¡Qué privilegio es la oración! Poder llegar ante el trono de la gracia para recibir misericordia de la mano de nuestro Padre celestial. Sin embargo, qué poco solemos orar. Al menos yo no lo hago tanto como quisiera. Debo reconocer que hasta tengo un poco de vergüenza al escribir sobre este tema.
Este deseo de orar más y mejor me llevó a consultar todo tipo de contenido sobre la oración (¡gracias a Dios que contamos con tantos recursos útiles!), pero nada es mejor que sentarse a los pies de Jesús y pedirle: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11:1). Su respuesta, cuando Sus discípulos le hicieron esta petición, fue el Padre nuestro, un modelo que debe dirigir nuestra práctica de la oración y al que debemos volver con mucha frecuencia.
Al meditar en las palabras de Jesús, como aparecen en el Sermón del monte, extraje seis principios que me ayudan orar y espero que sean de provecho también para ti.
1. Ora para cultivar una relación íntima con Dios.
La oración genuina se caracteriza por ser una expresión íntima y sincera en el contexto de una relación de amor entre Dios y Sus hijos. Esto quiere decir que nace de nuestro corazón y anhela el de Dios.
En Su sermón, Jesús denuncia aquella oración que se hace solo para provocar el elogio de los demás y la buena consideración humana. Esta oración desagrada a Dios. En cambio, él nos llama a la oración en secreto: «Entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto» (Mt 6:6).
No creo que el énfasis de Jesús esté en el espacio donde oramos, aunque es útil que tengamos un tiempo y lugar apartados para tal actividad. Más bien, el énfasis del Señor está en que tengamos una búsqueda sincera de Dios, ya sea que oremos de pie delante de la congregación o en la soledad del cuarto más recóndito de nuestro hogar.
Orar es una forma de cultivar la relación íntima con nuestro Padre, como lo expresaba el puritano John Bunyan: «Es abrir el corazón o el alma a Dios en una forma sincera, sensible y afectuosa» (Cómo orar en el Espíritu, p. 14).
Por lo tanto, no debemos dejar que se convierta en una mera lista de pedidos fría e impersonal. Más bien, que nuestras oraciones sean para buscar la presencia amorosa del Padre y cultivar nuestra relación filial, conseguida al precio de la sangre de Jesús. Que estas verdades conmuevan nuestras almas cuando nos presentamos en oración.
2. Ora centrado en Dios, no en ti.
Por lo general, una vez que hemos superado el saludo inicial, nos enfocamos en simplemente presentar ante Dios todas nuestras peticiones como si fuera una lista de compras en el supermercado: que resuelva nuestros problemas, que provea lo que necesitamos, que cumpla nuestros deseos. No estoy diciendo que esté mal pedir, siempre que sea según Su voluntad. Jesús mismo nos anima a hacerlo con confianza en nuestro Padre amoroso (Mt 7:7-11). De hecho, la oración del Padre nuestro contiene siete peticiones, lo que es bastante para su extensión. Pero ¿has notado que las tres primeras están relacionadas con Dios? «Santificado sea Tu nombre / Venga Tu reino / Hágase Tu voluntad».
Sin embargo, es triste reconocer que nuestras oraciones suelen estar más centradas en nosotros mismos que en Dios. Tal vez no lo expresamos con palabras, y hasta tal vez no seamos del todo conscientes, pero muchas veces nuestras oraciones parecen decir: «Venga mi reino, hágase mi voluntad».
Si nuestra oración realmente busca el corazón de Dios, nuestros motivos principales serán los Suyos. Que nuestra prioridad sea pedir por aquello que Dios desea, para quitarnos del centro que solo le pertenece a Él.
3. Ora pensando en la iglesia, no solo en ti.
Otro efecto de quitarnos del centro es que dejamos de orar solo por mí y empezamos a orar por nosotros. La oración modelo de nuestro Señor nos permite ver que nuestras oraciones deben ser íntimas y personales y, a la misma vez, deben estar atravesadas por una conciencia de pertenencia al pueblo del reino de Dios (Ef 6:18).
Oramos a nuestro Padre, pedimos por nuestro pan, rogamos «perdónanos» y «líbranos del mal». La oración debe estar impregnada por un sentido de formar parte de un cuerpo más grande, de modo que, al derramar el corazón ante el Padre, descubramos que estaba lleno de pensamientos y sentimientos por nuestros hermanos en la fe.
No te olvides de tus hermanos en la fe y tráelos a los pies de Cristo en oración.
4. Ora con pasión misionera.
Alinear nuestros corazones con la voluntad de Dios dará como fruto que oremos con un ferviente sentimiento misionero y evangelista (Ef 6:19). Esta es una implicación de clamar: «Venga Tu reino». Cuando oramos con esta pasión, imitamos a Jesús, el rey que predicaba el arrepentimiento porque el reino de los cielos se había acercado (Mt 4:17).
Cuando oramos para que Cristo establezca Su reino, pedimos para que más personas se arrepientan de sus pecados y vivan bajo Su autoridad, haciendo la voluntad del Padre (Mt 7:21) y practicando una justicia de todo corazón que se expresa en humildad y entrega al plan divino (5:3, 10, 20). Y las personas responden de esta manera a medida que la iglesia anuncia las buenas noticias del reino.
En resumen, orar «Venga Tu reino» incluye orar por nuestra misión de anunciar el evangelio. Este propósito debe resonar en nuestras palabras y ser una motivación que alimenta nuestras oraciones.
5. Ora por tu santidad.
Como dije arriba, el Padre nuestro contiene siete peticiones y las últimas cuatro son más «personales», aunque no dejan de estar atravesadas por una conciencia plural: «Danos hoy el pan… perdónanos nuestras deudas… no nos dejes caer en tentación… líbranos del mal» (Mt 6:11-12).
De estas peticiones podemos concluir que es más importante pedir por nuestra santidad que por cualquier otro aspecto de nuestra vida. Claro que podemos pedir por necesidades materiales, como el pan diario, porque en el fondo es una evidencia de confiar en el amor de Dios (cp. Mt 7:11). Pero nuestras oraciones se deben orientar en gran medida al deseo de vivir con una «justicia superior» (5:20) que nace de un corazón entregado a Cristo, cumpliendo el sentido de la ley: el amor a Dios y al prójimo (Mt 22:37-40).
Que nuestras oraciones den evidencia de un anhelo profundo por una vida santa y agradable a Dios.
6. Ora para adorar a Dios.
El Padre nuestro termina como empieza: adorando a Dios. Esta actitud también debe llenar nuestras oraciones para que, de principio a fin, reconozcamos que a Él pertenece «el reino y el poder y la gloria para siempre». Incluso nuestras peticiones más ordinarias, como el pan diario, deben tener como propósito supremo la adoración de Dios y la alabanza de Su nombre.
¿Y qué mejor motivo para adorar a Dios que el triunfo de Cristo sobre el pecado y la redención de Su pueblo? Al morir y resucitar, Jesús recibió toda potestad, poder y dominio, para que ante Él «se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Fil 2:10-11).
Que nuestras oraciones sean una forma de adoración al Señor en todo lo que pedimos, expresamos y, en especial, en la disposición de nuestro corazón.
Aprovechemos el privilegio de orar
Es mi petición constante a Dios que me ayude a aprovechar más el privilegio enorme de la oración. Para este objetivo, leer y meditar en la oración modelo que Jesús dejó a Sus discípulos ha sido de gran ayuda para mí.
Pero no creas que estos principios agotan la riqueza del Padre nuestro. Por eso te animo a seguir leyendo y meditando en esta oración que nos dejó Cristo, para que tu vida sea enriquecida en gran manera y tú también aproveches al máximo el privilegio de la oración.