Aquí hay un interés mutuo. Cada uno pertenece al otro. Dios es la porción de Su pueblo, y el pueblo elegido es la porción de su Dios. Los santos descubren que Dios es su principal posesión, y Él los considera como su peculiar tesoro. ¡Qué mina de consuelo para el creyente se esconde en este hecho!
Esta feliz condición de interés mutuo conduce a la consideración mutua. Dios pensará siempre en Su propio pueblo, y ellos pensarán siempre en Él. En este día, mi Dios ejecutará todas las cosas por mí; ¿qué puedo hacer por Él? Mis pensamientos deberían correr hacia Él, pues Él piensa en mí. He de asegurarme que así sea, y no debo contentarme con admitir simplemente que ha de ser así.
Esto, además, conduce a la comunión mutua. Dios mora en nosotros, y nosotros moramos en Él; Él camina con nosotros, y nosotros caminamos con Dios. ¡Cuán feliz comunión es esta! ¡Oh, que reciba gracia para tratar al Señor como mi Dios: para confiar en Él, y para servirle como Su Deidad merece! ¡Oh, que pudiera amar, y adorar, y reverenciar y obedecer a Jehová en espíritu y en verdad! Este es el deseo de mi corazón. Cuando lo alcance, habré encontrado mi cielo. ¡Señor, ayúdame! Sé mi Dios, ayudándome a conocerte como mi Dios, por Jesucristo nuestro Señor.