
Cristo nos ha prometido estar en nosotros al darnos una nueva vida con perspectivas eternas. Estar en Cristo significa que Él anhela vivir su vida a través de nosotros. Cristo es nuestra vida y andar en Él no puede ser nunca gravoso, si no el cristianismo no tendría mucho sentido. Si la vida en Cristo fuera una carga para vivirla. ¿Creen ustedes que Cristo hubiera derramado lágrimas de sangre en Getsemaní a sabiendas de que iba a morir en la cruz para que anduviéramos por este mundo “trabajados y cargados”? La muerte en la cruz fue para todo lo contrario. Dios no envió a su único hijo a morir por nosotros para que anduviésemos errantes por el mundo con un fardo voluminoso sobre nuestras espaldas. Somos nosotros mismos quienes a menudo nos fabricamos esquemas para cumplir con determinadas liturgias y ritos que a fuerza de hacerse costumbres suelen convertirse también en cargas que resultan difíciles de llevar: “tengo que levantarme a las 2 de la mañana para orar”, “debo leer 3 capítulos de la Biblia todos los días”, “todos los martes serán días de ayuno”, etc., etc.
No deberíamos ser cristianos de preceptos y rutinas religiosas que pueden convertirse en obstáculos para vivir a Cristo con total victoria y libertad. Las disciplinas espirituales que estamos comprometidos a ejercitar como cristianos deben fluir de manera natural de nuestro espíritu como consecuencia de nuestro celo e intimidad con el Cordero de Dios. Cuando estas disciplinas (orar, escudriñar la Palabra, predicar, ayunar, ministrar) se convierten en ritos y hábitos mecánicos que no emanan de una fluida comunión con el Rey de la Gloria, el día que por alguna razón no las podemos desarrollar, nos vemos a nosotros mismos como cristianos inconsistentes, frustrados e incapaces. Los ribetes legalistas que solemos añadirle a nuestras jornadas espirituales pueden arrebatarnos el gozo, limitar nuestras armas en la guerra espiritual y condenarnos a una suerte de acciones religiosas para nuestra autocomplacencia que no glorifican a Dios.
Cristo nos llama a una vida donde la gracia derribe los muros de las normas y los estándares que nos imponemos para tratar de ganar con ellos su favor. Cristo no necesita nuestros favores, sino el celo de permanecer en Él, de vivir por Él y a través de Él. Es hermoso pensar que Cristo no sólo nos llama a vivir una vida en Él, sino que Él mismo la vive por nosotros, nos sostiene y alienta, nos guarda del mal y la Es maravilloso pensar que Cristo nunca nos dejará solos en las lides de la vida.
El legalismo agobia nuestras mentes y nos agota físicamente. El legalismo es hacer cosas para Dios tratando de buscar su aprobación siguiendo reglas y protocolos disfrazados con vestimentas religiosas. Dios no nos ha llamado a crecer espiritualmente a costa de un desgaste físico que nos consuma, sino a centrarnos en la intimidad de su presencia dejando que Cristo manifieste su vida a través de nosotros. Vivir a Cristo es aprender a andar en el Espíritu, interiorizar que somos partícipes de su naturaleza divina desde que le recibimos como Señor.
Lamentablemente muchas veces solemos buscar esa intimidad con Cristo convirtiéndonos en cristianos “todo terreno” buscando así, consciente o inconscientemente, la aceptación de los demás y no la del Señor. Debemos acercarnos a Dios con una perspectiva de su gracia infinita e incomparable para sentir los deleites espirituales que fluyen de Su presencia. Romanos 7:6 nos dice: “Pero ahora estamos libres de la ley,…de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu…”. Eso es gracia verdadera.
El Señor quiere tu vida entera, vivir en ti para su gloria, escribir Sus leyes en tu corazón para que tu obrar cristiano fluya de tu interior hacia afuera y tus frutos irrumpan visibles en la gracia formidable de la salvación. Su propósito es que Él sea el centro de nuestras vidas, y no las cargas religiosas centradas en lo que podemos hacer por Él. Su mayor anhelo es que tu vida en Su Espíritu sea tu más preciado deleite.
¡Dios te bendiga!