Ese día en particular, tal vez comenzó como cualquier otro día. Sin embargo, era un día muy especial. Tal vez Jesús aún no le había revelado por completo, Su plan para el día a Sus discípulos. Él sabía que ellos no podían captar toda la magnitud de lo que harían ese día. Iban a ir a Jerusalén y las cosas pudieran tornarse muy peligrosas, en especial para el Maestro.
Este episodio es recogido en los cuatro evangelios. Cuando Jesús envió a dos de sus discípulos (Mat. 21:1) para que se cumpliese lo dicho en Zacarías 9:9, es posible que algunos de los restantes discípulos se cuestionaran lo inusual y un poco extravagante del pedido. Me puedo imaginar que los dos escogidos para cumplir esta parte del plan estuvieran un poco escépticos. Habían visto hacer muchas cosas milagrosas a Jesús, desde convertir el agua en vino hasta sacar a un muerto de la tumba caminando, pasando por la sanidad de muchas personas y la alimentación de más de cinco mil con solo unos pocos panecillos y unos peces. Pero esto era un poco osado. Ir a buscar un animal ajeno, desatarlo y traerlo. Pero estos discípulos obedecieron con fe. Obrando con obediencia por fe, no por raciocinio. Y es que las cosas de Dios son para obrar por fe.
Cuando los dos discípulos regresaron con la encomienda cumplida, se improvisó una caravana que se puso en marcha. Tal vez, al principio algunos comenzaron a caminar dudando un poco de lo que estaban haciendo. También los cristianos a veces dudan cuando tratan de entender humanamente las cosas y los designios de Dios. Lo significativo de esta escena, es que la multitud que se unió era muy numerosa. Y entonces comenzaron a poner sus mantos en el camino para que «pasara sobre ellos el Rey». Una imagen común, cuando regresaban los reyes triunfantes de la guerra, pero ellos no meran soldados ni habían combatido a otro ejército enemigo, o a lo menos esto pensaban algunos de ellos. Al parecer, esta era una caravana bulliciosa y jubilosa. Y la gente gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! Y, cuando entró en Jerusalén, dice la Escritura que la ciudad se conmovió.
Lucas 19:38 recoge lo que venían proclamando a toda voz los discípulos que decían: «¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor! Justo esto era lo que el pueblo de Israel había estado esperando por muchos cientos de años. Entonces, este era el Mesías que había sido prometido. Muchos no sabían quién era el que venía montado sobre el pollino, y unos a otros se preguntaban. Y la ciudad de Jerusalén se conmovió. Pero los corazones torcidos, nunca faltan y siempre se oponen a Dios.
Lucas ofrece un detalle importante de la escena que siempre ha llamado mi atención de manera especial. Él añade que algunos de los fariseos que estaban con la multitud, le pidieron a Jesús que regañara a sus discípulos por decir semejante cosa. Y Jesús les dio una respuesta que aún hoy sigue repercutiendo en nuestros oídos y a la cual debemos dedicarle toda nuestra atención. Jesús respondió: «Os digo que si estos callaran, las piedras clamarían» (Luc. 19:40).
¿Qué importancia pudiera tener hoy esto para nosotros, dos mil años más tarde? Esta es una buena pregunta que se aplica a cada uno de nosotros que somos discípulos modernos de Jesucristo. El mundo en el que vivimos es tan complejo y corrupto como el de los tiempos de Jesús. Los enemigos de nuestro Señor se han multiplicado y han adoptado formas muy sofisticadas y sutiles para lanzar sus ataques despiadados. Pero el objetivo que persiguen es el mismo: hacer callar a los cristianos y eliminar cualquier manifestación a favor de nuestro Rey y Señor.
Hoy día, lo que veo diferente a la narración de la llamada «Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén», es que aquel día Jesús dijo que, si Sus discípulos callaban, las piedras clamarían. Entonces, ¿Qué está pasando hoy? Porque hay muchos que se llaman o consideran discípulos, y sin embargo callan y han callado por mucho tiempo. Eso es lo que un famoso evangelista llama «El pecado del silencio». Y el problema es que no se tiene conciencia de este pecado.
¿Cuántos de nosotros, en alguna ocasión ha callado para no ofender a alguien? Y en algunos países para no buscarse un problema. Me aterra pensar en la idea de que, si me callo y obvio mi obligación de proclamar a mi Señor, alguna piedra pudiera hacerlo por mí. ¿Cuántas personas en mi congregación están conscientes y dispuestas y han decidido proclamar a Jesús, pase lo que pase? ¿Habrá tal vez algunos que estén esperando a que las piedras hablen por ellos?
Nuestros niños y jóvenes enfrentan este reto a diario en las escuelas y en las aulas universitarias. Pero algunos permanecen quietos y callados, por lo que yo me pregunto, ¿será necesario que hoy las piedras hablen? ¿Qué pudiéramos hacer para despertar la conciencia de nuestra gente? ¿Qué podemos hacer para poner fuego en el corazón de nuestra gente para exaltar y proclamar el nombre de Jesús?
Hay muchas almas sedientas buscando a alguien que les muestre el camino hacia Jesucristo. ¿Estamos nosotros hoy dispuestos a correr el riesgo de proclamar el evangelio enfrentando las consecuencias?
Es mi oración que hagamos un compromiso con Dios para hacer que las piedras se mantengan calladas y que exaltemos nosotros el Nombre que es sobre todo nombre: ¡A Jesús, nuestro Señor y Salvador que vive para siempre!