Rubén fue el primer hijo de Jacob; tenía el derecho y debía quedarse con todo, pero actuó incorrectamente; no tenía el carácter para mantener lo que Jacob había trabajado. Dios le da entonces a José, y Jacob vio en él lo que él era: Un soñador. Esaú no quería la primogenitura; en cambio, Jacob luchó por la bendición; y Jacob ahora está viendo que su hijo mayor, teniendo derecho a todo, lo bota por no tener carácter. Es triste cuando, teniendo privilegios, los pierdes por falta de carácter. Es mejor nacer último, pero con un gran sueño y un carácter que lo sostenga, que nacer con privilegios y sin carácter para sostenerlos. Privilegio sin carácter es destrucción; sin la fortaleza para sostenerlo, se desperdicia. Y Jacob dijo: Ahora tengo a uno como yo, que valora la bendición. José cuidaba las ovejas de su padre, estaba pendiente a todo; y Jacob dijo: Aquí veo a uno que hace lo mismo que yo. Jacob sabía que al ponerle aquella túnica a José estaba dándole un privilegio, y diciéndoles a los demás: Este es el que va a seguir la familia. Lo que no sabía era que estaba profetizando porque los que usaban esas túnicas eran los egipcios. Más que ponerlo como líder de su familia, estaba poniéndolo como líder de una nación.
Tu carácter, tu excelencia moral en medio de la contaminación de este mundo, es lo que te asegura que Dios ponga un manto de favor sobre ti que el mundo tenga que reconocer.
Hay quien quiere favor y gracia, pero no tiene el carácter para sostenerlo; no son dignos de la túnica. Los Rubén de la vida no merecen la túnica. No importa si naciste primero, si no tienes el carácter para permanecer en medio de los privilegios. Rubén hizo lo que hizo, pensando que merecía todo por ser el primero; no valorizó las cosas importantes. Pero gloria a Dios que Jacob encontró uno como él. José valoraba las cosas correctas, quería la bendición, quería lo que Dios quisiera para él. Esas son las personas que se visten de la túnica; si no tienes carácter, no la te mereces. Dios no da favor por darlo; Él da misericordia a todos, pero favor a aquellos que con dignidad pueden llevar la túnica. Y Dios sabe que les va a causar problemas; porque cuando llega alguien con excelencia moral a un lugar, pone presión a todos. Cuando alguien en el trabajo llega diez minutos antes, y sale quince minutos después, pone presión a los demás; lo envidian y dicen: ¿Qué se cree este?
Vive con el carácter para merecer la túnica, para que Dios ponga su favor sobre ti; que Él sepa que tú vas a llevarla con dignidad. No trabajes en tu sueño, sin el carácter para sostenerlo. Trabaja en tu carácter, para no cometer el error de Rubén; cuando tengas abundancia, riquezas, no las desperdicies. Rubén fue quien libró a José de la muerte; cuando los hermanos lo querían matar, fue él quien dijo: No lo maten. Rubén sabía que, si lo mataban, le tocaba a él, pero él no tenía el carácter que tenía ese muchachito. En la iglesia siempre se predica de sueños y visiones, pero no del carácter para sostenerlos. No mereces la túnica, si no tienes el carácter para sostenerla.
José no soñó con ser el primero, con ser grande, hasta que le dieron la túnica. José era el undécimo hijo, y estaba bien con eso; cuidaba de las cosas de su papá, cuidaba y amaba a su padre siendo el undécimo. Y con ese carácter le ponen la túnica, y su mente comienza a abrirse, a soñar, a aspirar a cosas grandes.
Hay tres tipos de sueños: Los nocturnos, producto de información natural; los despiertos, cuando ves lo que puedes lograr y crees que puedes alcanzarlo; y los divinos, producto de la muestra del amor de Dios por ti. Los que sueñan no son los que van a tener libertad; pero los que tienen promesa de libertad, sueñan. La promesa de Dios alimenta tus sueños, al igual que el sentirte amado por tu Padre celestial. Cuando el Padre te pone la túnica porque te ama, le has agradado y se ve reflejado en ti, ese amor te provoca soñar.
En José estamos viendo la cuarta generación del padre de la fe. Abraham es la generación de los que caminan; es el primer patriarca que por fe comienza a caminar; él no sabe para dónde va, pero Dios le dice que vaya, y él comienza a caminar. Abraham pensaba que Dios le daría un pedacito, pero Dios le estaba dando todo lo que él caminaba; Abraham camina y camina por fe. Luego vemos la generación de Isaac, los que sacrifican; son aquella gente que, para obtener las promesas, sacrifican. Siempre hablamos del gran sacrificio de Abraham al entregar a su hijo, pero hay que hablar del sacrificio de Isaac de no pelear para ser sacrificado. Si Abraham tenía fe, más tenía Isaac porque Dios no le habló a él; Isaac creyó que Dios le habló a Abraham. Y es más difícil creer a alguien que te diga que Dios le habló, que oír de Dios y que tú sepas que fue Dios quien te dijo. Abraham oyó de Dios, pero Isaac creyó: Tú dices que Dios te dijo; aquí me entrego. Nunca vemos a Isaac pelear; lo vemos sacrificar siempre; son las generaciones que con sacrificios obtienen resultados. Hay generaciones que con su caminar, obtienen grandes resultados; otros, con sacrificio. Pero tenemos la generación de Jacob, la de los que trabajan por amor, los que aman apasionadamente. Jacob tenía amor por Dios, por su mamá, por su padre, por la herencia, por todo. Va a casa de Labán y se enamora, quiere casarse y tiene que trabajar siete años; llega el día de la boda, lo emborrachan y le entregan la hermana. Cuando él despierta y se da cuenta, Labán le dice que tiene que trabajar siete años más; y por amor, Jacob lo hace. Eso es un hombre que ama; y producto de ese amor salen los soñadores.
Lo que te hace soñar es ser alimentado con amor. ¿Por qué nuestros jóvenes no sueñan? Porque no muchos padres aman. Cuando una pareja se va a casar, están enamorados, sueñan con la boda, con la casa; el día que se casan y dejan de amarse, dejan de soñar. Y el problema no es el matrimonio; el problema es que has dejado de amar. Cuando uno se siente amado, uno sueña; cuando te sientes querido, miras al futuro. El que ama, sueña.
José ve: Mi papá me ama, le he agradado. Y comienza a soñar en grande. Si no se levanta una generación de soñadores, lo que caminaron y sacrificaron, se pierde. Si no se levanta un José y lo que hay es un Rubén, no se salva la familia. Tienen que levantarse soñadores, producto del amor; gente que les han amado tanto, que se atrevan a soñar en grande.