se vive por fe. La dimensión espiritual de la eternidad comenzó el día que decidimos creer en Jesús y poner nuestra confianza en Él. El blanco de los peores ataques al cristianismo ha sido desde el primer siglo la resurrección de nuestro Señor y todavía hoy lo sigue siendo. Las veces que Él anunció su resurrección al tercer día de su muerte, sus discípulos apenas le creyeron. Sólo después de verlo resucitado entendieron y desde entonces la resurrección se convirtió en la piedra angular de su predicación. Pablo le decía a los corintios: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1 Co 15:14). Y en su segunda carta a estos hermanos añadió: “Pues sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará también a nosotros con él y nos llevará junto con ustedes a su presencia” (2 Co 4.14).

La Semana de la Pasión nos alienta a celebrar esa esperanza, a meditar en el sacrificio de nuestro Señor, a dar acción de gracias por la promesa de una vida eterna. No es sólo una esperanza para esta vida (1 Co 15.19), sino para la venidera. Cristo “fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Ro 4:25). Dios nos hizo justos al resucitar a su hijo para que nos gloriemos en la esperanza de su gloria (Ro 5.2).

¡Celebremos a Cristo! ¡Él vive! Los clavos de su martirio no pudieron contener su gloria. Del madero siguen retoñando hojas de laureles y olivos para coronar la cabeza del Señor de la iglesia y de nuestras vidas. El vacío de su tumba – hasta el día que le veamos cara a cara- es y seguirá siendo la llenura de nuestro corazón.

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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