Jesús dijo: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? “, (Mateo 5,13).
Ser sal de la tierra es un don de Dios que queremos acoger con alegría. Al ser sal de la tierra, podemos comunicar un entusiasmo por la vida. Y cuando hacemos la vida hermosa para los que nos son confiados, nuestra vida adquiere sentido.
Si, dada la gran cantidad de obstáculos, nos preguntamos: «¿Por qué seguir luchando?» Debemos recordar que sólo un poco de sal es suficiente para darle sabor.
A través de la oración, aprendemos a mirarnos a nosotros mismos como Dios nos mira; Dios ve nuestros dones, nuestras capacidades.
No perder nuestro sabor significa comprometernos en cuerpo y alma, y confiar en los dones de Dios en nosotros.
No permitamos que como sal de la tierra perdamos nuestro sabor y que podamos dar a aquellos que no conocen a Cristo el mensaje del Evangelio de la salvación, para que disfruten de esa gran experiencia divina de tener un hermoso propósito en su vida, que solo Dios les puede dar a través de su Hijo amado, Jesucristo y gocen, ademas de la salvación, de los dones espirituales.
Dios los bendiga.