Muchas personas intentan obligar a Dios mediante sus obras. Pero no es esto lo que mueve a Dios, porque lo que Dios mira es el corazón.
Recuerdo que oí una historia acerca del suegro de mi tío, en Jaffa. Era un hombre muy religioso que pensaba que sus obras obligarían a Dios a contestar sus oraciones por más hijos.
Decidió que la única manera de lograr lo que quería era probarle a Dios que era realmente religioso. Decidió demostrar su devoción a Dios yendo de su casa al templo de rodillas. Cuando al fin llegó a la iglesia después de su doloroso recorrido, sus rodillas estaban sangrando y lastimadas. Seguro de que el cielo se había conmovido por su demostración de devoción y religión, le hizo a Dios su petición.
Esperó y esperó, pero no hubo respuesta. Con el tiempo se convirtió en un recalcitrante ateo, cuyo corazón estuvo lleno de odio hasta el día en que murió. Murió sin nunca darse cuenta de que Dios no estaba buscando una demostración externa de la carne, sino un compromiso interno del corazón.
Cuando los tres jóvenes hebreos estaban a punto de ser arrojados al horno de fuego después de rehusar adorar la estatua de oro, su amor por Dios y su fe en Él fueron firmes y sin vacilación. Dijeron:
He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará» (Daniel 3.17).
Su amor fue sacrificial porque se mantuvieron firmes en su fe. No se postraron, no se inclinaron, ¡y no se quemaron!