Cuando retornamos a los planes de Dios, la vida cristiana es segura y sólida. Josué aprendió la lección, se humilló delante del Señor (Josué 7.6) y reenfocó su misión de acompañar al pueblo como líder militar y espiritual. Hoy no desgarramos las vestiduras ni cubrimos el cuerpo de cilicio para mostrar la vergüenza que acarrean nuestros actos pecaminosos. Mas el Señor no desconoce al corazón arrepentido que declara la arbitrariedad de sus actos. Jesús es el sendero. Volvernos al camino reconociendo que somos débiles y que le necesitamos para no perder el sentido de dirección divina, es inteligente y sabio.
La iglesia traza planes de evangelismo para cumplir la Gran Comisión, pero a menudo olvida que la misión viene de Dios y es de Dios. El plan de la iglesia parte de su visión. La estrategia descansa en cumplir y hacer cumplir su palabra. Entonces, y solo entonces, el triunfo podrá ser completo.
El término promesa es interpretado erróneamente con bastante frecuencia. Dios promete, pero exige sacrificios, demanda consagración, pide santidad, insta a la obediencia. Las promesas no son gratuitas y fáciles de alcanzar. La vida cristiana no es el huerto del Edén, sino una aventura de conquistas con Dios delante, confiando en su palabra, obedeciendo sus preceptos, imitando a Cristo.
Josué emprendió de nuevo la batalla contra la ciudad de Hai. Esta vez no estaría cegado por la fama adquirida desde la victoria de Jericó. Ahora lo acompañaba un sentimiento renovado de gratitud al Señor y un deseo ardiente de obedecer sus órdenes. Organizó las fuerzas y siguió el plan de Dios. Cuando Josué extendió su lanza en dirección a Hai (Josué 8.18) por orden de Dios, el pueblo supo que la victoria estaba garantizada. Todo se hizo conforme su voluntad.
El Señor inspira sueños y visiones a los líderes de hoy, pero no se logran sin la dirección divina, no se cumplen si no hay organización y disciplina, no se alcanzan sin poner como fundamento su Palabra. ¿Y cuál debe ser la actitud después de una victoria? Josué hizo un altar y ofreció sacrificios (Josué 8.30). La iglesia no debe hacer menos que alabarle y expresar su agradecimiento. Josué escribió una copia del libro de la ley y la leyó a todo el pueblo después de la victoria. La iglesia no debe olvidar que la palabra de Dios es el fundamento y Jesús el centro de su realización como cuerpo espiritual.
Dios nos conduce a menudo a ciertos eventos “tipo Hai” para probar nuestra fidelidad y medir nuestra obediencia. Necesitamos una y otra vez reenfocarnos en su Palabra. Las victorias en Cristo deben renovar en su iglesia la pasión del primer amor, el entusiasmo de reinsertarnos en su voluntad. La obediencia provee dirección para la posteridad y el futuro del cuerpo de Cristo, infunde valor y afirma sus fortalezas. “Hai” es siempre reconquistable. Podemos retomar el rumbo, podemos hacer la voluntad del Señor, podemos remover el pecado que nos inmoviliza y finalmente, podemos contar con la presencia permanente del Dios fiel y misericordioso.
¡Dios bendiga su Palabra!
Lectura sugerida: Josué 8