“Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado. Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura.” Hebreos 12:12-16
Esaú fue el hijo mayor de los dos gemelos que tuvo Isaac. La Biblia nos dice que Jacob se supone que fuera el primero, pero Esaú salió primero. Lo importante de nacer primero es que el primogénito tenía ciertos derechos; entre ellos, recibía el doble de porción de la herencia de sus padres. Esto parecería injusto, pero es que el primero era el responsable legal de mantener a sus padres. Así que, se le daba más, pero tenía más responsabilidad.
Esaú comete el error de vender su primogenitura. Él era cazador; y, un día, regresó del campo con hambre, y Jacob estaba cocinando un guiso; Esaú le pide, y Jacob dice que le daría, si le vendía su primogenitura. Esaú se cuestiona de qué le servía aquella primogenitura, los derechos, el haber nacido primero; y no vio problema en vendérsela. Esaú menospreció su primogenitura; renunció a ella, a todo lo que tenía por derecho.
Es necesario analizar qué ocurrió en sus vidas que los llevó a tener un destino diferente; eran gemelos, pero con destinos diferentes. En tu país, nacieron todos en el mismo lugar, pero el destino no es trazado por el gobierno, sino por las decisiones que cada uno tome. Entre hermanos, también se tiene destinos diferentes; en la iglesia, también la diferencia se da por las decisiones que tú tomas al recibir el mensaje. La gente puede criticarte, como a Jacob, porque el que siempre prospera, el que es diferente, es criticado. Jacob era llamado estafador, pero Dios nunca le llamó así; sin embargo, sí llama a Esaú profano. Siempre hacen de Jacob el malo de la película, pero al que Dios critica, es a Esaú. En ningún lugar en la Biblia Dios dice que Jacob era un ladrón; en ningún lugar lo condena, no lo castiga; todo lo contrario, cuando comete lo que para muchos es un error, Dios se encuentra con él y lo bendice. Y se nos dice de Esaú que era un profano. Así que, ante los ojos de Dios, ¿quién era el malo? Esaú. Así que, tú, quédate en paz cuando hablen mal de ti, porque qué importa lo que digan otros de ti; es lo que Dios dice de ti lo que importa. Al final de tu historia, quizás los malos no sean tan malos como se les ha pintado, ni los buenos tan buenos. Porque, para el mundo, Esaú es la víctima; dicen que Jacob se aprovechó de una debilidad; pero no, Esaú vendió lo que él pensaba que no tenía ningún valor.
Esaú era un cazador; Jacob, ganadero. El ganadero cría para comer; el cazador sale con mente de matar, mirando una víctima, buscándola, corriendo para matar a uno y cargarlo para comérselo. Jacob, cuando veía la misma presa que veía Esaú, veía un negocio. La presa que Esaú buscaba para comer, Jacob la criaba, la cuidaba, la multiplicaba y se quedaba en la casa y la cocinaba. Esaú viene cansado de la búsqueda de la comida, y tiene a uno que lo que ha hecho es pensar diferente, ver la vida diferente a como él la ve. Algo tiene que haber pasado en la vida de Esaú y de su padre, Isaac, para que un día Esaú tuviera tanto coraje que dijera: Yo no quiero nada de lo que me tiene que dar mi padre. Cuando tú renuncias al derecho paternal, como hizo Esaú, es porque hay una molestia; quizás la carga que tenía, como trataban a Jacob, el hecho de Jacob se quedara en la casa. Pero Jacob se quedaba trabajando, multiplicando las cosas, pensando diferente; mientras Esaú menospreciaba las cosas divinas, Jacob las quería, las luchaba, las esperaba, las deseaba. No sabemos cuál fue el momento que llevó a Esaú a ese punto; lo que sí vemos es que, un día, él decide negar todo aquello que tenía por derecho. Y, eventualmente, Dios ratificó la decisión de Esaú.
“Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas.” Hebreos 12:17
Isaac no podía ver; Jacob se vistió con ropas para parecerse a Esaú. Isaac iba a ungir, y la pregunta es ¿no podía Dios detenerlo? ¿Por qué no lo hizo? Porque Dios estaba ratificando la decisión que Esaú había tomado. Entiende que Dios ratifica tus decisiones; después no te lamentes. Por las raíces de amargura, no ves futuro, piensas en cómo resolver tu problema hoy; sales como cazador a buscar tu presa, tu comida de hoy, la satisfacción momentánea, sin importar lo que pase más adelante, pensando que hoy es lo único que tienes, que tu mañana será igual. No te das cuenta las bendiciones a las que renuncias; cuando te quieras arrepentir, quizás no tengas oportunidad para hacerlo. La gente vive el momento y no planifica para lo que viene; y lo que viene va a llegar y vas a mirar atrás y entender que debiste hacer ciertas cosas que no hiciste. Y no puedes echarle la culpa a Dios; puedes llorar y llorar, y lo que Dios va a hacer es ratificar tu decisión. Si, por coraje, por amargura, renuncias a tu derecho, otro lo tomará; y, cuando quieras arrepentirte, no tendrás oportunidad para hacerlo. Se nos habla de que Dios es un Dios de oportunidades; y Dios sí da oportunidades, pero la que dejaste pasar, no te la vuelve a dar; mañana te da una nueva, pero la que dejes hoy, no vuelve, pasó, se acabó. Puedes llorar, pero Dios dijo que quien vendió lo que tenía por derecho fue Esaú. Dios podía hacer algo con él; eventualmente, Esaú perdonó a Jacob, aunque no tenía nada que perdonar más que a sí mismo, pero dice la palabra que Jacob temía por su encuentro con su hermano, y Esaú le dijo: Tranquilo, Dios me prosperó a mí también. Dios se hizo cargo de Esaú, porque Él no abandona a sus hijos; lo que pierdes son los derechos, las oportunidades, por tus decisiones; Dios le pone un sello a tu decisión.
Escoge hoy no vivir como Esaú, porque el que debiera estar amargo era Jacob, porque Esaú lo haló hacia adentro para salir primero del vientre de su madre. Pero Jacob nunca estuvo amargado, sino que fue de los hombres que aceptó lo que vino, e hizo lo mejor con lo que tenía. Y Dios lo prosperó en todo lo que hizo.