Imagínese usted un grupito de hombres humildes sin ningún tipo de estudio ni prominencia, ni recursos financieros, ni influencia política, gente ignorante y totalmente normal, y aún podríamos decir en términos sociales, inferior, en un país minúsculo como era Israel dominado por un poder muy grande, como era el imperio romano, y el Señor Jesucristo les está diciendo: Ustedes me van a ser testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y en toda la tierra.
Y no solamente eso sino que en otro pasaje en la Gran Comisión les dijo: «Id y haced discípulos a todas las naciones, enseñándoles las cosas que Yo les he instruido.» Si uno piensa que este grupito insignificante, minúsculo pudiera discipular a todas las naciones, ir a toda la Tierra, predicar el Evangelio y que eso se cumpliera como se ha cumplido en los dos mil años que han transcurrido desde que esa Palabra del Señor fue registrada en las Escrituras, eso nos indica del Poder de la Palabra de Dios, la autenticidad de la Palabra del Señor. ¿A quién se le hubiera ocurrido que ese grupo de gente pudiera impactar el mundo como lo ha impactado el Evangelio del cristianismo? las naciones más poderosas del mundo han dado expresión de fe en Jesucristo. Todas las naciones del mundo han sido penetradas por el cristianismo.
En nuestro tiempo, yo estoy predicando desde Estados Unidos, una nación que, a pesar que se está alejando de las cosas de Dios, durante siglos ha sido una nación totalmente cristiana y todavía contiene decenas y decenas de millones de personas que se identifican con el Evangelio. En todas partes del mundo: en Europa, en Asia, África, Latinoamérica, Australia, India, el Evangelio de Jesucristo ha sido proclamado y ese Evangelio poderoso ha gobernado naciones y tenido impacto sobre la cultura de la humanidad, sobre la ciencia, sobre las artes, sobre los estudios de sociología, historia, política, economía.
Increíble cómo ese grupito minúsculo de hombres y mujeres que no parecía ofrecer mucho, como dice Primera de Corintios, sin embargo esa Palabra, esa asignación de Jesucristo de que discipularan las naciones, de que fueran por todas partes del mundo predicando el Evangelio se cumplió al pie de la letra, mucho más allá de lo que esas palabras originales de Marcos, Mateo, Hechos hubieran sugerido.
¿Por qué? primeramente porque es Palabra de Dios. En segundo lugar, porque precisamente ese grupito minúsculo de gente recibió el bautismo del Espíritu Santo, recibió la llenura del Espíritu Santo, recibió la ayuda sobrenatural del Poder de Dios, y sabemos que si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros?
Lo único que necesita un hombre, una mujer, un grupo, una Iglesia, una denominación es el respaldo, la Presencia del Espíritu Santo en su vida. A Dios no le importa que sea una persona no educada, sencilla, débil en la carne, si esa persona se abre al Poder y a la unción del Espíritu Santo esa persona puede hacer cualquier cosa como lo hizo este grupo pequeño de hombres y mujeres. Lo que hizo la diferencia sin embargo fue ese bautismo del Espíritu Santo en sus vidas, porque por allí entonces el fuego de ese Espíritu Santo comenzó a correr y a esparcirse precisamente por Judea, por Samaria, por Roma, por Grecia, por todos los países del Medio Oriente, por Europa, y después de eso por medio de la conquista de los países de América, el descubrimiento, siguió por Latinoamérica, por medio de los movimientos misioneros desde el primer momento, siguió moviéndose; Inglaterra, Irlanda, China, Japón, todas partes del mundo hasta nuestros propios tiempos ¿por qué? porque la Presencia y el Poder del Espíritu Santo estaba con ellos.
Hermanos: lo que la Iglesia de Jesucristo necesita no es más títulos y estudios teológicos aunque yo creo eso, yo me he beneficiado en mi vida de leer muchos libros y de estudiar, y de ir a universidades y yo creo en eso, es bien importante, pero les aseguro que si no tenemos el Poder, el mover del Espíritu Santo en nuestras vidas en nuestros ministerios, nuestros cultos, nuestros esfuerzos evangelísticos, por más adornos que tengamos, por más recursos tecnológicos, por más templos grandes, por más aparatos que tengamos en nuestros servicios de nada nos va a servir.
Lo que respalda y capacita a la Iglesia o a un hombre, una mujer es la vida de oración, la vida de ayuno, la vida de alabanza, la vida de santidad, la vida de entrega total al Señor, esa búsqueda ardua, continua, desesperada, apasionada del Espíritu Santo, eso eso es lo que cambia. Eso es lo que rompe el yugo, eso es lo que rompe las ataduras en nosotros, eso es lo que nos libera de los obstáculos y las trampas, y las complicaciones artificiales que el diablo quiere arrojar en nuestro camino para atarnos y para limitarnos en el desempeño de la labor que Dios nos ha encomendado. Lo que capacita a un siervo, una sierva de Dios para hacer la obra, no importa cuán grandes sean las limitaciones iniciales es la Presencia y el mover del Espíritu Santo en su vida.
Por eso es que tenemos que poner las cosas primeras primero. Por eso el Señor les dijo: No se preocupen por los asuntos de que si Jerusalén va a volver a ser la capital del mundo, si Dios les va a devolver a los judíos el poder, eso no les importa a ustedes. Lo que les importa a ustedes es llenarse del Poder del Espíritu Santo para que me sean testigos en todas partes del mundo.
Cristiano, hijo de Dios, sierva de Dios, yo te encomiendo en el Nombre del Señor: llénate del Poder del Espíritu Santo, eso es lo que te va a capacitar para romper los amarres de las limitaciones personales que en este tiempo estás confrontando en tu vida, las limitaciones de pasado o de tu familia, o tu falta de educación y te va a capacitar para ser un siervo, una sierva efectiva del Espíritu Santo.
Líder cristiano, Pastor que me escuchas o me lees: llénate del Poder del Espíritu Santo, busca de Dios desesperadamente, pídele al Espíritu de Dios que te visite de nuevo con Poder para que tú puedas ser un siervo, un testigo efectivo del Evangelio. Dios les bendiga y me despido de ustedes en el Nombre de ese Cristo Jesús Todopoderoso que nos bautiza todavía con la llenura y el Poder del Espíritu Santo, amén.