Ese mismo año fue cerrado para reparaciones y comenzó tristemente el tiempo a correr y con él llegó el vandalismo. Un buen día desaparecieron las ventanas y las puertas, los baños quedaron destruidos sin los muebles que antes tenían, las lozas de las paredes se esfumaron y nadie se dio cuenta o al menos es lo que se podía suponer.
25 años han pasado desde entonces, el edificio parece un triste cadáver, mas aún permanece en pie como recordatorio de cuan anestesiado puede vivir el ser humano que se queda alienado viendo la destrucción venir poco a poco. ¿Podría estar tan débil un edificio que ha logrado sobrevivir a los embates del tiempo sin que nadie note su presencia por 25 años? Ya se pueden ver paredes interiores a las cuales le han ido sustrayendo ladrillos. Sabemos cual es su fin, ya no hay remedio.
No somos tan diferentes de este edificio, tampoco a los que permitieron que esto llegase a este deplorable estado. Somos un templo, el templo en el cual reposa el Espíritu Santo de Dios. Pero en ocasiones caemos en estado de alienación y no nos detenemos a confrontarnos con nosotros mismos y explorar cómo está el estado de las paredes de nuestra fe.
Y de esta manera comienza el vandalismo a apoderarse de nuestra alma y comenzamos a llamar a lo bueno malo y a lo malo bueno (Isaías 5:20).
Perdemos el límite entre lo que honra a nuestro Padre y lo que lo deshonra y coqueteamos con el mundo diciendo que somos fuertes y estamos firmes (1 Corintios 10:12), sin darnos cuenta de que nuestros cimientos se han removido y nuestras paredes ya no son tan seguras. Dios nos guarde. Si en ese momento comienza un diluvio, ni siquiera tendremos donde protegernos
A menos que no estemos alienados, que sintamos la necesidad del dialogo diario con nuestro Hacedor, que no descuidemos el Espíritu del hijo que vive en nuestro corazón y clama por nosotros (Gálatas 4:6)
A menos que se deshiele nuestra alma y que cada día busquemos el calor y abrigo de el que nos dice “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” Jeremías 31:3 y “Bástate mi gracia” 2 Corintios 12:9
A menos que recordemos que somos pámpanos y que es importante que llevemos frutos, pero mucho más importante es que estemos aferrados al tronco (Juan 15: 1-11)
A menos que nuestra sangre sea la suya y nuestra sed sólo sea saciada por su agua viva y supliquemos por ella de rodillas diciendo: Señor, ¿a quien iremos? tú tienes palabras de vida eterna
A menos que troquemos nuestra vida con la suya. (Gálatas 2:20).