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Pon tu confianza en Dios, no en los bienes materiales pasajeros

El profeta Habacuc advirtió al pueblo judío sobre el juicio que Dios traería por medio del Imperio babilonio: «Pueblo feroz e impetuoso, / Que marcha por la anchura de la tierra / Para apoderarse de moradas ajenas» (Hab 1:6).

El Señor traía algo terrible sobre el pueblo de Israel. La decisión estaba tomada, el decreto era irrevocable y el juicio inminente. Esto afectó tanto al profeta, que expresó:

Oí, y se estremecieron mis entrañas;
A Tu voz temblaron mis labios.
Entra podredumbre en mis huesos,
Y tiemblo donde estoy.
Tranquilo espero el día de la angustia,
Al pueblo que se levantará para invadirnos (Hab 3:16).

Ante esta situación, el profeta expresa su resolución de esperar en Dios y poner su confianza en el Señor: «Aunque la higuera no eche brotes… Con todo yo me alegraré en el SEÑOR, / Me regocijaré en el Dios de mi salvación» (vv. 17-18). A pesar de toda la destrucción y la miseria que iba a experimentar el pueblo, Habacuc tenía su seguridad puesta en Dios.

Cuando quitamos la mirada del Señor, nos convertimos en presa fácil del temor, el afán y la ansiedad

La confianza del profeta no provenía de la cosecha de higos, uvas o aceitunas, ni de la abundancia de las vacas y ovejas. Su sentido de esperanza y seguridad no dependía de cuestiones materiales o terrenales, sino de Dios. Él era su gozo, su descanso y su seguridad. ¡Dios era su gloria!

La gloria que atesoraba Jonathan Edwards
El gran teólogo Jonathan Edwards experimentó un tiempo de escasez similar a lo que relatan las palabras del profeta Habacuc. Cuando Edwards fue expulsado de su propia iglesia, luego de veinte años como pastor, se enfrentó a una situación de gran tristeza personal que se sumaba a la urgencia de sustentar a sus nueve hijos. Las sensaciones de su alma fueron expresadas en una carta:

Ahora estoy separado de la gente con la cual hubo una vez la unidad más grande. Notable es la providencia de Dios en este asunto. En este evento tenemos un impactante ejemplo de inestabilidad e incertidumbre de todas las cosas en esta tierra. La dispensación es de hecho terrible en muchos sentidos, requiriendo una seria consideración y humillación en mí y en mi gente. El enemigo, lejos y cerca, triunfará por ahora; pero Dios puede vencer todo para Su propia gloria. No tengo nada visible de lo cual depender para mi futura utilidad o para la subsistencia de mi numerosa familia. Pero yo espero en tener al Dios del pacto que es todo suficiente y para depender de Él. Deseo poder someterme, caminar con humildad ante Su presencia y poner toda mi confianza en Él. Deseo, apreciado señor, sus oraciones por nosotros bajo las presentes circunstancias (La pasión de Dios por su gloria, pp. 59-60).

Las palabras de Edwards están cargadas de honestidad y preocupación genuina, pero también de una confianza segura en el Dios que provee. Sabía que el Señor cuidaría de él y de los suyos en los tiempos difíciles que le tocaba enfrentar. Su gloria estaba en Dios.

Una confianza humilde y serena
Volvamos ahora al profeta Habacuc. Sus palabras son instructivas y oportunas para nuestro corazón, porque con frecuencia hacemos de la situación material el fundamento de nuestra confianza. Nuestro corazón suele jactarse en la abundancia de las posesiones y pone su esperanza en los bienes acumulados. Cuando quitamos la mirada del Señor, nos convertimos en presa fácil del temor, el afán y la ansiedad.

Si hemos sido salvados de los peligros eternos, podemos confiar que seremos salvos de los peligros temporales

Habacuc nos muestra cómo luce la confianza humilde y serena, porque su paz y esperanza no estaba en la provisión o abundancia terrenal, sino en el Señor: «Aunque la higuera no eche brotes, / Ni haya fruto en las viñas… Con todo yo me alegraré en el SEÑOR, / Me regocijaré en el Dios de mi salvación» (Hab 3:17-18).

El profeta nos recuerda que la verdadera seguridad está en tener al Dios que cuida de los Suyos, aun en las circunstancias materiales más adversas. ¡Cuánto confronta la historia de Habacuc nuestra seguridad frágil y nuestra confianza arrogante en los bienes terrenales! ¡Y cuánta esperanza nos ofrecen sus palabras para el día difícil!

Dios demostró de manera definitiva Su cuidado y protección por nosotros cuando envió a Su Hijo para redimirnos (Gá 1:4). Si hemos sido salvados de los peligros eternos, podemos confiar que seremos salvos de los peligros temporales. En Cristo estamos seguros.

¡Cuán precioso es tener nuestra gloria en el Dios que salva y provee!

Fuente:
Gerson More

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