Pablo declara en Efesios 2:6 que Dios «nos dio vida juntamente con Cristo, y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús». ¡Qué declaración más asombrosa! Esa identificación con Cristo que establece la Palabra de Dios para cada creyente nos asegura que el poder de Cristo, su triunfo sobre los poderes oscuros que pretenden robarnos una vida plena y exitosa, operarán a nuestro favor en este mundo.
Judicialmente, estamos sentados juntamente con Jesús en los lugares celestiales, lugares de autoridad y plenitud. Desde ese lugar alto e infinitamente ventajoso, podemos observar confiadamente el camino que tenemos por delante. Podemos participar del poder liberado por la resurrección. La inercia de un mundo caído no tiene poder sobre nosotros.
En la cruz, Cristo triunfó decididamente sobre los principados y potestades que militan contra el bienestar de la raza humana (Col 2:15). Destruyó la inevitabilidad del poder diabólico que se deleita en atormentar a los hijos de Dios, pretendiendo borrar la marca de divinidad y grandeza que lleva todo ser humano. Por medio del sacrificio de Cristo en la cruz, todo aquel que se ubica dentro del marco del Reino de Dios queda libre de la jurisdicción diabólica, y entra bajo la administración de una nueva autoridad—un gobierno benévolo y amoroso, cuyo único deseo es restaurar nuestra comunicación con el Creador, y restablecer el vínculo con esa fuente de energía divina que nos asegura una vida de plenitud, creatividad y poder.
Por eso el apóstol Pablo ora por los creyentes en Éfeso, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza. (Efesios 1:17)
Ciertamente, el poder que Dios ha hecho morar en nosotros por medio de Jesús es asombroso. Tenemos que pedirle a Dios revelación y sabiduría para entender cabalmente todo lo que constituye nuestra herencia a través de la Cruz de Cristo. ¡El mismo poder que levantó a Cristo de los muertos opera en nuestra vida! Al hacernos conscientes de esto, y cultivar en nosotros mismos esa imagen de suficiencia y libertad por medio de Cristo a la cual nos llama la Palabra, desatamos el poder de Dios en nosotros, y comenzamos a experimentar esa vida plena a la cual hemos sido llamados.