Entró al descanso del Señor predicando las buenas nuevas en la sala de un hospital
En ocasiones puede resultar difícil escribir un testimonio para la gloria de Dios, sobre todo si el mismo se refiere a la muerte de un hijo… mi propio hijo… no es nada fácil. Por momentos vislumbro lo ocurrido en la noche del 29 de enero, en que me encontraba orando en el Señor mientras escuchaba y veía un poderoso mensaje en revelación de las escrituras del Espíritu Santo de Dios.
En los momentos de la ministración del espíritu se revelo una palabra profética a todos los expectadores de las distinda plataforma del Ministerio Ebenezer vía internet, desde mi hogar. Gracias a la misericordia de nuestro Señor, se reveló en mi interior una señal de alerta para que pusiera especial atención a unas palabras que, de parte del Señor, el pastor advirtió que iban dirigidas a una madre que lo escuchaba desde el extranjero.
Él dijo: “hija, no temas porque hace tiempo tengo a tu hijo inscrito en el libro de la vida…”. Esas palabras tocaron en lo profundo de mí sin podérmelo explicar, pero los pensamientos del Señor son tan altos y los nuestros jamás llegarán a tales alturas, y sólo queda pedir al Creador que nos ilumine y llene de misericordia.
Después del sermón quedé reflexionando en esas palabras hasta que me acosté. Esa noche al despedirme de mi hijo, vía telefónica, obvié hacer mención alguna sobre esa reflexión. Sin embargo, seguí meditando sobre esas palabras hasta despuntar el alba y ver los albores del nuevo día.
Intentaba meditar en el mensaje que las mismas contenían, en su interpretación, en procura de poder entender su significado y saber por qué sentía que había sido dirigido a mí.
Hoy puedo declarar que, para la edificación espiritual de mi mente, alma y corazón, el Señor estaba preparándome para fortalecer aún más mi alma y ungirme con el espíritu santo, en el gozo de su gracia, de la fe cristiana, la esperanza y el amor en que esta nos permite vivir.
Aquel sábado 30 de enero parecía un día normal, como cualquier otro, pero seguía sin poderme explicar aquello que latía incesantemente en mi pecho, como una especie de alerta sobre lo que acontecería. Los sábados acostumbro a pasarlos con mi hermana, almorzamos juntas, platicamos y compartimos en cariño fraternal. Pero, debido al inexplicable sentimiento que ese día invadía mi ser, la llamé y le dije: “No me esperes, pues no tengo deseos de salir, sólo quiero estar en la presencia de Dios, alabando y glorificando su nombre”.
Aunque no entendía la razón de la inquietud y el momento por el que estaba pasando, me puse a alabar y adorar a nuestro Dios, porque estoy convencida de que cada cosa que nos ocurre es parte del plan divino en nuestras vidas y debemos reconocer que la voluntad de nuestro Padre Celestial es la que debe cumplirse.
Pasaron unas horas y me llama mi hijo por teléfono, Nos bendecimos y me dice: “Mami, siento que me voy”. Le pregunté qué te pasaba hijo y el respondió: “No sé, es que siento que me voy hoy, quiero ir al hospital, pero no tengo fuerzas”.
Le pregunté si había dormido bien y me dijo que sí, entonces le dije: “Vamos que te voy ayudar a llegar al hospital, ponte una alabanza bajita y los dos vamos a orar hasta que llegues y me avises”. No oré por sanidad, sino para que se hiciera la voluntad de Dios, porque, hasta donde llegaba mi entendimiento, lo veía lindo y contento. Cuando llegó al hospital, le dije: “Dios es bueno, cierra tu celular que yo te llamo por el mío”, a lo que él accedió. En una video llamada le dije: “déjame ver la fachada del hospital para tirarle una foto”. Él pregunta: “¿Y para qué”, a lo que respondí: “Para ver si es la clínica donde estuvo interno tu tío durante nueve meses”?
Mi hijo entra al hospital y una enfermera lo atiende, lo lleva a la sala de emergencia, lo sienta, le da los primeros auxilios y le dice que tiene la presión muy bajita, mientras él permanece tranquilo escuchándola. Instantes antes le había pedido que me dejara ver su rostro y lo encontré tan tranquilo, tan bonito y normal que en vez de intranquilizarme sentí mucha paz.
La enfermera seguía atendiéndolo y yo continuaba orando por él y escuchando la interacción entre ellos dos. Le ponen un suero y es cuando, tocado por Dios, se toma un momento para predicarle el mensaje del arrepentimiento y conversión a la joven enfermera diciéndole: “Hay que ALISTARSE pronto, es necesario que te reconcilies en Jesucristo y lo aceptes como tu Salvador, para que tengas una vida nueva con Jesús y pueda ser parte de la Iglesia que está esperando a Jesucristo, porque Cristo viene otra vez”.
Yo me mantuve observando todo y orando, me puse muy contenta y mi hijo, al escucharme sonreír, me dice: “Mami y por qué te ríes? y yo le dije: “Es que mis dos hijos fueron las primeras almas que yo les entregué a Dios, y verte y escucharte en medio de un dolor predicando la Palabra me da mucho gozo, me siento feliz y orgullosa de saber que esa enfermera sintiera la paz que tú y yo tenemos”.
La enfermera nos dice: “Pero vamos a dejarlo para mañana domingo, pues estoy cansada y me esperan mis hijos…”, y él le dijo: “Mañana puede ser muy tarde”, yo le dije que siguiera hablándole que yo le ayudaría a interceder, hasta que ella misma dijo: “OK., voy a esperar los médicos de turno para irme”. En ese instante mi hijo expresó: “Dios te bendiga por formar parte de una nueva vida en Jesús”. Era una escena que emocionaba mi alma, mi hijo hablando desde Miami y yo aquí en Santo Domingo, intercediendo juntos por la salvación de un alma. ¡Estaba llena de júbilo! Me sentí tan contenta que comencé a reírme y él me dijo: “Mami, eso es lo que tú me has enseñado, recuerda que yo fui tu primera alma para Dios”.
Yo seguí intercediendo, mientras llegaron los doctores y él le dijo a la enfermera: “Es muy necesario que reconozcas a Jesucristo, tenemos que prepararnos todos, pues Cristo viene pronto. Luego de aceptar a Cristo en su corazón le pedí a mi hijo que me dejara hablar con ella y al tomar el teléfono me dijo: “Que paz siento en medio de tantos problemas que llegan aquí, y usted ministrándome paz y alegría”.
En un gesto de agradecimiento la enfermera le dice que se iba a quedar hasta que llegaran los médicos para no dejarlo solo. Como era por video llamada pude ver la sonrisa angelical que tenía mi hijo, y él decirle a ella cuando se iba: Dios bendiga tu nueva vida.
La enfermera se marcha, los médicos entraron a verlo y él me dijo: “Mami Dios te bendiga, te quiero mucho, yo te llamo o tú me llamas más tarde, porque ellos van a chequearme”. Inmediatamente puse mis alabanzas y cánticos de adoración al Creador. Estaba sola en la casa, me puse a orar sin decirle nada a mi hermana y mi otro hijo, pero estaba súper contenta de escuchar a mi hijo hacer lo mismo que su madre le había enseñado durante los últimos diez años.
Seguí orando hasta que recibí una señal del Espíritu Santo que me dijo: utiliza la foto que tomaste para que se la envíe a tu hermano, yo inmediatamente se la envío a mi hermana, le comunico lo que estaba pasando, ella llama a mi hermano y él le dice que se comunicaría con dos doctores de la clínica donde duró nueve meses ingresado para que cruzaran a verlo, ya que el centro les quedaba cerca.
Eso ocurrió luego de horas de estar intentando comunicarme con mi hijo y no lo lograba. Cuando los doctores que llamó mi hermano llegan donde mi hijo, observan que estaba solo en la habitación y que su situación de salud se había agravado, debido a que le bajó la presión, por lo que fue necesario llevarlo a sala de Cuidados Intensivos, donde le dio un infarto. De inmediato ellos se comunican con mi hermano y lo ponen al tanto sobre lo que pasó.
Él llama a mi hermana y le comunica lo ocurrido y es ella quien me da la nefasta noticia. Fue en ese momento cuando pude entender que ya Dios tenía todo planificado. Me puse a alabar a Dios, por la gracia de saber que mi hijo, con sus audífonos en sus oídos escuchando alabanzas murió en un cerrar y abrir de ojos. Celebrando la nueva vida en el paraíso.
Algo sobrenatural sentí esa noche, mi adoración a Dios en ese momento fue de despedida gloriosa de mi hijo al descanso eterno, dónde iba a morar para siempre, cultivando en mi corazón el velo de la oración y la alabanza, unción del gozo, paz y el consuelo de su espíritu para poder enfrentar el dolor que golpeó mi alma con esa noticia.
Reflexionando sobre lo sucedido, siento que hay una gran alerta para la iglesia. Y es que Dios nos está hablando sobre cómo quiere que sus hijos cumplamos con la gran encomienda que nos encargó. Cuántas veces tenemos oportunidades de predicar su Palabra, de llevar las buenas nuevas a un alma necesitada, y sentimos que no tenemos tiempo, que estamos ocupados, que quizás mañana podrá ser… sin pensar que mañana podría ser muy tarde.
Estamos encomendados a predicar el evangelio a tiempo y fuera de tiempo. Mi hijo encontró la paz en el Señor y se fue al descanso eterno y aún en sus últimos minutos de vida terrenal se ocupó de transmitir el mensaje de salvación y, sobreponiéndose a su propio malestar, encontró regocijo para su alma cuando aquella joven enfermera aceptó a Cristo en su corazón y sintió la paz que solamente Dios nos puede dar.
Su partida física duele, sin duda, extraño conversar con él y por momentos pienso que el teléfono va a sonar y contestaré su llamada… pero pienso en lo maravilloso que el Señor ha sido conmigo y mis hijos, encontrando consuelo en el dolor que se vuelve regocijo y satisfacción al darme cuenta que Dios tiene todo bajo control y que no nos abandona un solo instante.
Por eso le doy gracias a Él, desdé lo más profundo de mi corazón. Hoy mi hijo está en un lugar especial que Cristo le había reservado, también está en mi corazón y en mis pensamientos. Me quedan sus hijos, mis nietos queridos, como parte de su legado, y junto a su hermano, mi otro hijo, seguiré predicando el evangelio hasta que Dios así lo quiera, con la certeza de que algún día el Señor nos reunirá de nuevo bajo sus alas y juntos alabaremos su gloria y misericordia.
Toda Honra y Gloria sea para Dios.
Su madre, Margarita García