Hay una historia de una mujer que había terminado de hacer sus compras y regresó a su automóvil cuando se encontró con cuatro hombres allí. En ese momento dejó caer sus bolsas de compras, sacó una pistola de su bolso y con voz fuerte les dijo: “¡Tengo un arma y sé cómo usarla! ¡Salgan de mi auto o aténgase a las consecuencias!”.
Aquellos hombres no esperaron por una segunda advertencia. ¡Se bajaron y corrieron como locos! La mujer, totalmente nerviosa, puso las bolsas como pudo en el carro y decidió encenderlo para salir de aquel lugar.
Como estaba desesperada quería salir de allí lo más rápido posible, intentó una y otra vez introducir la llave en el encendedor, pero no tuvo éxito; simplemente no pudo.
Entonces hizo el gran descubrimiento, cuando dijo: ¡Este no es mi carro! Miró y, efectivamente, su carro estaba estacionado a unos cuatro o cinco de distancia del suyo.
Salió, miró a su alrededor para ver si los hombres estaban cerca, cargó las bolsas en su propio automóvil y condujo hasta la estación de policía para entregarse por lo que había hecho. El guardia después de escuchar su historia, casi se cayó de la silla, riéndose.
Se movió hacia el otro lado del mostrador y señaló la presencia de cuatro hombres denunciando el robo de un automóvil por parte de una mujer con anteojos, cabello blanco rizado, de menos de metro y medio de altura, portando una pistola muy grande.
La mujer quedó muy avergonzada. Al final, a la mujer no le pusieron cargos, así terminó esa historia. (Greg Laurie, A Time to Worship, Decisión, noviembre de 2001).
¿Qué sucedió con la mujer? Ella pensó que aquel era su auto, pero en realidad pertenecía a otra persona. Este es el principio: todo es suyo, nada es nuestro. ¿Qué somos entonces? Bueno, de eso se trata el mensaje para la ocasión. Veamos su contenido.
I. DIOS ES DUEÑO DE TODO, YO SOY SOLO SU MAYORDOMO
1. “Tuyo son los cielos… tú los fundaste” (Salmos 89:11).
Todo lo que tengo hoy viene de Dios. Todo es de él; yo no tengo nada. Usted no tiene nada. ¿Se había puesto a pensar en eso? ¿Cuáles son las cosas de las cuales Dios es dueño?
De los cielos, de la tierra, del mundo, y si faltara algo, él es dueño de su plenitud. Entonces ¿quién es la persona más rica del mundo? Según la revista Forbes es Elon Musk con 273 mil millones de dólares.
Pero ¿es cierto que él es la persona más rica del mundo? ¡No! La persona más rica del mundo es Dios. Déjeme darle estos datos. Dios es dueño de los ángeles ¿Cuánto vale un ángel?
Dios es dueño del universo. ¿Cuánto vale la luna? Dios es dueño del monte Tabor y Hermón, las montañas más majestuosas que conocían los israelitas. ¿Cuánto valen esas montañas? Dios es dueño de tu vida.
¿Cuánto vales tú? Vales más que el dinero de Elon Musk, porque Dios te amó tanto que entregó a su Hijo para que muriera por tus pecados. Entonces, ¿tienes algo que sea tuyo? ¡Nada!
Tú y yo solo somos “gerentes de su compañía”, o, mejor dicho, somos sus mayordomos. Si creo que soy el dueño, entonces estaré constantemente en conflicto con Dios, porque al final, todo lo que tengo, y hago, no es mío.
2. “¿Qué tienen que Dios no les haya dado?” (1 Corintios 4:7).
Las preguntas de este texto son todas significativas. La última pone a las personas egoístas y avaras en el lugar correcto: “Y si todo lo que tienen proviene de Dios, ¿por qué se jactan como si no fuera un regalo? (NVI).
Mis hermanos, Dios es dueño de mi 10% y de mi 90%. Cuando entiendo lo arriba expresado, que el Señor es el dueño, y yo soy solo el administrador, el conflicto con Dios desaparece y la libertad se apodera de mi vida. Veamos este ejemplo.
Si la semana pasada gané $1.000 ¿cuánto de esos $1.000 le pertenecen a Dios? ¡Todos los $1.000! Alguien podría decir: “Déjame ver, el 10 por ciento de $1.000, ¡son $100!”
No, el principio del diezmo no significa que $100 son de Dios, y el resto es tuyo. Todo pertenece a Dios. Si todo pertenece a Dios, yo soy el gerente de su “compañía” por lo tanto, mi responsabilidad es administrarlo todo con honestidad.
Ahora bien, ¿cuál es la bendición de trabajar para un dueño como lo es Dios? Que, aunque yo le doy el 10%, o más de lo que él me ha dado, él me deja también el 90% para administrarlo. ¿Por qué Dios hace eso? Porque él hizo el mundo pensando en nosotros. El hombre es la razón final de su creación ahora y en el futuro.
3. El peligro del olvido (Deuteronomio 8: 17-18).
Como mayordomos de los recursos de Dios, debemos siempre recordar quién es el que me da las fuerzas y la inteligencia para obtener mis riquezas. Este texto es muy interesante.
Mucha gente habla de haber obtenido sus riquezas por sus propios esfuerzos, y hasta hacen gala de su capacidad y tesón para lograr las cosas, pero todos los hombres olvidan el previo recordatorio de Dios a pueblo: “Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día”.
¿Cuál es ese recordatorio? Que Dios les daba la habilidad de adquirir riquezas, pero ellos deberían no enorgullecerse, pensando que por sus propias fuerzas habían adquirido lo que tenían.
El mundo ignora por completo esta verdad bíblica. El orgullo del hombre borra de su corazón el sentimiento de gratitud al pensar que sus riquezas provienen de sí mismo y no de la provisión de Dios.