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Pero tendrás tu milagro

“ Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio.” Mateo 15:22

Esta mujer daba voces tras Jesús porque necesitaba un milagro; y Jesús no ignoró su fe. Esta fe no pelea, no grita cosas sin sentido, llamando la atención de la gente incorrecta. Esta mujer no trataba de llamar la atención de los discípulos, de la multitud; pero Jesús aprovechó para darles una lección. Por eso, no menosprecies a nadie; el que tú piensas que Dios ignora, pudiera ser el próximo en lista para el milagro. Tú no sabes a quién Dios le va a dar el milagro, le va a abrir la puerta; tú no sabes quién pueda abrirte la puerta para el trabajo que tú necesitas, quién te va a dar la oportunidad que tú necesitas.

Dios no ignora tu fe. Tú no tratas de impresionar a la gente, sino a Dios; y Él se encarga de que la gente vea tu fe, y tú veas tu milagro. La pregunta es si tú te rehúsas a ser ignorado.

Mientras Jesús caminaba, esta mujer gritaba: ¡Hijo de David! Esa expresión era de los que creían en Cristo como el Mesías, que creían en la unción del Mesías, que veían a Jesús, más que como un rabino, como el enviado de Dios. Muchos no tuvieron un milagro, por verlo como un maestro, y no como el enviado de Dios. Pero quienes lo veían como el Mesías, como el enviado de Dios, esos recibían el milagro, esos asombraban al Maestro. Esta mujer estaba asombró al Maestro, porque pudo ver lo que otros no veían. Los que estaban a su alrededor no veían quién él era, pero esta mujer estaba accediendo a la unción y al poder de Dios al llamarlo hijo de David. Tú no puedes ver a Jesús meramente como un personaje de la Biblia, como un personaje histórico del mundo; para acceder a un milagro de parte de Dios, tienes que verlo como el enviado de Dios a tu vida, como el Mesías, como el Redentor.

Aquella mujer estaba viendo un hombre común ante ella, pero ella decía que aquel hombre era especial. Jesús era de aspecto tan común, que Judas tuvo que besarlo para identificarlo, cuando fue con los romanos a entregarlo. Los romanos verían un montón de hombres; para poderlo identificar, reconocer, alguien tenía que señalarlo. Pero esta mujer, viendo lo común, ella decía: Este es un hombre especial, diferente, poderoso; ahí está mi respuesta, mi milagro. Y comenzó a decir: ¡Hijo de David!

Si tú todavía no lo has reconocido como Señor y Salvador, si no has entendido quien es él, que no es un personaje de la historia; entonces, tú tienes que entender que se trata del Hijo de Dios que murió por ti; marcó la historia, pero es el Hijo de Dios. Al reconocer esto, entonces tienes acceso a lo que otros han ignorado. Muchos se acercan por las enseñanzas, pero hasta que tú no veas que se trata del Hijo de Dios en tu vida, nada va a suceder.

Tú puedes ir a cualquier iglesia, y si tú no ves la humanidad de la gente allí, nunca podrás acceder lo divino que hay en ese lugar. La iglesia está llena de humanos, de gente carnal, igual que tú; pero si tú ves más allá y ves que hay algo de parte de Dios, más allá del mensaje, entonces tú puedes acceder la unción y el poder de Dios que están en ese lugar para transformar tu vida. Aquel que simplemente lo ve como un maestro, entra y sale de la misma manera semana tras semana. Pero aquel que va a encontrarse con Dios, a pesar de la humanidad, de los prejuicios, ese obtiene el milagro para su vida.

Esto no se hace con el pensamiento. Aquella mujer no pensaba que ese era el Hijo de David; ella lo decía. Mucha gente nunca tiene una fe que asombra porque no se atreven a decir en quien creen porque saben que sus palabras los comprometen. Por eso, hay cristianos a escondidas; pero los cristianos escondidos no reciben el milagro. Tienes que decir con tu boca que tú lo crees; pero no te atreves decirlo porque te comprometes. Esta mujer se comprometía con sus palabras, delante de todo el mundo.

La fe que asombra a Jesús es la que no tiene problema en comprometerse, con sus palabras, con quien es él, y decirle a la gente quien tú crees que él es para tu vida. Que otros lo vean como maestro, como un buen hombre, o como quieran; pero tú míralo como el Hijo de Dios, y dilo con tu boca. Y si te piden que expliques cómo es eso, no lo hagas, porque no se puede explicar; si pudieras explicarlo, entonces no necesitarías fe.

Tus palabras son las que te comprometen. Vas a la iglesia creyendo por un milagro en tu mente, pero nunca te has atrevido a adorarle, a decir que él es tu Señor. ¿Qué tú estás diciendo de Jesús? ¿Quién es él para ti? ¿Otro maestro? ¿Un ideal? ¿O él es el Hijo de Dios? Esta mujer, con sus palabras, estaba comprometiéndose ante el mundo. Ella dijo: Yo creo que tú eres el Mesías, el enviado, el que viene a cambiar mi vida. Aquella mujer, con sus palabras, estaba renunciando a su cultura, a lo que ella era; probablemente iba a ser menospreciada, tomada por traidora; pero tendría un milagro.

La fe asombra al Maestro es aquella que, con sus palabras, te compromete delante del mundo en quién tú crees que él es. Al tú declarar lo que crees, entonces tienes derecho. Que esa sea tu fe. Declara que tú confías en el Hijo de Dios, que vino y murió por ti en la cruz del Calvario, y su nombre es Jesús; declara que él es tu Salvador.

Fuente:
pastor Otoniel Font | Puerto Rico

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