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Pastor, anticipa tu recompensa

«¿Qué, pues, recibiremos?»
Pastor, ¿alguna vez has meditado esa pregunta en tu corazón?

Tu congregación crece lentamente, mientras los problemas se multiplican con rapidez. Tus colegas disfrutan de iglesias más grandes, mejores instalaciones y ministerios más amplios. La cultura se aleja cada vez más de Dios y de Su Palabra, pero, aun así, parece prosperar.

Ante todo esto te preguntas: «¿Qué, pues, recibiremos?».

El apóstol Pedro dio voz a esa inquietud que a menudo sentimos en nuestro interior. Al considerar el costo de seguir a Jesús y guiar a otros a hacer lo mismo, le pregunta: «¿qué, pues, recibiremos?» (Mt 19:27).

Jesús respondió:
En verdad les digo que ustedes que me han seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de Su gloria, ustedes se sentarán también sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o tierras por Mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna (Mt 19:28-29).

El ministerio es difícil, y con frecuencia conlleva pérdidas y lamentaciones. Jesús nunca lo negó, pero también prometió que quien le siguiera «recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna».

En medio de las dificultades y los desafíos del ministerio, la promesa de Jesús buscaba impulsar a Pedro —y a nosotros— a seguir adelante.

¿Cómo te ayuda anticipar tu recompensa en el ministerio?

Anticipar tus recompensas te mantiene enfocado
Las recompensas que nos esperan no son las que solemos desear. Después de dedicar más de veinte horas a preparar un sermón, anhelamos una congregación numerosa y atenta, cautivada por cada una de nuestras palabras.

¿No se te hunde el corazón, como me ocurre a mí, al entrar al auditorio y ver más asientos vacíos que ocupados? ¿Cuando la persona que esperabas conmover con tu mensaje está ausente? ¿Cuando ese punto que considerabas clave no tiene el impacto esperado?

Estas decepciones pueden transformarse fácilmente en la tristeza del domingo por la tarde, que luego se intensifica en el bajón del lunes. La idea de «abandonarlo todo en silencio» empieza a parecer una opción tentadora. «¿De verdad vale la pena todo esto?», nos preguntamos.

Pastor, la respuesta es sí. Pero debemos recordar cuál es la verdadera recompensa según Jesús. Él no nos prometió una iglesia repleta, ni garantizó la atención o el aprecio de nuestros miembros, y mucho menos nos prometió fama.

En cambio, Jesús prometió que todo aquel que lo siga heredará la vida eterna.

Por lo tanto, no te enfoques en las recompensas que nunca te prometieron, sino en aquellas que sí te fueron aseguradas.

Anticipar tus recompensas te mantiene fiel
La fidelidad puede sentirse como una meta poco estimulante, ya que no se basa en métricas o estadísticas, lo que la hace parecer insignificante. Después de todo, el mundo suele valorar más la productividad que la lealtad y la perseverancia.

A veces, incluso dentro de la iglesia, la fidelidad se presenta como un simple premio de consolación, reservado para aquellos que no lograron destacar, a quienes se elogia con un tibio: «Ah, sí, ellos son… fieles».

Pero la fidelidad es valiosa para el Señor.

Consideremos al apóstol Pablo, quien afirma que lo único que se requiere de los pastores es que sean hallados fieles (1 Co 4:2).

O pensemos en Jesús, quien asegura que las recompensas celestiales están reservadas para quienes le permanecen fieles. La invitación de: «entra en el gozo de tu señor» se extiende únicamente al «siervo bueno y fiel» (Mt 25:23).

La fidelidad en el ministerio, al igual que en el matrimonio, no siempre es emocionante. De hecho, a menudo se siente como una rutina: un avanzar constante, un poner un pie delante del otro. Por lo general, no hay nada espectacular en trabajar en la Palabra y esforzarse por amar a las personas como el Señor nos ha mandado.

Aun así, la fidelidad es la meta. Ser fiel significa negarse a manipular la Palabra de Dios o tomar atajos, aunque estos parezcan caminos más fáciles y rápidos hacia el éxito (2 Co 4:1-2).

La fidelidad implica aceptar tu papel como subpastor y guiar con amor, ternura e integridad a quienes están bajo tu cuidado. Dios ha prometido que, cuando aparezca el Príncipe de los pastores, recibirás la corona de gloria que nunca se marchita (1 P 5:1-4).

La fidelidad también implica soportar el sufrimiento: ataques injustificados contra tu carácter, críticas no solicitadas y tratos poco amables. Estos problemas no se limitan al primer año de ministerio. Algunos de los sufrimientos en el ministerio persisten hasta que el Señor regrese o nos llame a Su presencia.

Hermano pastor, debemos responder, no con violencia ni resentimiento, sino con amor y gozo. ¿Por qué? Porque, aunque la gente nos odie y nos excluya, nos insulte y desprecie nuestro nombre por nuestro servicio al Salvador, sabemos que nuestra recompensa es grande en el cielo (Lc 6:22-23).

Los santos de antaño soportaron luchas largas y duras. A veces, fueron expuestos públicamente a la aflicción y al maltrato. En ocasiones, perdieron sus hogares y propiedades. Pero se aferraron a Jesús con alegría, pues sabían que tenían una posesión mejor y permanente esperándoles, si seguían fieles al Señor (He 10:32-34).

«Por tanto —nos anima el autor de Hebreos—, no desechen su confianza». No te apartes de seguirlo ni te canses de pastorear del modo que Él te ha indicado. Dios nos ha garantizado una gran recompensa que nos espera. Cuando hayamos perseverado y cumplido la voluntad de Dios, recibiremos lo prometido (He 10:35-36).

¿Qué, pues, recibiremos? Todo. Jesús lo dijo y Él siempre cumple Sus promesas. Debemos seguir pastoreando, pastor. Nuestra recompensa está por llegar.

Fuente:
Omar Johnson

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