El único fundamento sólido para una sociedad justa y próspera es, sin duda alguna, la palabra y los valores del Reino de Dios. Valiéndose de razonamientos meramente éticos y humanistas una nación jamás será capaz de elaborar un sistema verdaderamente justo.
Proverbios 14:12 declara: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte”. Jeremías 17:9 añade: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso”. En otras palabras, el hombre necesita más que sus propios razonamientos y especulaciones morales para arribar a una justicia cabal. Requiere los puntos fijos de la sabiduría eterna y absoluta de Dios para orientarse correctamente.
La mente del individuo alejado de Dios es un instrumento fallido, defectuoso. Como una computadora dañada, es capaz de llevar a cabo grandes hazañas por momentos. Pero debido a su procesador defectuoso, así también puede producir grandes disparates y conducir a graves errores. Sólo la brújula segura de la sabiduría divina, vertida en las Escrituras y diseminada por medio de la acción del Espíritu Santo en la vida de los hijos de Dios, puede salvar a una sociedad de despeñarse por los abismos del relativismo moral y la injusticia disfrazada.
Sin los puntos de referencia absolutos y eternos que sólo la palabra de Dios puede proveer, lo único que le queda a una cultura humanista en su búsqueda de la verdad y la justicia son los laberintos engañosos del relativismo moral y los espejismos traicioneros de la ética situacional. Abandonado a la débil luz que le provee su mente caída, el individuo moderno fácilmente se desorienta. Termina llamando lo malo bueno y lo bueno malo.
El apóstol Pablo explicó este fenómeno certeramente hace dos mil años en su epístola a los Romanos (vs. 21 y 22):
21 Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.
22 Profesando ser sabios, se hicieron necios.
Más adelante, Pablo añade:
28 Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen.
Muchas veces, lo que al ser humano le parece justo es meramente una proyección subjetiva de sus propias preferencias e inclinaciones egoístas. Mucho de lo que hoy en día en nuestras sociedades pasa por justicia no es más que la preferencia aislada de grupos de intereses que están en el poder, o los vientos pasajeros de modas culturales que van y vienen con el tiempo. Está muy lejos de representar la verdad y la justicia objetiva, absoluta e incambiable de Dios. ¿El antídoto? La sana sabiduría que sólo viene de Dios, la mente de Cristo, una mente iluminada por el Espíritu Santo que recibe entendimiento para hacer decisiones que redundan en beneficio de las sociedades y sus instituciones. Cuando sociedades se humillen ante Jesucristo, y sometan su entendimiento a la iluminación divina, entonces entenderán “justicia, juicio y equidad, y todo buen camino” (Proverbios 2:9).